En el hogar

La desigualdad en las tareas del hogar se ha evidenciado en el confinamiento.

Lavar, cocinar o limpiar son sólo algunos de los roles que históricamente se les ha atribuido a las mujeres en el hogar y, a diferencia de sus pares hombres, estos comienzan desde que son pequeñas. Ahora que el contexto nos obliga a quedarnos en casa, esta desigualdad se ha evidenciado. Aquí abordamos las consecuencias que la pandemia podría traer para el desarrollo social de las mujeres.

La desigualdad comienza desde casa

Más tiempo en la casa, pero menos horas libres. La pandemia ha afectado la rutina diaria de las niñas y adolescentes de nuestro país, y también ha postergado sus proyectos.

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En marzo de este año, Rosario, que vive en Huancavelica, tenía una sola ilusión: ingresar a la Universidad Nacional del Centro del Perú, en Huancayo, a estudiar Ciencias de la Comunicación. Todos los días se levantaba temprano para ir a estudiar a la academia. Al regresar a casa, por la tarde, repasaba los cursos pendientes y luego aprovechaba el tiempo libre para leer, pintar o pasar tiempo con su mamá y su hermano menor de 6 años. Días antes del examen de ingreso, todo esto cambió.

El presidente de la República, Martín Vizcarra, declaró aislamiento social obligatorio en todo el Perú para luchar contra la pandemia de la COVID-19. El examen se postergó, su mamá tuvo que salir a trabajar y su hermano menor comenzó a estudiar desde casa.

Ahora, en plena pandemia, Rosario se levanta antes de las 6 de la mañana para lavar los platos y ordenar la casa. Luego, se queda cuidando a su hermano y preparando la comida para el almuerzo. Por ser la hermana mayor, su madre, una persona que no ha ido a la escuela, le pidió que se dedicara a cuidar a su hermano y ayudarlo con las clases virtuales. "Realmente las cosas se me han complicado un poco. A veces hago dibujo u origami para distraerme, pero no me siento contenta con el poco tiempo que tengo para hacerlo", cuenta Rosario, quien a veces se queda hasta la 1 o 2 de la mañana para repasar los temas que antes veía en la academia.

Si bien, Rosario es el apoyo de su mamá, y no tienen una figura masculina en casa, siente que desde pequeñas a las mujeres de su comunidad les imponen roles en el hogar relacionados a la cocina o limpieza. "Nos dicen que porque somos mujeres tenemos que saber lavar y cocinar, y a nuestros hermanos varones les dicen que ellos no pueden estar en la cocina. Eso hace que nos sintamos mal y yo misma me pregunto por qué es así", afirma.

En el Perú, la desigualdad en los roles en el hogar se ha agudizado con la llegada de la pandemia. Según la única Encuesta de Uso del Tiempo (ENUT) realizada en el 2010, las mujeres destinan aproximadamente 6 horas al día al trabajo doméstico, mientras que los hombres, sólo dos. Si bien, esta cifra no se ha medido desde hace diez años, la tendencia seguiría siendo la misma y afecta no sólo a mujeres adultas, sino que comienza desde que son niñas y adolescentes.

En promedio se percibe que las adolescentes mujeres, de 12 a 19 años, dedican 8 horas y media a las tareas de cuidado a bebés, niños, niñas y otros adolescentes, mientras que sus pares varones dedican 5 horas, lo que genera una brecha de tres horas, explica Luisa Martínez, oficial de género de UNICEF Perú. “Esta brecha profundiza las desigualdades de género, ya que obliga a las adolescentes mujeres a dedicar buena parte de su tiempo a las labores de cuidado principalmente dentro del hogar, restándoles oportunidades para el desarrollo de sus habilidades sociales y tiempo dedicado al estudio”, agrega.

