Columna | Ellos están en la B y nosotros en la Segunda División

Siempre es saludable mantener la capacidad de indignarse ante acciones que atenten contra el bienestar social. Lo que pasó en la final de la Copa Libertadores de América es sólo una muestra de lo atrofiadas que están las sociedades en esta parte del mundo donde la violencia se ha instalado en todo ámbito.

Si la violencia está de manera permanente en la política, en la economía, en la religión… ¿Por qué no tendría que estar en el fútbol? El fútbol o el deporte general no vive en una capsula para exceptuarse de los fenómenos sociales. Lamentablemente pasa en Argentina, pasa en Brasil, pasa en Colombia y aquí también. ¿Por qué quiero acentuar mi posición en el Perú? Porque cada vez que pasa con nuestros vecinos, nosotros nos sentimos en una burbuja casi europea, sin asumir que aquí en menor escala -por ahora- también se da. 

Sin ir muy lejos, mientras el mundo hablaba de lo que pasaba el domingo en el Monumental y de lo vergonzoso de una nueva postergación por agresión al bus de Boca Juniors, aquí nomás en la final de la Segunda División realizada en Trujillo, el técnico de Carlos Mannucci agredió a un miembro de la Policía Nacional tras el pitazo final.

Mientras en otro sector de la cancha, el defensor de la Universidad César Vallejo Leandro Fleitas no se inmutó de la presencia de la prensa y lanzó improperios contra la terna arbitral encabezada por Joel Alarcón. ¿El motivo? no estar de acuerdo con la sanción de un penal -que no existió- que perjudicó a su equipo.

Y esto que se dio en el Mansiche no es un caso aislado, se ve todos los años en instancias decisivas de la Copa Perú y también en el Descentralizado, en el cual hemos sido testigo de provocaciones inconscientes y de intolerancia. Pese a ello, nunca perdamos la capacidad de indignarnos, pero sin combatir la agresión con calificativos agresivos, porque si allá están en la “B”, aquí estamos en la Segunda División.