La política de "tolerancia cero" de Trump ha provocado la separación de familias porque los niños no pueden ser privados de libertad durante mucho tiempo.
El bebé no la reconocía. La salvadoreña Olga Hernández por fin había conseguido reunirse con su hijo después de que se lo arrebataran las autoridades estadounidenses, lo abrazaba con ansia, arropándolo con todo su cuerpo, pero el pequeño seguía paralizado, como congelado de miedo.
"Él cuando me vio no me reconoció, estaba como asustado y yo le decía: 'mi amor, ¿no me reconoces?'. Y él solo me miraba, con sus grandes ojos, se me quedaba mirando como diciendo: '¿Qué pasa, un día me dejan y ahora aparecen?", narra a EFE Olga, que pide ser identificada con un nombre falso por temor a represalias.
El pequeño, que ahora tiene 22 meses, cambió de actitud solo cuando vio a su hermano mayor, de cinco años, quien le había traído un juguete de regalo. "Parece que es ahí cuando ya fue entendiendo y entrando en sí, viendo que estaba otra vez con su hermano y su mamá", cuenta Olga.
El reencuentro ocurrió en febrero en un aeropuerto de Los Ángeles y después de que el bebé fuera encerrado durante 85 días en un albergue en Los Fresnos (Texas).
La familia de Olga está actualmente tramitando una petición de asilo para poder quedarse en EE.UU. y alejarse de la violencia de las pandillas en El Salvador, de donde salió con su marido y sus dos hijos el 8 de octubre de 2017.
La huida
La familia de Olga salió de la ciudad de Santa Ana (El Salvador) y se integraron en la caravana de inmigrantes centroamericanos conocida como "Viacrucis Migrante", que recorre México anualmente y que este año recibió duras críticas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Primero viajaron a pie durante días enteros y, luego, en Ciudad de México se subieron a uno de los peligrosos trenes de mercancías apodados como "La Bestia", que les llevó hasta el norte del país, donde surgió la posibilidad de abordar un autobús para aproximarse a la frontera con EE.UU.
El precio del billete era alto, pero el bebé, que tenía entonces 14 meses, había caído enfermo y como no podían pagar para toda la familia, pensaron que era mejor que el padre y el pequeño se adelantaran en autobús.
El marido de Olga y el bebé llegaron el 12 de noviembre de 2017 a uno de los puestos de entrada en EE.UU. y solicitaron formalmente asilo, pero se toparon con una sorpresa: los agentes les dijeron que no traían suficientes documentos para probar su parentesco y que, por tanto, debían ser separados.
Política de "tolerancia cero"
Cuando el pequeño fue alejado de su padre, esta salvadoreña todavía estaba en México con su hijo mayor. El 28 de diciembre se presentaron ante un puesto fronterizo de EE.UU. para pedir asilo también y, después de ser detenidos durante un tiempo, fueron liberados y viajaron a Los Ángeles, donde viven unos tíos suyos.
Entonces, Olga requirió la custodia de su hijo menor, un proceso que describe como "fastidioso", pero que finalmente tuvo su momento de "alivio" en el encuentro del aeropuerto.
"Me daba miedo de que mataran a uno de los dos o que los niños se criaran sin su papá o su mamá. Y que se criaran en un ambiente tan violento, que no tuvieran infancia, porque no se puede ir a un parque o estar tranquilo fuera de casa por miedo a una balacera", explica.
Olga y su esposo fueron separados de su bebé como consecuencia de la política de "tolerancia cero" en EE.UU., que lleva a procesar criminalmente a los adultos que llegan irregularmente, lo que ha provocado la separación de familias porque los niños no pueden ser privados de libertad durante largos periodos de tiempo. (Con información de EFE)
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