En días recientes hemos escuchado a las autoridades políticas nacionales y extranjeras hablar de una “economía de guerra” para enfrentar con éxito al COVID-19, pero ¿qué implica? El estudioso James Galbraith (2001), indica que la economía de guerra o economía en tiempos de guerra es un precepto que hace referencia a todas las acciones o medidas que emprende un gobierno en una situación de calamidad extrema.
El concepto evoca dos dimensiones que consideramos relevante explicar: la primera tiene que ver con focalizar la inversión del Estado con la finalidad de obtener una victoria, pero cortando o limitando de manera muy significativa otros sectores de la economía, considerados no prioritarios en situaciones límite. La segunda se vincula con asegurar el bienestar mínimo de la población, alimentación y necesidades básicas, así como mantener su solidaridad y moral.
Si bien es cierto que un contexto de economía de guerra, cada país se adapta de acuerdo a su realidad, la literatura sugiere que existen tres elementos comunes que se dan en casi todas las situaciones. La primera es el autoabastecimiento de productos de primera necesidad, empezando por los alimentos y otros productos esenciales. El objetivo es reducir al máximo la dependencia del exterior limitando las exportaciones. En el contexto del COVID-19, la economía de guerra no hubiera permitido la exportación de 30 millones de mascarillas a China, Estados Unidos y Hong Kong, dejando totalmente desabastecido el mercado local.
El segundo elemento es que la producción industrial, por disposición del gobierno, se orienta a las necesidades que se han definido como prioritarias. Esto acaba de suceder en Estados Unidos, donde el presidente Trump obligó a la General Motors a producir respiradores, basándose en una Ley promulgada durante la guerra de Corea. En el caso peruano por ejemplo, se podría obligar a las grandes empresas que venden alcohol o gaseosas, a producir solamente agua.
La tercera es la política monetaria. Para financiar las prioridades del Estado se pueden generar nuevos impuestos, la desviación de los recursos públicos a áreas estratégicas y proteccionismo. En el caso peruano, ante la emergencia se ha otorgado dinero en efectivo a las familias más vulnerables que dependen del día a día para subsistir. No se descarta que estas iniciativas continúen y se profundicen dado el alto nivel de informalidad de nuestro país.
Por otra parte, la economía de guerra también puede generar efectos totalmente contrarios al objetivo trazado. Entre ellos podemos destacar el surgimiento de mercados negros, alta dificultad para adquirir bienes y servicios, disminución de la calidad de la ingesta alimenticia, entre otros.
A manera de conclusión, ya estamos viendo en el Perú y en el extranjero algunos asomos que indican que se vienen tiempos sumamente duros, probablemente los más difíciles desde la Segunda Guerra Mundial. Es necesario que el Estado peruano, con toda la experiencia de manejo de crisis anteriores y con una solidez macroeconómica construida por décadas, haga todo lo necesario para garantizar el bienestar de su población.
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