Milagros, de 18 años, es consciente de ello. Vive en el distrito de Carabayllo, en Lima, y este año termina el colegio. Antes de la pandemia su rutina diaria era bastante larga. Entre levantarse a las 6 de la mañana, ir a comprar el pan, preparar el desayuno, lavar los platos, cocinar y terminar las tareas pendientes se le iba toda la mañana. Estudiaba en el turno tarde, y antes de irse al colegio tenía que dejar el almuerzo preparado. Ya en la noche cuando regresaba a casa, el cansancio acumulado hacía que se duerma al instante, a veces hasta olvidándose de cenar. En verano, ella y su primo llevaban cursos vacacionales; sin embargo, ella era la que se encargaba de preparar el desayuno y ayudar a su mamá en la cocina.

“como niños, niñas o adolescentes, tenemos los mismos derechos y los mismos beneficios. No por ser mujer te tienes que quedar a limpiar sin poder salir a jugar con tus amigos o amigas”, reflexiona. “Todos tenemos que aprender las tareas del hogar, porque en algún momento vamos a necesitar de nosotros mismos cuando vivamos solos, sin importar si somos hombres o mujeres”, afirma.

Pasos pequeños, pero importantes

En el Perú, 6 de cada 10 mujeres son consideradas amas de casa, frente a 2 de cada 10 hombres, según la Encuesta Nacional de Hogares (ENAHO) de 2018. Hoy, dos años después de esa encuesta, y con una pandemia en curso esto se ha evidenciado, causando modificaciones en el comportamiento de los hombres en casa. Milagros comenta que las cosas han ido cambiando en su familia y que sus tíos y primos están valorando el trabajo del hogar y entienden que toma tiempo. “Yo solo me encargo de cocinar, pero a veces son mis tíos y mis primos los que trapean y limpian. Ahora todos están aprendiendo a compartir funciones y entienden que el trabajo que se hace dentro del hogar no es fácil”, cuenta.

Si bien, se ha identificado un mayor involucramiento por parte de los hombres en las labores domésticas y de cuidado a raíz de la pandemia; aún son las mujeres quienes continúan destinando más tiempo a la realización de estas actividades. Así lo afirma la última actualización de la “Encuesta sobre percepciones y actitudes de mujeres y hombres frente al COVID-19", realizada por el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP) en conjunto con IPSOS. Además, la misma encuesta resalta que son las mujeres quienes han sentido el doble de estrés que los hombres respecto al aumento en las tareas del hogar producto de la cuarentena.

Por otro lado, a las mujeres del hogar no sólo se les atribuye las tareas domésticas, sino también las de cuidado. Una de las encuestas que dan luces sobre este tema en el contexto actual es la realizada por el Ministerio de Educación sobre el programa virtual Aprendo en casa. Las y los niños que estudian de forma remota suelen ser acompañados en su mayoría por figuras femeninas como madres y hermanas. Así, vemos que en promedio un 55% de madres son quienes se encargan de esta tarea como parte de su rol de crianza mientras que los padres sólo lo hacen en un 13%.

“Estos resultados muestran una gran desigualdad, más aún en época de pandemia, en la cual ambos tienen la misma posibilidad de estar en casa y dedicarse a estas tareas. Esto está muchas veces justificado en ideas como: las mujeres son multifacéticas, tienen más empatía y paciencia con las y los niños, la crianza es su rol principal y los hijos/as necesitan más a la madre que al padre”, menciona Marisu Palacios, especialista en género de la Fundación Ayuda en Acción. Lo cual también va en sintonía con la encuesta de Hogares realizada en 2018, done el 52.7% de peruanos consideraba que la mujer debía cumplir primero su rol de madre y esposa antes que sus sueños y metas personales.

La deserción escolar podría aumentar

Una de las preocupaciones de las jóvenes peruanas es tener que dejar sus estudios para hacerse cargo de las tareas del hogar.

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El impacto negativo de la asignación de roles en el hogar puede ser aún mayor en el aprendizaje escolar de niñas y adolescentes, retrocediendo lo avanzado por el Estado en los últimos años para disminuir la deserción escolar. La tasa de deserción interanual en secundaria registrada en 2019 fue de 3.5% para todo el país, siendo 3.3% en mujeres y 3.7% en hombres. Esto quiere decir que de cada 10 estudiantes que terminaban el curso escolar, 4 no se volvían a matricular al siguiente año que les tocaba.

