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Los Carrau una familia uruguaya bajo el influjo del Titanic

La familia uruguaya Carrau recuerda el centenario de la tragedia entre retratos en blanco y negro, cartas amarillentas, un enigmático reloj y un mar de incógnitas.

EFE
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La muerte de dos de sus miembros en el Titanic dejó una huella imborrable en la familia uruguaya Carrau, una saga de comerciantes de origen catalán que hoy recuerda el centenario de la tragedia entre retratos en blanco y negro, cartas amarillentas, un enigmático reloj y un mar de incógnitas.

"Cada vez que recibimos a alguien iniciamos nuestra conversación con un "Y había un Carrau que viajó en el Titanic". Es una carta de presentación" de la empresa, afirma Agustín Carrau, descendiente directo de las víctimas y actual vicepresidente y responsable comercial de Carrau y Compañía.

Agustín y sus primos Ernesto, el presidente de la firma, y Matilde, la secretaria del directorio, reciben a Efe en la sede de la empresa en Montevideo.

Tradicionalista hasta la médula como todo negocio familiar, los grandes escritorios y suntuosos muebles antiguos de Carrau y Compañía trasladan al visitante al Uruguay de las vacas gordas, cuando era conocido como la "Suiza de América".

Solamente por aquel período de bonanza, impulsado por la exportación de alimentos a la Europa de las guerras mundiales, se puede explicar que esa pequeña nación sea uno de los países latinoamericanos que más pasajeros aportó a la fatídica travesía transatlántica.

"Con el Titanic estamos posicionados como en el fútbol, ahora nos nombraron terceros del mundo. No lo podemos creer", dice entre risas Ernesto.

En el famoso hundimiento, del que mañana se cumplen 100 años, murió su tío abuelo Francisco, que entonces tenía 28 años, y el sobrino de este último, Pedro, de 17.

Otro compatriota corrió la misma suerte: Ramón Artagaveytia, un descendiente de vizcaínos que cuarenta años antes se había salvado de otro naufragio en el río de la Plata pero que en 1912 no pudo burlar de nuevo al destino en aguas del Atlántico Norte.

"Los tres uruguayos viajaban en primera clase y los tres fallecieron. Hay quien dice que eran gente de mucho valor, que dijo "vamos a dejar lugar para otro". Queremos creer eso también, pero no lo sabemos", se sincera Ernesto mientras muestra orgulloso un antiguo reloj de bolsillo que heredó de su tío abuelo.

El misterioso objeto nunca llegó a abordar el Titanic, pues Francisco lo llevó a reparar pocos días antes a una tienda en Londres que sorprendentemente lo hizo llegar a Uruguay varias semanas después, cuando volvió a funcionar.

Entre los retratos en blanco y negro que cuelgan en las paredes de la empresa ocupa un lugar preferencial la foto de Juan Carrau, el joven catalán al que la familia debe el apellido y el origen de un fértil negocio de importación de ultramar.

Procedente de Vilasar de Mar (Barcelona), Juan recaló en Montevideo en 1841 al bajar del barco con el que cubría la famosa ruta comercial entre Cataluña, el Río de la Plata y Cuba. Dos años después instaló allí un almacén bautizado paradójicamente con el nombre de "El Navío".

Medio siglo más tarde, cuando subieron al Titanic, Francisco y Pedro acababan de concluir precisamente un viaje de negocios por Europa, del que queda constancia escrita en una carta que aún guarda la familia.

"En esa carta Francisco le explica a su hermano que se había enterado de que había un barco que se llamaba Titanic que llegaba en seis días a Nueva York" y que "había logrado cambiar su pasaje" para abordarlo, "porque inicialmente iba a viajar en otro barco", revela Ernesto.

Carrau y Compañía, que en 2011 facturó 32 millones de dólares anuales, que cuenta con 141 empleados y bajo cuyo techo trabajó en su juventud el expresidente uruguayo Tabaré Vázquez (2005-2010), guarda otra misiva escrita por Francisco desde el mismo buque de pasajeros con el membrete del Titanic.

Fechada el 11 de abril de 1912, un día después de la partida, en la escueta pero histórica carta el empresario advierte a sus parientes de que les escribirá desde Nueva York al llegar a puerto, algo que nunca se produciría.

Tras el naufragio, "el cuerpo de Artagaveytia apareció pero el de los Carrau no. Probablemente los dos Carrau habrán encontrado sepultura en un camarote y descansan en el fondo del mar", conjetura Ernesto, que a pesar de ese trágico antecedente mantiene la pasión familiar por la navegación.

"Nos gusta mucho pescar y salir al mar, se ve que tenemos una veta marítima que sigue", concluye el presidente de la firma.

EFE

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