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La capacidad de manipular el cerebro con solo un rayo de luz

| Fuente: N+1

El escritor Juan Manuel Robles escribe en este artículo sobre el uso de "la luz para activar neuronas elegidas" y como esto podría despertarnos "un recuerdo bomba".

(Agencia N+1 / Juan Manuel Robles) La cosa es así. El ratón está tranquilo en su celda, camina, va y viene. No tiene mucho que hacer, da vueltas por el espacio diminuto. Hay un cable conectado a su cerebro, pero no le molesta porque cuelga holgadamente desde arriba. Ninguna sustancia química llegará por allí, tampoco electricidad; solo luz blanca. Alguien enciende el interruptor. La luz entra en su cabeza; inmediatamente, el ratón se paraliza. El procedimiento no ha detenido sus funciones motoras ni lo ha adormecido. El ratón no está físicamente incapacitado de moverse. Su parálisis de estatua se debe a aquello que está recordando. Un episodio terrible del pasado —previamente codificado—, acaba de volver a él por efecto de la luz (un rayo láser que, por cierto, él no ve). Y lo atormenta. El animal solo vuelve a moverse cuando el interruptor vuelve a la posición original: cuando alguien apaga la luz.

Lo que están haciendo con ese ratón se llama optogenética, un método fantástico que consiste en usar la luz para activar neuronas elegidas, a través de un cable de fibra óptica implantado en el cráneo del roedor. La optogenética fue posible gracias al hallazgo de una proteína sensible a luz presente en las algas —ChR2, la que permite que estas se replieguen hacia las sombras ni bien llega la luz del sol— que pudo ser insertada en el cerebro gracias a la ingeniería genética, para usarse como disparador de neuronas. Durante décadas, los científicos de la mente han probado diversos modos de manipulación de células cerebrales, buscando activar o anular determinadas poblaciones de neuronas para así analizar qué función desempeñan. Desde el retiro de parte de la masa cerebral (pobres macacos) y el congelamiento de porciones cerebrales, hasta la moderna implantación de toxinas para eliminar neuronas, pasando por estimulación eléctrica, estos métodos han resultado problemáticos porque terminan incidiendo en más regiones de las que se quiere analizar. La optogenética, en cambio, lograba la proeza colocar un interruptor de encendido / apagado en el cerebro. Eso abrió muchas puertas. En uno de los más recientes experimentos optogenéticos, se probó el mecanismo con redes de neuronas vinculadas a la respuesta agresiva en roedores; el resultado fue digno de Tarantino: cuando la luz llegaba, los tranquilos ratones se volvían salvajes: se ponían a morder objetos (pequeños juguetes, tapitas, ratones robots) y se comían los grillos puestos allí. La noticia fue recogida por la prensa: “Científicos convierten a ratones en asesinos sin piedad usando rayos láser”.

Hace unos años, el científico Xu Liu y su equipo se propusieron usar esta tecnología novedosa para abordar una de las cuestiones más antiguas de la ciencia de la mente: ¿el recuerdo de algo que vivimos está en alguna parte? ¿Puede verse, localizarse como quien detecta un punto en el mapa? Y si esto es así, ¿puede una memoria volver a nuestra mente solo con la activación de las células que la conforman? La optogenética se presentaba como un método ideal para evaluar esta posibilidad, al permitir escoger neuronas y activarlas muy rápido, a la velocidad de la luz.

Xu Liu condujo el experimento y en 2013 publicó sus hallazgos. La escena del principio, la del ratón paralizado, corresponde al momento final del experimento —que también a él lo dejó paralizado—. El primer acto había sido mucho más violento: aparecía el mismo ratón, en un espacio muy distinto, recibiendo una descarga eléctrica. De esa manera, los científicos hacían que el ratón formara la memoria del terrible episodio. Estudios previos habían evidenciado que la formación de un recuerdo produce la inmediata participación de un gen únicamente en las neuronas involucradas. Con la inyección de un virus específico, consiguieron un objetivo doble: marcar las neuronas que participan en la formación del recuerdo y anexar en ellas el Chr2 (la proteína sensible a la luz). La terrible descarga generaba un nuevo recuerdo y hacía que ciertas neuronas se activasen; mientras tanto, gracias a los trucos de la genética, esa constelación precisa quedaba etiquetada: ahora el recuerdo podría ubicarse con precisión, como si tuviera un GPS.

