Putin es respaldado por haber devuelto la estabilidad al país tras la caótica década de 1990. Aunque según sus detractores a costa de las libertades individuales.
El presidente ruso, Vladímir Putin, busca un lugar en la historia. Con su previsible reelección, tendrá otros seis años más para perfilar un legado que a día de hoy oscila entre la mano dura con sus enemigos, oposición y Occidente, y el papel de padre de la nación.
Putin, con una popularidad de más del 80% tras dos décadas en el poder, ya no compite con nadie, sino consigo mismo y con la historia, convencido de que ésta le absolverá por haber hecho frente al imperio estadounidense.
Cuando llegó al poder en el año 2000, Rusia era inestable, con una economía fallida. Ahora, numerosos de sus conciudadanos lo alaban, asociándolo con la estabilidad y una nueva prosperidad favorecida por la actividad petrolera.
Eso a costa de un retroceso en materia de derechos humanos y libertades, según sus críticos.
Su origen
Nacido el 7 de octubre de 1952 en el seno de una familia obrera en Leningrado (hoy San Petersburgo), nada hacía presagiar que Putin acabaría ocupando la cima del poder.
Graduado en Derecho, trabajó en el KGB como agente de inteligencia exterior. Tras el desmembramiento de la URSS, se reinventó como asesor para relaciones exteriores del nuevo alcalde liberal de San Petersburgo y luego comenzó un ascenso fulgurante.
En 1996, fue requerido para trabajar en el Kremlin. En 1998 fue elegido director del FSB -que sustituyó al KGB- y un año después fue nombrado primer ministro por el presidente Boris Yeltsin.
Algunos miembros del círculo de Yeltsin creían que podrían manipularlo fácilmente. Sin embargo, él ya estaba metido de lleno en restablecer la autoridad del Estado formando un "poder vertical" que depende únicamente de él.
La guerra de Chechenia, lanzada en octubre de 1999, supuso el fundamento de su popularidad en Rusia. Cuando Yeltsin dimitió ese año Putin ya se había impuesto como el nuevo hombre fuerte del país.
Su relación con Occidente
Temido y admirado a partes iguales en el exterior, Occidente no tenía un rival de tal calibre desde tiempos de la Guerra Fría.
A ojos de los rusos, la sangrienta guerra de Chechenia le coronó como el salvador de la patria; la intervención militar en Georgia le consolidó como un líder temible; la anexión de Crimea le consagró como el nuevo zar de todas las Rusas y la cruzada en apoyo de su aliado sirio Bachar al Asad le convirtió en un líder universal.
Putin ha conseguido en casi dos décadas un apoyo popular que ni soñaron sus coetáneos, no digamos sus antecesores en el Kremlin. Recibió un país de rodillas, que se desangraba y le devolvió el orgullo nacional.
Su política interna
Desde su llegada al poder maniató a la oposición al Kremlin hasta el punto de que no hay ningún partido opositor con representación parlamentaria.
En 2008, al verse limitado a dos mandatos consecutivos por la Constitución, le confió el Kremlin por cuatro años a su primer ministro, Dmitri Medvedev, y se puso al frente del gobierno.
Cuando, en 2011, anunció su intención de volver a la presidencia para un nuevo mandato, provocó una oleada inédita de protestas. Cuando regresó al Kremlin en 2012 aprobó unas draconianas leyes contra la libertad de manifestación que estrangularon las protestas antigubernamentales.
A sus 65 años parece cansado, pero no dispuesto a abandonar el poder hasta dejarlo todo atado y bien atado. Extremadamente celoso de su vida privada, a Putin, padre de dos hijas y divorciado desde 2013, le gusta dar la imagen de un hombre de gustos simples. (Con información de Efe y Afp)
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