Si tu corazón late más aprisa viendo a tus alumnos. Si cada persona es para ti un ser que se debe cultivar. Si sabes volver a estudiar lo que creías saber. Si tu vida es lección y tu palabra silencio, entonces... tú eres maestro. (Anónimo).
Grecia es la cuna de la educación humanística, tierra abonada de maestros, puesto que es allí donde surge la preocupación por formar al ser humano con sabiduría como si fuera una obra de arte.
La figura del maestro, en la antigüedad, adquirió relevancia principalmente en el terreno educativo, en la formación espiritual y moral de la niñez y la juventud. Entre los griegos, la educación no era concebible sin la presencia venerable del sabio maestro, máximo guía y conductor de la sociedad.
En el Renacimiento y la modernidad, los horizontes ético-axiológicos de los maestros se amplían mediante reformas religiosas como la luterana y la entronización de la razón a partir de Descartes; en este aspecto, se hurga en el origen de las ideas morales haciendo énfasis en la libertad como polo opuesto a la necesidad y en la autonomía.
Por otra parte, según Luis González Seara,2 la educación moderna tenía la misión de formar ciudadanos y, así, aparecían vinculados de una forma estrecha la enseñanza, la nación estado, la propia democracia; se dedicaba a promover la adhesión a la comunidad nacional, al desarrollo de un sistema más secularizado de derechos y de libertades, que fueron configurando este mundo de la democracia y del mercado en el que vivimos. Este planteamiento educativo que hizo la modernidad, resulta hoy, primeramente, discutible, aunque algunos quieran seguir apegados a ese modelo modernizador de la escuela general de calidad extendida a todo el mundo, que fundía ese gran proyecto colectivo: nación, democracia, mercado.
El maestro contemporáneo
Es preciso preguntarse si la sabiduría está fundamentada en la autoridad de quien enseña, y sobre todo, a través de sus acciones. Por consiguiente, «la verdadera autoridad no violenta a nadie, no obra por imposición, sino por convicción. Su fuerza brota del mismo fondo de la vida.
El maestro del nuevo milenio manifiesta actitudes de liderazgo basado en una cultura humanizante o de desarrollo integral de la persona; está llamado a constituirse como un nuevo ser humano, un acompañante y no un protagonista.
El maestro sabe que está en juego una vida, y eso entraña una gran responsabilidad ética, moral, política y humana. Con estas expresiones subrayamos que, al hablar de vida humana, no nos limitamos exclusivamente al aspecto «biológico», al fenómeno común en los humanos y en los demás seres vivientes, sino precisamente a lo que es más propio del ser humano: desarrollo integral de todas las potencialidades de la persona.
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