Cuidar a los hijos, dedicarse a la limpieza, lavar la ropa, ir al mercado, comprar los víveres, preparar los alimentos y, además, administrar los ingresos familiares. A las mujeres se les ha atribuido históricamente estos quehaceres domésticos como un deber sagrado que deben cumplir.
Pese a que, con el paso del tiempo, han comenzado a insertarse en el mercado laboral, ya sea por limitaciones en los ingresos económicos de la familia, aumento de desempleo de la pareja o deseo de superación, esto no se ha traducido en una redistribución de los roles en el hogar, sino en una doble carga laboral que ha afectado su autoestima y su bienestar.
“La mujer ha ido ejerciendo labores en el ámbito público y ya asume el rol de proveedora del grupo familiar, pero eso no ha significado una disminución de la carga en su rol de cuidadora”, sostiene la Dra. Marcela Paliza, Comisionada de la Adjuntía para los Derechos de la Mujer de la Defendería del Pueblo.
El informe “Sobrecarga de labores en las mujeres durante la cuarentena” de la Defensoría del Pueblo revela que antes del aislamiento social obligatorio, las mujeres disponían de mayor tiempo para desarrollar labores productivas en el espacio público. Con la pandemia, el cuidado de niños, adultos mayores, o con discapacidad dependientes desapareció y ahora son los mismos integrantes de una familia los encargados de hacerlo. Es decir, en su mayoría, las mujeres.
La cuarentena también trajo el trabajo remoto para poder cumplir con las responsabilidades de los centros de trabajo. Sin embargo, en la mayoría de los casos esta modalidad está jugando en contra de las mujeres, especialmente en aquellas que cuentan con carga familiar.
Según el informe de la Defensoría del Pueblo, el 63.2% de mujeres consultadas aseguraron que no pueden cumplir con el trabajo remoto mientras sus hijos participan en las clases virtuales por dos motivos: deben acompañarlos en ese momento o sólo tienen una computadora en casa.
Si sumamos esta modalidad de trabajo con las labores de cuidado y la educación virtual, el tiempo destinado a la vida privada se ha reducido por completo, afectando la salud física y mental de las peruanas.
Ellas cuentan sus historias
Fátima Oré Chávez tiene 30 años y dos hijos. Estudia la carrera Derecho, trabaja en una dependencia fiscal de Lima y su rutina diaria es maratónica. Tres veces a la semana va a la oficina y el resto de los días trabaja desde su casa de manera remota, pero es ahí donde debe cumplir doble tarea: el de madre y trabajadora.
“Vivo con mi madre y ambas trabajamos de manera remota. Lunes, miércoles y viernes voy a la oficina hasta la 1 de la tarde, pero cuando llego a casa sigo trabajando porque debo terminar los casos pendientes. Es toda una odisea. Mi día comienza a las 6:00 de la mañana, pero ¿qué podemos hacer? Hay que seguir”, revela.
Su responsabilidad la lleva a ejercer, al mismo tiempo y en el mismo lugar, las labores de trabajo doméstico y trabajo remunerado. “Trabajar en casa es complicado. Mis hijos que son pequeños quieren estar a mi lado. En el trabajo te llaman a cualquier hora y a veces me quedo hasta las 11 de la noche”, refiere.
La carga de las tareas en el hogar y la suma de las horas dedicadas al trabajo remunerado crecieron para las mujeres y es, en definitiva, todo un problema social que llama la atención.
Gisela Canjahuala es otro ejemplo de cómo la pandemia ha afectado su vida diaria y la carga laboral. Tiene 39 años y es ejecutiva en una empresa de servicios y, aunque siempre trabajó de manera virtual, con el cierre de algunas empresas y la disminución en la dinámica de los negocios, ahora emplea más tiempo en la misma actividad.
“Antes trabaja hasta las 5:30 pm, cerraba la laptop y hasta el día siguiente. Hoy me tengo que quedar hasta muy tarde. Siempre me están llamando, mi gestión se ha recargado. Me afecta porque no puedo hacer cosas que antes hacía”, apunta.
