Días previos a la celebración de Año Nuevo, empecé a notar la repetición de una práctica que llevamos años, décadas y, quizás, siglos, ejercitando como si se tratara de un músculo importante de nuestra anatomía: la comunicación, por diversos medios, de nuestro deseo de cambio y mejora, pero sin saber realmente cómo asumir los pasos para llegar a ese resultado. En tal sentido, las redes sociales han sido la plataforma non plus ultra de las «mágicas» ansias de transformación y mutación; incluso, exceptuando las publicaciones personalizadas, la mayor parte eran copias viralizadas y generales —me pregunto yo: ¿es que acaso todos deseamos lo mismo y en exacta intensidad?. Si queremos un poco más de contexto, una persona muy querida de mi círculo más cercano compartió una de esas publicaciones en su página de Facebook. El mensaje, aunque positivo en esencia, nos invitaba a transfigurar nuestras aflicciones del año 2020 en oportunidades de prosperidad para el año 2021. Como un acto que no me pude permitir escapar, le comenté dentro de la misma virtualidad: «No olvidemos hacer camino para arribar a ese desenlace». Claro está, me preguntó qué quería decir con esa frase y, sin saberlo, me introdujo al tema central de esta columna.
¿Por qué no bastan los buenos deseos de cambio?
La respuesta es simple, aunque la explicación puede ser más compleja: porque una cosa es la problemática que moviliza el surgimiento del deseo y otra es la acción que desencadena un resultado. Y entre estos conceptos hay muchos otros que intrincan la situación. Veamos un ejemplo: usted desea mejorar la relación con su pareja, porque el vínculo se ha deteriorado durante la pandemia. Hasta ese punto, parece haber claridad absoluta. Pero, realmente, no la hay. Ese solo «problema» puede deberse a muchos factores que, de no ser identificados, van a seguir perpetuándose de forma latente hasta que, «sin saberlo», asista a un punto de no retorno —¿alguna vez ha escuchado a alguien decir «No sé cómo llegamos hasta aquí»—. Por esta razón, si usted cree que, con desear, ha logrado el cambio, probablemente se dé de bruces contra la realidad. Para que un deseo genere el resultado esperado, no hay otro camino que determinar las variables que sostienen las dificultades.
Aunque esta es una de las partes más importantes del proceso de cambio, sin la acción todo se quedaría en un análisis. Por ello, lo más recomendable es que, luego de identificar el problema, los factores desencadenantes y mantenedores, y el deseo de cambio, se genere un plan de acción a corto, mediano y largo plazo. Este plan, con actividades alineadas con la eliminación de los escollos que alimentan la dinámica conflictiva de pareja y con la reparación del vínculo, es el eslabón que va a producir un efecto en el ambiente. En este caso en particular, en tanto una relación de pareja se construye por una diada, el efecto va a depender de ambas personas —aún cuando se ha cumplido a rajatabla y con la mejor intención todo este proceso de cambio, el resultado puede «parecer» el mismo—. Y aquí resalto la palabra «parecer», puesto que, aunque no siempre se consigue el resultado esperado, si se sigue de forma óptima esta estructura, es muy probable que se logre una conclusión quizás mejor en muchos sentidos: la mejora personal.
Ahora bien, ante de terminar esta columna, me tomo la oportunidad para sugerirles que, si realmente sienten un imperativo de cambio para este año 2021, busquen la asesoría de un profesional en salud mental. Esta es una de las mejores resoluciones que podrán tomar para este año que ya está aquí.
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