Termina otro año rutinario para las autoridades forestales: tala ilegal, check; devastación minera de cuencas amazónicas, check; tráfico de tierras en la selva, check e incendios forestales, check. Las redes sociales y los diarios se desgañitaron en septiembre pasado, reportando quemas descontroladas e incendios forestales en todo el país. El complejo arqueológico de Kuélap estuvo a metros de achicharrarse. La NASA reportó fuego dentro o muy cerca de veinte áreas naturales protegidas, destacando tres “bosques de protección”, la Reserva Nacional Titicaca y los parques nacionales Manu y Bahuaja Sonene. Ardieron Ucayali, San Martín, Loreto, Madre de Dios, Huánuco. Noticia rancia.
Hace dos años, previendo una sequía extraordinaria, un grupo de científicos y ambientalistas de Bolivia, Brasil y Perú dirigimos una carta pública a nuestras autoridades, donde advertimos: “Existe, este 2016, un altísimo riesgo de que las quemas agropecuarias escapen completamente de control y produzcan intensos incendios forestales, causando perjuicios económicos, humanos y ambientales inaceptables”. Nadie nos hizo caso y ocurrió exactamente lo temido: 20 000 hectáreas ardieron en Satipo. Los incendios afectaron seis áreas protegidas. En Ancash hubo un muerto.
Solo entonces, el presidente del Consejo de Ministros del Perú, Fernando Zavala; la ministra del Ambiente, Elsa Galarza, y el ministro de Agricultura, José Hernández, (receptores de la carta), aparecieron con rostros compungidos. Declararon emergencias y enviaron bomberos heroicos. Días más tarde, Hernández reconoció que no existían protocolos contra incendios forestales, aunque la ley de 2011 y su reglamento de 2015 decretan que debe haber medidas preventivas incorporadas al Plan Nacional Forestal y de Fauna Silvestre.
Las quemas agropecuarias son la principal causa de incendios forestales en el Perú. Por eso la ley encarga al Ministerio de Agricultura prevenir esos siniestros. Dos veces, desde 2016, ha regresado el fuego; pero seguimos sin estrategia de prevención de incendios forestales. ¿Qué espera el ministro Gustavo Mostajo? Quizá necesita tres meses más, como con la prohibición de pesticidas peligrosos que prometió hace cuatro meses, cuando bastan dos horas para hacer la lista.
Quemar barbechos reduce la mano de obra requerida para desbrozar los campos. Un fuego débil genera una delgada capa de cenizas fertilizantes, justo antes de la siembra o de la renovación de los pastos. Pero la gente quema sin evaluarla humedad del sustrato, la temperatura ambiente, la probable intensidad y el camino que tomará el fuego; sin proteger las áreas adyacentes, sin suficiente personal y, fundamentalmente, de modo absolutamente irresponsable.
Por ello, las quemas son sinónimo de graves perjuicios materiales y humanos. El Perú es incendiado regularmente, todos los años. La mayoría de las personas en costa, sierra y selva, aunque respiran humo dañino por tres meses y aunque pierden enseres y animales, ya se han acostumbrado. (La capacidad peruana de aceptar lo inaceptable solo evidencia dónde tenemos la autoestima y nuestro tejido social deshilachado). El SENAMHI publica advertencias de riesgo de incendios; pero nadie hace caso.
Sabemos quién, dónde, cómo y cuándo. Pero sobran negligentes e insensatos. Mientras lo continuemos tolerando.
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