Este año, casi 10 millones de alumnos de primaria y secundaria fueron afectados tras el cierre de escuelas por la pandemia de la COVID-19, lo que podría hacer que la deserción escolar se incremente del próximo año. Además, por la experiencia de anteriores aislamientos, se estima que las niñas y adolescentes que están dejando la escuela tienen menos probabilidades de regresar cuando se reanuden las clases presenciales que sus pares varones, según información de UNICEF.

“Es importante mencionar que, antes de la pandemia, la educación de las niñas y adolescentes ya estaba rezagada sobre todo en zonas de pobreza y pobreza extrema, y contextos rurales e indígenas”, afirma Luisa Martínez, oficial de género de UNICEF Perú. Si bien, según las cifras oficiales son los hombres quienes suelen abandonar más la escuela que las mujeres, en el ámbito rural esta situación se revierte. Según el ESCALE (Unidad de Estadística Educativa de Ministerio de Educación), los hombres en zonas rurales suelen alcanzar 8.9 años de los 11 que dura la educación escolar mientras que las mujeres sólo alcanzan 7.4 años.

“Por las responsabilidades y los roles de género, se estima que cada vez más las mujeres se vean imposibilitadas de terminar los estudios, ya que son las que tienen que responder a las necesidades básicas, alimentación y cuidado de familiares”, afirma Ada Mejía, jefa de Género de Plan International.

En lo referido a Perú, las principales razones que esbozan las y los jóvenes para abandonar la escuela son la necesidad de trabajar para obtener ingresos y la falta de interés en los estudios, refiere el Grupo de Análisis para el Desarrollo (GRADE) en un análisis sobre el estudio ‘Niños del Milenio’. “A los 12 años, los jóvenes mencionaron principalmente razones económicas, como los costos de la educación. A los 15 años, señalaron como las razones más importantes, además del costo educativo, la necesidad de contar con un trabajo remunerado y la falta de interés en ir a la escuela”, afirman.

Ante ello, Mejía afirma que, en términos económicos, se ha evidenciado que se privilegia la educación de los hombres que la de las mujeres por su rol de proveedor. “Aún persiste la idea de que si la mujer no termina los estudios igual podrá casarse y habrá alguien que la cuide. En el Estado de Emergencia, esto no ha cambiado", agrega.

Sin embargo, no se debe dejar de lado que las adolescentes han desarrollado mayor empatía e independencia en esta cuarentena, a raíz de permanecer mayor tiempo dentro de casa, fortalecer lazos familiares y tener que adaptarse rápidamente a las nuevas formas de enseñanza.

Así lo relata Galia, de 14 años quien vive en Huánuco y ahora es miembro de GirlGov, que promueve el liderazgo político y el empoderamiento de niñas y adolescentes en el Perú. “La pandemia ha cambiado mi vida en muchos aspectos. En lo académico he tenido que adaptarme a esta nueva metodología que se está impartiendo en todos los colegios y, además, he tenido que balancear mucho mejor mi diversión y los trabajos de la escuela”, cuenta.

Las y los adolescentes están preocupados por cómo la pandemia afecta a su proyecto de vida a mediano y largo plazo, según testimonios recogidos por Plan International. Ambos, hombres y mujeres, sienten que tendrán que posponer sus proyectos de estudiar para ayudar en la casa, debido a la situación económica que enfrentan muchas familias peruanas. Sin embargo, en las mujeres esta responsabilidad se vincula más a asumir tareas domésticas y el cuidado de la casa, mientras que en los hombres se dirige hacia el ámbito público y a conseguir trabajo para aportar económicamente en la familia.

Pero esta situación de aislamiento no es nueva, ya ha sucedido anteriormente con el brote del Ébola en África Occidental de 2014 a 2016. El cierre de escuelas en ese periodo contribuyó a que muchas niñas y adolescentes se convirtieran en el principal sostén de las familias, comprometiendo su asistencia a la escuela, recuerda Martínez de UNICEF Perú. “El riesgo de que se presente una situación similar es global. La pandemia y las medidas de confinamiento en las casas puede exacerbar las vulnerabilidades ya existentes y los factores de interrupción de la trayectoria escolar”, anota.

