Ion Fury hizo noticia el año pasado -cuando su nombre era Ion Maiden-, luego de que Iron Maiden demandara a la editora 3D Realms por el parecido del nombre del videojuego con el de la banda, algo que podría “confundir a los consumidores”.
Tras la demanda, 3D Realms realizó el cambio de nombre a su producto, que pasó a llamarse Ion Fury, y así salió al mercado, en agosto del año pasado, en exclusiva para PC. Esta semana Ion Fury se estrena en PlayStation 4, Xbox One y Nintendo Switch, por lo que nos toca analizarlo a fondo.
Lo bueno
La historia de Ion Fury es simple, pero sirve para ponernos en contexto de las acciones. El doctor Jadus Heskel está sembrando el terror en la ficticia Neo DC, desplegando una serie de creaciones y aberraciones para tomar el control de la ciudad.
Para hacer frente al maléfico doctor, entra en acción la heroína del juego: Shelly ‘Bombshell’ Harrison, miembro de la Global Defense Force, quien -arma en mano- debe eliminar a los esbirros de Heskel para devolver la paz a Neo DC.
Ion Fury es un shooter que nos transporta inmediatamente a los años noventa, con una jugabilidad y un apartado gráfico al estilo Duke Nukem 3D o Shadow Warrior. De hecho, el estudio Voidpoint -la gente detrás de Ion Fury- utilizó una modificación del motor Build, software que no era utilizado desde hace casi dos décadas en un videojuego comercial.
El juego nos suelta en acción rápidamente, sin tutoriales, por lo que cada uno debe ir descubriendo los comandos y las acciones que podemos realizar. Esto es un arma de doble filo, ya que la ausencia de explicaciones puede llevar a que muchos jugadores no exploten todas las alternativas a nuestra disposición. Pero así eran las cosas antes.
Ion Fury es bastante retador, con un nivel de dificultad elevado, incluso en la modalidad por defecto. Además, no abundan los puntos de control, por lo que perder una partida nos puede llevar a rejugar una buena porción de terreno.
El juego está plagado de referencias a diversos videojuegos, películas y hasta productos comerciales, muchos de ellos reservados a auténticos ‘conocedores’ de la cultura popular noventera. No exagero al decirles que los guiños a otras obras pueden superar fácilmente el centenar.
En la misma tónica, dentro de los escenarios -con un diseño básico, pero bastante inteligente- hay decenas de secretos ocultos que debemos descubrir para completar el 100 % del juego, un reto mayúsculo que demanda varias horas extra.
Ya que hablé de la duración de Ion Fury, debo decir que pasar la campaña me demandó unas 12 horas, tiempo que se extenderá si es que te propones a conseguir todos los secretos.
Lo malo
A nivel jugable, Ion Fury acarrea problemas que tenían los shooters noventeros. El juego carece de mecánicas de apuntado, salvo un arma que tiene un ataque secundario que permite apuntar a enemigos.
Otro problema es la accesibilidad a las armas, ya que los cambios se realizan marcando arriba o abajo en la cruceta del control. Esto funciona cuando tenemos dos o tres armas, pero cuando manejamos seis o siete, hacer el cambio a un arma en específico se hace engorroso.
Asumo que en PC los cambios son más intuitivos apretando solo un botón del teclado, pero en consolas no se ha realizado una adecuación acertada para esta mecánica.
Además, debió incluirse un comando para lanzar las granadas de manera directa, sin tener que acceder a ellas en el mencionado selector: las granadas deberían ser un arsenal complementario a nuestra arma principal.
Para este análisis, no valoraré el apartado gráfico, ya que hablamos de un juego que utiliza tecnología de hace más de dos décadas. Pero sí debo cuestionar sobremanera la pobre optimización para Nintendo Switch (que es la versión que jugué para este review).
No han sido pocas las veces que he tenido problemas con la caída de frames, que se van al suelo cuando hay muchos elementos en pantalla. Esto es algo inaudito a estas alturas, ya que no hablamos de un juego exigente a nivel gráfico.
Ion Fury no cuenta con incentivos para rejugar su campaña, salvo conseguir todos los secretos o medir nuestra habilidad en un nivel de dificultad más elevado. Además, salvo tres misiones extra (extraídas directamente de la campaña), no hay modos adicionales que le den más vida al producto.
La variedad de enemigos es limitada, llegando con las justa a la decena. Esto hace que los enfrentamientos se sientan algo monótonos y repetitivos, ya que son los mismos tipos de enemigos una y otra vez. Sobre el último tramo se matiza un poco esto, incluyendo a bosses entre los enemigos ‘comunes’, pero igual el resultado final no es del todo satisfactorio.
Lo feo
En la misma tónica con la variedad de enemigos, debo cuestionar lo poco inspirados que son los bosses del juego, enemigos poderosos que enfrentamos casi siempre al final de cada capítulo de la campaña.
Todos estos enfrentamientos son genéricos y bastante planos, sin alguna mecánica especial que nos invite a explorar alternativas. De hecho, el enfrentamiento contra el boss final se reduce a una consecución de oleadas de enemigos que debemos eliminar, para luego atacar a placer a nuestro némesis.
Conclusión: Ion Fury se siente como un shooter noventero: acción directa, brutal, chistoso y hasta políticamente incorrecto, pero lamentablemente acarrea deficiencias jugables de un título de aquellas épocas (sin mencionar los problemas técnicos que encontré en la adaptación a Nintendo Switch). Si Ion Fury hubiera salido hace un cuarto de siglo, tal vez lo veríamos hoy como un clásico de la historia de los videojuegos. Pero estamos en pleno 2020, y los videojuegos han evolucionado. Ion Fury -lamentablemente- se quedó atrapado en el pasado.
Y ustedes, ¿han jugado Ion Fury?, ¿qué opinan de la estética noventera del juego de Voidpoint y 3D Realms?
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