Que el recuerdo sea una realidad física, un conjunto de neuronas que podemos mirar y localizar, es una idea seductora. Ese rastro se llama “engram”, un término acuñado por el biólogo alemán Richard Semon en el siglo XIX. Pensar en la existencia de algo así no siempre fue lo común: durante siglos, la mente se entendió como la parte inmaterial, separada del cuerpo, una sustancia invisible y también divina. En el siglo XX, científicos como Eric Kandel probaron que la formación de un recuerdo genera cambios físicos microscópicos en las neuronas. Xu Liu pensó lo siguiente: si realmente es posible mapear y etiquetar un recuerdo, la sola activación de ese conjunto de neuronas —sin ningún estímulo perceptual externo previamente asociado—, tendría que ser suficiente para despertarlo.

Al encender la luz, el ratón se paralizó.

Después del exitoso experimento —que dio la vuelta al mundo—, el equipo de Xu Liu fue más allá. Esta vez, etiquetaron las neuronas involucradas en un recuerdo espacial simple: un ratón en una caja (Ambiente A). Al día siguiente, llevaron al ratón a otro sitio, físicamente muy distinto (Ambiente B). Cuando el ratón estuvo allí, hicieron dos cosas: le dieron una descarga eléctrica y, al mismo tiempo, encendieron la luz que activaba el recuerdo del lugar anterior (Ambiente A). El ratón no había vivido nada malo en el primer ambiente. Pero el experimento trajo de vuelta el recuerdo de ese lugar —solo con luz— y ambas experiencias se asociaron. Días después, al estar de nuevo en el ambiente A, el ratón se paralizó como si allí hubiera pasado algo. La optogenética había conseguido implantarle un recuerdo falso.

La ciencia ficción ha imaginado en los últimos tiempos la posibilidad de borrar memorias. En Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, Jim Carrey repasa todos sus recuerdos junto Kate Winslet, durante el procedimiento para quitársela de la cabeza. Esto no está muy lejos de la realidad: hoy mismo, diversos fármacos —como el Propanolol—pueden atenuar un recuerdo traumático si los tomamos y en el mismo instante nos ponemos a recordarlo (aunque todavía los resultados son ambiguos). Pero la optogenética le da un giro a la imaginación: en vez borrar un recuerdo, un rayo láser podría activarlo de pronto, diez o veinte años después de haber vivido el momento. Todos sabemos que hay memorias que, así de súbitas, nos dejarían tan congelados como a esos ratones. El recuerdo como bomba de tiempo. Podemos pensar en posibilidades perversas. Si el borrado de recuerdos es posible, lo será debilitando la constelación de neuronas que conforman ese recuerdo, o sea, deshaciendo las conexiones; para ello, el paciente deberá, justamente, recordar. En ese acto, dejará abierta la posibilidad de que alguien inyecte un virus que etiquete la red y coloque proteínas sensibles a la luz. Quien te “borra” una memoria traumática, estará en una posición privilegiada para guardarse el mapa y —peor— colocar un interruptor que permita reactivarlas con luz.

Esa luz podría usarse también para vincular ciertos lugares con el más íntimo de nuestros miedos: crear memorias mezcladas que nos alejen de ciertos espacios —¿públicos? ¿privados?— o que nos terminen generando rechazo por algunos rostros. No es difícil pensar que puedan existir esos editores malignos —con la mano en el interruptor—. Al fin y al cabo, sembrar fobias siempre ha sido útil entre mandamases de todos los tiempos. Hacerlo usando nuestros fantasmas privados sería brutal y perfecto.

| Fuente: N+1

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