Impedimento de autorrealización

Estudiar otra carrera, tener un pasatiempo o hasta incursionar en política son algunas de las actividades a las que tienen que renunciar las mujeres por falta de tiempo.

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La sobrecarga de tareas en el hogar y de cuidado no permite a las mujeres desarrollar mayores expectativas de vida. Así lo señala María Pía Molero, directora de Igualdad de Género y No Discriminación del MIMP. “Les reduce el tiempo no sólo a actividades de relajación y recreación, sino también a actividades que les permitan crecer profesionalmente. Además, limita el acceso a educación y a un mercado laboral con igualdad de condiciones que los varones”, comenta.

En términos educativos, si bien en algunas carreras profesionales, incluso las mujeres están por encima del promedio de participación, el problema está en el abandono de los estudios. “Las mujeres podemos alcanzar diversos niveles educativos, pero no solemos culminarlos o no alcanzamos los mismos que los hombres. Y esto se debe a diferentes factores como la labor en el hogar, ayudar a la familia, embarazo adolescente o matrimonio temprano. Incluso la maternidad hace que se posterguen los planes de estudios superiores”, afirma Arlette Beltrán, vicerrectora de Investigación de la Universidad del Pacífico.

Otra faceta que las mujeres no pueden explorar es la participación política. Actualmente tenemos representación política femenina en ministerios y en el parlamento, pero en otras áreas de representación como alcaldías o gobiernos regionales esta es menor. “En las últimas elecciones regionales y municipales, las mujeres alcaldesas o gobernadoras no llegaban ni al 2%. Esto tiene que ver con la posibilidad que tiene la mujer de seguir creciendo en términos profesionales”, apunta Beltrán.

Por ello, si bien hay iniciativas para sensibilizar a través de los medios, hace falta una transversalización del enfoque de género en el Gobierno central, que asegure que todas sus instancias formulen acciones y políticas públicas claras y articuladas que respondan a esta problemática desde varias aristas, resalta Marisu Palacios, especialista en género de la Fundación Ayuda en Acción.

Beltrán, por su parte, señala que “como mujeres somos personas completas, tenemos una vida personal, profesional y también de ocio”. Así, la inmovilización social ha demostrado la necesidad de que todos los miembros del hogar colaboren en las tareas domésticas y esto no debería ser algo pasajero, afirma. Esta puede ser una oportunidad para aprovechar la coyuntura y poner en agenda la necesidad de un sistema de cuidado que permita equilibrar los tiempos que emplean las mujeres en las tareas en casa.

“Es importante invertir en la cobertura de los servicios de cuidado que brinda el Estado. Y no hablo sólo de guarderías para niños pequeños, sino también de servicios de cuidado de la salud, porque muchas veces las mujeres tenemos que encargarnos del cuidado de los enfermos”, apunta la especialista. Es este sistema nacional de cuidado lo que podría representar una luz de esperanza para acortar la desigualdad en los roles del hogar entre hombres y mujeres.

En esa línea, UNICEF también señala la importancia de tener un sistema de cuidado que sirva para equilibrar la balanza. “Es necesario que, en el marco de la ‘nueva convivencia’, reformulemos los roles de género, de manera que permitan compartir el trabajo doméstico no remunerado entre hombres y mujeres, así como que se desarrolle el Sistema Nacional de Cuidado, indicado en la Política Nacional de igualdad de Género”, afirma Luisa Martínez. Es esta iniciativa la que podría representar una luz de esperanza para acortar la desigualdad en los roles del hogar entre hombres y mujeres.

Urge un Sistema Nacional de Cuidado

Las políticas públicas deben tomar e cuenta que el tiempo que las mujeres destinan al trabajo doméstico no remunerado es mayor al de los hombres.

