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Las tareas de Pedro Cateriano [COLUMNA]

Pedro Cateriano, presidentde del Consejo de Ministros.
Pedro Cateriano, presidentde del Consejo de Ministros. | Fuente: PCM

Lo que necesita Cateriano es un plan claro para apagar el incendio, reparar el barco y continuar la travesía hasta llegar a buen puerto. La actual situación impone el deber de mostrar el camino en el plano sanitario y en el plano económico

Escucha el canal de podcast de Las cosas como son en RPP Player.

El presidente del Consejo de Ministros tiene la tarea de sembrar una nueva esperanza en un momento en el que se multiplican las malas noticias y aumenta la incertidumbre. Lo que se espera de él no es solo que cumpla con un procedimiento constitucional sino que sepa ganar la confianza de una población cansada por una larga cuarentena y perjudicada por las consecuencias económicas de la paralización. Al margen de la confusión generada por cifras imprecisas, lo real es que nuevamente se vienen registrando oficialmente más de 5,000 contagiados y 200 muertos por día.

Se nos dijo que habíamos llegado a una meseta pero lo que vemos es la explosión de contagios en regiones que creíamos relativamente protegidas: primero Arequipa, después Junín, Huánuco, Puno y Cajamarca. El Perú figura entre los países con  la tasa más elevada de muertes en relación al volumen de su población. Ahora bien, ¿cómo corresponde reaccionar ante esta triste realidad? Como dice un proverbio chino, si el barco en que navegas comienza a incendiarse, no te conviene ponerte a discutir para designar al culpable.

Lo que se necesita es un plan claro para apagar el incendio, reparar el barco y continuar la travesía hasta llegar a buen puerto. La tragedia de una cuarentena que no ha dado los frutos esperados no debería satisfacer a nadie, por muy adversario que uno sea del gobierno. Debemos renunciar de manera lúcida a lo que el escritor Julio Ramón Ribeyro llamó “la tentación de la derrota”. Basta ver la situación de países como Brasil y Estados Unidos para reconocer que estamos ante una situación inédita para la que pocos estaban preparados.

La actual situación impone a Cateriano el deber de mostrar el camino en el plano sanitario y en el plano económico. Lo primero requiere hacer pruebas a los ciudadanos, rastrear la trayectoria de los sospechosos y aislar a los contagiados. Para eso hay que unir esfuerzos de la sanidad pública, el sector privado, la academia, la Fuerza Armada y voluntarios. No se trata solamente de mejorar los servicios hospitalarios, sino de evitar que los infectados lleguen a las fases avanzadas de la enfermedad.

La lucha contra la pandemia es un objetivo en sí mismo, pero es también un requisito de la reactivación económica. Cateriano ha afirmado la necesidad de que el Estado haga y deje hacer. Le corresponde llevar a cabo un plan de contención a través de bonos y un ambicioso programa de obras públicas. Para eso contamos con reservas y con acceso al crédito en mercados internacionales. Pero le corresponde también destrabar cientos de proyectos estrellados contra una legislación quisquillosa y también contra la omnipresencia de la corrupción. Lo ha mostrado recientemente un informe de la contraloría sobre la persistencia de prácticas corruptas bajo el estado de emergencia.

Además de la pandemia y la recuperación económica, Cateriano ha recibido del presidente Vizcarra el encargo de materializar su idea del Pacto Perú. Hay algunos que consideran que se trata de un ardid de Vizcarra para distraer y privar de protagonismo al Congreso. Otros lo rechazan por considerar que la función la cumple ya el Acuerdo Nacional, espacio de encuentro entre partidos, gremios, universidades y confesiones religiosas.

En cualquier caso, tenemos que aprender a dialogar para que no se diga de nosotros la terrible frase que la historiadora Gabriela Ramos ha  desenterrado del Deán Esquivel y Navia, testigo de la grave epidemia de 1720: “Ni había enmienda en las costumbres, ni cesaban las discordias, robos, fraudes, escándalos, injusticias y otras iniquidades entre la gente blanca, antes con mayor vehemencia debiendo aprovecharse del tiempo que Dios les concedía lo empleaban en pasatiempos y juegos, que nunca los hubo más frecuentes en esta ciudad”.

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