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Fukushima, la "tormenta perfecta"

El temor a la llegada de una nube radiactiva es el último capítulo de una pesadilla que comenzó el viernes con el devastador terremoto.

La ciudad japonesa de Fukushima suma hoy su cuarto día de aislamiento y escasez, sin gasolina y pocas vías para escapar de la incertidumbre nuclear que acecha a 60 kilómetros, convertida tras el sismo en una "tormenta perfecta".

El temor a la llegada de una nube radiactiva es el último capítulo de una pesadilla que comenzó el viernes con el devastador terremoto, que mantiene a zona costera de la provincia en una situación de emergencia creciente.

Fukushima está bloqueada en su costa y el empeoramiento de la situación en la central nuclear ha convertido a esta provincia en un escenario donde convergen tres desastres: el terremoto más fuerte de Japón en 140 años, un gigantesco tsunami y el riesgo de accidente nuclear.

La capital, no obstante, está fuera del perímetro de seguridad de 30 kilómetros alrededor de la central nuclear.

Aquí el uso de un taxi se ha convertido en una misión imposible para los pocos vecinos que permanecen en la calles, ya que el combustible se raciona ante las dudas de que la situación mejore tras los nuevos problemas en la planta nuclear de Fukushima Daiichi.

Los coches privados casi no circulan por las calles y los taxis están reservados con antelación para trayectos que salen de la ciudad, como el que lleva al aeropuerto de la provincia, abierto desde hoy con dos vuelos diarios a Haneda-Tokio.

Los habitantes siguen sin agua y encerrados en sus casas para evitar la exposición a la radiactividad , por lo que algunos han decidido abandonar voluntariamente la ciudad pese a las dificultades que entraña el viaje.

El aeropuerto de Fukushima, muy afectado por el temblor del viernes, comenzó a operar con dos vuelos que se llenaron rápidamente, pero la hora y media de trayecto desde la capital de la provincia volvía reacios a la mayoría de los conductores, que conservan como un tesoro su gasolina.

La normalidad también vuelve lentamente a la vecina provincia de Tochigi, donde el Shinkansen o tren bala japonés une desde hoy la localidad de Nasu-Shiobara con la Estación de Tokio, lo que ha permitido a un gran número de familias y personas mayores dirigirse al sur del país.

Una madre y su hijo de pocos años decidieron no esperar más y tomar un taxi en Fukushima que, tras más de dos horas de viaje y unos 30.000 yenes (264 euros) de factura, les permitió recorrer de nuevo supermercados llenos de víveres y ver restaurantes abiertos en Tochigi.

Los primeros pasajeros de estos Shinkansen son sobre todo familias con hijos pequeños y ancianos que vienen en pueblos de toda la provincia de Fukushima, donde los muertos superan ya los 400 y los servicios básicos siguen sin funcionar.

Las madres lamentan la falta de agua corriente para cuidar debidamente de sus hijos, a lo que se suma ahora el temor a que se vean afectados por una nube radiactiva.

Algunos traían como única comida el arroz en bolsas de plásticos que daban en los refugios, unos gimnasios de colegios en los que se han cansado de pasar las noches.

Los niños corretean por el pasillo, ansiosos porque se van a Tokio, y cuando ven las grandes filas de coches esperando para llenar el depósito gritan "gasolina (en japonés)", en un ejemplo de la marca que ha dejado en los pequeños estos días de penuria.

Los vagones del Shinkansen van tan repletos que muchos tienen que ir de pie, rodeados por grandes maletas en su camino hacia la capital y soportando el suplicio con caras de cansancio.

Nadie se fía de las humaredas que salen de los reactores de la central nuclear, que han sumido en un fantasmagórico silencio varias localidades de la costa, hogar de una 200.00 personas que ahora temen la posibilidad de que su tierra se tiña de la temida radiactividad.

EFE

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