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La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) calcula que las peruanas destinan en promedio el 40% de su día (sin contar horas de sueño) a labores domésticas sin paga. En el 2016, cuando el INEI monetizó el trabajo no remunerado, descubrió que este equivale al 20% del PBI anual del país. Una de las propuestas en las que coinciden todos los especialistas es en la necesidad de tener un Sistema Nacional de Cuidado brindado por el Estado que sirva como soporte para equilibrar los cuidados y trabajos en el hogar que se les suele atribuir a las mujeres, y que no tienen remuneración alguna. “No existe una red de soporte que tenga centros de desarrollo infantil temprano donde los niños y niñas puedan estar. Si existieran estos centros, la madre podría dedicar todo el tiempo que le dedica al niño a otras actividades y se aliviaría parcialmente la sobrecarga en el trabajo de cuidado y del hogar”, afirma Hugo Ñopo, investigador principal de GRADE.

Si bien, existe el “Programa Nacional Cuna Más” que tiene servicios de cuidado diurno para niñas y niños menores de 36 meses en situación de pobreza, el alcance de este programa aún es muy pequeño, menciona el especialista. “Necesitamos algo más que guarderías, algo más masivo y más pro”, agrega.

En esa línea, un sistema de cuidados propone poner atención al tema del cuidado como valor público y no como aquello “que las mujeres hacen en casa” y que deben replicar en el espacio público, explica Eliana Revollar, adjunta de los Derechos de la Mujer de la Defensoría del Pueblo. “Un sistema de cuidado pensado como valor público significa que las labores de cuidado sean remuneradas y que tengan una especial protección en términos de seguridad. El Estado debe tomar en cuenta en las políticas públicas que el tiempo que las mujeres destinan al trabajo doméstico no remunerado es mayor al de los hombres”, sostiene.

Esta red externa de protección social también puede ser autogestionada desde las municipalidades o las comunidades, agrega Ñopo. “Los barrios pueden organizarse para proveer esos servicios. Se pueden juntar esfuerzos desde el estado y desde el privado, para aliviar parcialmente la sobrecarga de trabajo que tienen las mujeres”, dice.

Avance en la propuesta

Sobre ello, desde el MIMP ya se está trabajando en una propuesta para implementar el Sistema Nacional de Cuidado a la población dependiente, particularmente a mujeres. Este sistema busca ampliar la cobertura de los servicios de cuidado de calidad y, de esta manera, permitir que las mujeres tengan más oportunidades para integrarse en el mercado laboral, tener una mayor incidencia en espacios de toma de decisiones y una mayor participación política, afirma la institución.

Esta iniciativa se aprobó en abril del 2019 y actualmente está en una fase de diseño. “Hemos tomado conocimiento de las políticas de cuidado que se vienen desarrollando en América Latina y estamos generando una propuesta que tendrá que ser consensuada y validada por los actores que tengamos identificados”, explica María Pía Molero, directora de Igualdad de Género y No Discriminación del MIMP. La Política Nacional de Igualdad de género, en la que se ampara esta iniciativa, da como límite el año 2022, momento en el que el MIMP espera iniciar la fase de implementación.

Estos esfuerzos no deben ser impulsados solo por el sistema público, sino también por el privado. Natalia Cortina, gerenta del Ranking Par de Aequales Perú, señala que también se debe hablar de sistemas de cuidado privados e incluso subvenciones compartidas entre la empresa y el estado. “Tenemos que seguir promoviendo que las mujeres lleguen a los puestos de toma de decisiones y para ello es fundamental dar beneficios específicos desde las empresas, mantener los horarios flexibles y, a través de capacitaciones, sensibilizar a los hombres en temas de corresponsabilidad”, añade.

Estamos en un momento propicio para abordar los roles y estereotipos de género que nos llevan a distribuir tareas y formas de ser en base a si somos hombres o mujeres, sostiene la ONG Ayuda en Acción. Sobre todo, porque estos estereotipos pueden llegar a validar e incluso justificar el uso de la violencia cuando las mujeres no cumplen con las expectativas que la sociedad les impone.

La violencia no entró en cuarentena

“No sabe cocinar” o “no plancha bien la ropa” son sólo algunas de las explicaciones que dan los agresores de mujeres en los más de 9 mil casos de violencia registrados en la cuarentena.