En familias numerosas la multiplicidad de tareas que se deben realizar al mismo tiempo como limpiar, cocinar, comprar en el mercado, apoyar a los hijos en sus clases de manera virtual, además del trabajo remoto, afecta directamente la salud emocional de las mujeres en casa.
Susana León, de 38 años, trabaja como freelancer en comunicaciones y sostiene que entre el trabajo virtual y los que haceres de la casa el tiempo utilizado supera las 16 horas diarias, incluidos sábados y domingos.
“Las tareas de casa se juntaron con el trabajo virtual y eso estresa. En seis meses de pandemia nos hemos visto en la necesidad de adaptarnos a este estilo de vida donde todo se mezcla. Estas haciendo algo de la casa, te llaman y lo tienes que dejar. Todo el día paro ocupada”, comenta.
Sin embargo, el trabajo remoto también podría significar una solución para distribuir equitativamente las tareas del hogar. Así lo afirma Natalia Manso, docente de Pacific Business School. “Esta nueva modalidad de trabajo combinada con una modalidad presencial, que poco a poco llegará, representa una gran ventaja para ir compatibilizando una copaternidad más responsable y equilibrada”, sostiene.
En esa línea, es fundamental que las empresas tengan liderazgos más empáticos que consideren las diferencias en la labor de cuidado y el tiempo que les demanda a sus trabajadores y trabajadoras.
El golpe de la COVID-19
Para las madres de familia las actividades asumidas como preparar los alimentos o dedicarse a la higiene de los niños continúan. Y ahora también están obligadas a participar en las clases virtuales de sus hijos.
Rosa Castillo tiene 34 años, es madre soltera de cuatro niños menores de 13 años y trabajadora del hogar. Sin embargo, por la pandemia se quedó sin trabajo y ahora cuida de su padre que hace unas semanas superó la Covid-19. En este momento crítico también tuvo que asumir la responsabilidad de ayudar a sus hijos en las clases virtuales, en los turnos de la mañana y la tarde.
“He tenido que dejar de trabajar y debo apoyar a mis hijos en las tareas que les dejan. Mi hermano me ayuda cuando no trabaja, pero yo siempre lo hago. Las clases virtuales te esclavizan, te quitan tiempo, las cosas de la casa se postergan, pero igual hay que hacerlo”, señala.
La señora Rosa Castillo vive en una casa pequeña. Los espacios utilizados por sus hijos para recibir las clases virtuales son reducidos y no cuentan con tecnología adecuada.
“Cuando mis hijos iban a la escuela tenía más tiempo. Ahora me siento con ellos para orientarlos. Hay que explicarles lo que dice el profesor, luego ayudarlos en las tareas y ejercicios que les ordenan. Todos los días es lo mismo. No descansas y eso estresa”, manifiesta.
Educación con igualdad
En todos los testimonios recogidos, la pandemia ha ocasionado que las mujeres dediquen mayor tiempo que los hombres en las labores domésticas. Cuadros de ansiedad, estrés y de tensión viven a diario en casa. Por ello, urge una redistribución del tiempo destinado en las tareas del hogar y eliminar la idea de que es una “labor de mujeres”.
“El rol de la educación es fundamental. Una educación íntegra con enfoque de género permite derribar estas ideas o creencias erradas. Cada vez más las madres y padres deben contribuir a la eliminación de estos estereotipos”, comenta Maria Pía Molero, directora de Igualdad de Género y no discriminación del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP).
La coyuntura actual nos ha presentado una oportunidad para visibilizar el trabajo doméstico que se requiere en la vida cotidiana, pero eso no quiere decir que los roles se van a redistribuir entre hombres y mujeres de manera automática, sostiene Ana de Mendoza, representante de Unicef en Perú. “Para ello se necesita un cambio cultural que se está dando, pero aún está siendo lento”, refiere.
Por ello, si bien las especialistas aseguran que esta situación está mejorando con los años aún queda mucho trabajo por parte del Estado en cuanto a políticas públicas y educación, además del interés y aporte de los mismos ciudadanos para lograr igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres.
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