Durante años, Jorge Mario Bergoglio cultivó un perfil más silencioso que solemne: el de lector. Su relación con la literatura no fue solo la de un consumidor apasionado, sino la de alguien que hallaba en las palabras ajenas pistas sobre la condición humana. La muerte del papa Francisco deja, además de su legado pastoral, una estantería simbólica repleta de títulos que ayudaron a moldear su visión del mundo.
Lejos de considerar la ficción como un pasatiempo, insistía en que leer podía ser tan transformador como rezar. “La novela y la poesía nos enseñan a mirar el alma del otro”, escribió en una carta pastoral de 2024, donde abogó por incluir literatura en la formación sacerdotal. El mensaje era claro: Comprender la fe también pasa por escuchar lo que dicen los grandes narradores del alma humana.
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Si hay un nombre que marcó su pensamiento fue Dante. En La Divina Comedia, Francisco encontraba no solo un relato espiritual, sino una pedagogía de la esperanza. También Dostoyevski fue clave en su imaginario, especialmente Memorias del subsuelo, obra que consideraba “una exploración brutal del corazón herido”.
Pero su canon iba más allá de los clásicos. Recomendaba Señor del mundo, novela distópica escrita en 1907, como advertencia ante los peligros de un progreso sin alma. Y rescataba autores católicos olvidados como Joseph Malègue, a quien citaba para hablar de “la santidad cotidiana” de la gente común.
Desde Borges y Marechal hasta C.S. Lewis y T.S. Eliot, su mapa de lecturas era amplio y personal. A través de esas páginas, se dibuja la figura de un hombre que creyó en el poder de la palabra como forma de consuelo, revelación y resistencia.