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La primera denuncia que Carolina Nuñez le interpuso a su expareja Joao Sifuentes por agresión física data del 2013. Carolina no recuerda bien si fue por un intento de tirarla del balcón o por un golpe en frente de sus amigos en Larcomar, Miraflores. “Me pongo un poco nerviosa, perdón, pero fue por uno de esos dos motivos”, nos cuenta desde Iquitos por teléfono. Hoy, siete años después, ha acumulado un total de 13 denuncias en contra de Sifuentes por violencia física, psicológica y hasta sexual. La última ocurrió el pasado 13 de abril, cuando llegó a la casa de Carolina a dejarle víveres y la manutención de su hija pequeña de 9 años, debido a la crisis económica de la pandemia.

Carolina estaba llevando clases online en el estudio de su casa. En el departamento estaban también la niñera y su hija, cuando Sifuentes entró intempestivamente a reclamarle y pedirle que le dé la cara y una serie de explicaciones. Siempre que podía, la amenazaba de muerte y la acosaba intentando saber si tenía una nueva pareja. “Yo no tengo por qué darte explicaciones de nada, le dije. Es más, le dije que él me debía dinero y se alteró. Terminó encerrándonos a todas en el estudio y comenzó a golpearme la cara y el cuerpo. Mi hija y la nana intentaron ayudarme, hasta que logramos ir a la comisaría a poner la denuncia”, relata Carolina. Sin embargo, en la comisaría no encontró el apoyo que esperaba.

“Estuve esperando a la fiscal de turno y nunca llegó, me quitaron la billetera y me la devolvieron vacía. Tuve que regresar a mi casa caminando sin un maldito cobre. Ni siquiera por verme golpeada, maltratada o humillada alguien me llevó de regreso. Los policías me dijeron que intentaron buscarlo, pero supuestamente no lo encontraron. No sé cómo si yo hasta les hice un croquis con la dirección”, cuenta indignada.

Pese a la flagrancia del delito, la fiscal a cargo del caso, Gina Liz Janampa Quispe, lo dejó libre. El motivo: debido al Estado de Emergencia no podían llevar a cabo los actos de investigación dentro del plazo de detención por flagrancia. Hoy, Joao Sifuentes está fuera del país, en Estados Unidos; sin embargo, Carolina teme que cuando se reabran los vuelos internacionales, él vuelva a Perú para atormentarla. “Estoy en Iquitos haciendo los trámites para mi divorcio, pero en octubre él puede volver y yo sólo quiero estar tranquila y que se haga justicia”, afirma.

Los roles que socialmente se le atribuyen a la mujer las puede someter a una violencia de género sistematizada. En el 2019, 7 de cada 10 mujeres admitió haber sido víctima de violencia física o psicológica, según la Encuesta Nacional de Relaciones Sociales (ENARES). Y de ellas, el 80% admitió haber sido maltratada por su exesposo o excompañero.

Esta situación se ha agravado tras el confinamiento, que obliga a que la mujer, los hijos, y la familia extensa tenga que lidiar a diario con la presencia del agresor en el hogar. Esto, junto al estrés por la falta de dinero, trabajo, diversos y diferentes cambios con las particularidades que viva cada mujer en el hogar, está conllevando a que los índices de violencia se eleven de manera significativa. Así lo señaló el Ministerio de Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP).

Cifras que hablan

Durante los meses de enero y marzo de este año, antes de que llegue la pandemia a nuestro país, se registraron 43 617 casos de violencia contra la mujer a través de los Centro de Emergencia Mujer (CEM). De estos casos, el 50% correspondió a violencia psicológica y el 39% a violencia física. Al decretarse el Estado de Emergencia en marzo, quedó suspendida la atención presencial de los CEM a nivel nacional, lo que imposibilitó que muchas mujeres puedan poner sus denuncias. Ante ello, se abrieron los Equipos de Itinerancia Urgente (EIU) en reemplazo de los CEM para poder recoger los casos de violencia durante la cuarentena, privilegiando la atención de casos de mayor urgencia como situaciones de flagrancia, violencia sexual o feminicidio en grado de tentativa.

Esto hizo que los EIU, desde el 17 de marzo hasta el 31 de julio, hayan atendido 11 129 casos de violencia, según reporta el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP). No obstante, la diferencia en la tendencia aparece en estas fechas, puesto que en los casos reportados la mayoría de las denuncias correspondieron a violencia física (48%) y en menor proporción a violencia psicológica (36.9%). Además, la cantidad de denuncias que se recogieron desde los EIU en cuatro meses es muchísimo menor en comparación a las que se recogieron sólo en enero de este año (18 466), debido a que han tenido una cobertura limitada.

Esto tiene dos explicaciones: por un lado, se le ha dado prioridad a los casos urgentes en los que haya habido evidencia de la agresión física contra la víctima y, por otro, la propia mujer ha preferido ocultar o no denunciar casos de violencia psicológica. “Esto sucede porque la mujer no ha tenido mecanismos de denuncia. Para estos casos de violencia psicológica se les decía a las víctimas que regresen cuando el Estado de Emergencia sea superado... cosa que hasta la fecha no se ha dado”, sostiene Eliana Revollar, adjunta de Derechos de la Mujer de la Defensoría del Pueblo. Esto significaba un gran riesgo para las víctimas, pues se las enviaba a seguir conviviendo con el agresor sin tomar ninguna medida de prevención, agrega.

“No sabe cocinar”

Según la Defensoría del Pueblo, las respuestas de los agresores en este periodo de emergencia se relacionan a que la mujer no ha cumplido adecuadamente el rol tradicional que se les atribuye ten el hogar. “No sabe cocinar”, “le he gritado porque me dio la comida fría”, “no plancha bien la ropa”, “mi mamá lo hace mejor”, son sólo algunas de sus explicaciones, detalla Revollar. En todas estas respuestas lo que se evidencia es la hegemonía de lo masculino sobre lo femenino; no reconocen a su pareja como una persona que tiene derechos y no reconocen, además, que ellos tienen una corresponsabilidad en el hogar porque todo se le atribuye a la mujer.

Y esto ocurre en todo el país. El 52.7% de peruanos considera que la mujer debe cumplir primero su rol de madre y esposa, antes que sus propios sueños, según la ENARES 2019. Y, como hemos mencionado, esta asunción del rol productivo del hombre y reproductivo de la mujer, trae consecuencias de frustración, sobre todo, en tiempos de crisis.

“En el caso de los hombres, los limita el tener bajo sus hombros la carga principal de proveer, ya que, por un lado, los frustra y termina desencadenando en violencias, y por otro, no se prioriza su vínculo en el hogar y en la crianza de sus hijos e hijas, desarrollando así relaciones más superficiales y principalmente de autoridad con ellos/as”, comenta Marisu Palacios, especialista en género de la ONG Ayuda en Acción.

Además, muchas de las denuncias por violencia física han ocurrido cuando la mujer pedía la manutención en favor de los hijos, como fue el caso de Carolina. Esto es lo que, a su vez, ha causado la lamentable cifra de 39 feminicidios durante este periodo de cuarentena. “Antes, los motivos de los feminicidas eran los celos o el que la mujer no quiera retomar la relación y ahora estamos viendo que la causa en varios de los feminicidios era el pedido de dinero para mantener a los hijos”, afirma Revollar.

Si bien, entre 2018 y 2019 el Estado peruano aumentó notablemente el presupuesto destinado a combatir la violencia contra la mujer pasando de 184 millones de soles a 450 millones, sólo 20% de este presupuesto se gasta en temas de prevención. Así lo resalta un informe del Banco mundial, que señala que “el enfoque en prevención es más reciente y está concentrado en cerca de 8 programas liderados por el MIMP, con distintos objetivos y algunos con alcance relativamente limitado”.

Es fundamental continuar con las iniciativas de educación y prevención que se están impartiendo desde el Estado, sobre todo ahora que la pandemia ha llegado a evidenciar que las desigualdades entre hombres y mujeres comienzan desde casa.

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