En diciembre de 2019, tres delfines rosados (Inia geoffrensis) quedaron varados en Caño Limón, uno de los brazos del río Arauca, que durante gran parte de su recorrido sirve de frontera natural entre Colombia y Venezuela. Este es el caso más reciente de un fenómeno que cada vez se presenta con más frecuencia desde 2013.
Los pescadores de la zona avisaron sobre el hallazgo de una hembra y una cría en un sitio de condiciones muy precarias, donde el nivel del agua es muy bajo. Al lugar acudió personal de la Fundación Omacha y de la Fundación Neotropical Cuencas. Al llegar se dieron cuenta que no eran dos animales sino tres —dos hembras y una cría— y con el apoyo de las comunidades locales, pescadores y Defensa Civil, trasladaron a estos grandes mamíferos acuáticos hacia el río Arauca. La mala noticia es que en el camino la cría murió debido al grave estado en el que se encontraba.
Entre 2013 y 2019 se realizaron 10 rescates, lo que permitió salvar a 15 delfines. A estas cifras hay que sumar otros tres episodios en los que los animales fueron hallados muertos cuando llegó la ayuda y también situaciones en las que los pescadores alertaron sobre delfines atascados en zonas de poca agua, pero que al final lograron huir por sus propios medios. Los investigadores de Omacha y Neotropical Cuencas aseguran que estos no son casos aislados y que los delfines están sufriendo las consecuencias del cambio climático y del uso de ciertas artes de pesca en la región. Lo más grave es que lo que ocurre no es más que el reflejo de la vulnerabilidad actual de los ecosistemas orinocenses.
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Un trabajo contra reloj en el rescate de delfines
Los varamientos de delfines en la Orinoquía colombiana se concentran en las cuencas de los ríos Arauca, Meta y Orinoco. Los tres son ríos binacionales. Sin embargo, la situación más crítica se presenta en el río Arauca. Kelly Valencia, directora de Gestión y Ejecución de Proyectos de la Fundación Neotropical Cuencas, asegura que los sitios más recurrentes de varamientos son los caños que desembocan en el Arauca. “Necesitamos herramientas para hacerle seguimiento a esos sitios donde siempre se están quedando varados. En Caño Limón ha pasado tres veces, dos en Caño Jesús y tres en un sector conocido como La Curva”, asegura.
Los registros de Valencia vienen desde 2012, aunque afirma que es probable que estén ocurriendo desde antes pero la gente no informaba. Aún recuerda el primer caso que atendió. Sucedió en Isla Guardulio (Arauca), se trataba de una hembra con su cría, el rescate tardó 20 minutos pero lo más complejo fue llegar pues era una zona muy apartada. “Nos avisaron el día anterior, los animales ya llevaban dos días varados. Los llevamos al río Arauca mientras, como podíamos, los hidratábamos constantemente”, dice.
Los delfines entran a los caños a reproducirse y a buscar alimentación, siguiendo los grandes cardúmenes de peces que también pasan un buen tiempo en estos sitios. El problema es que cuando intentan regresar al río, el agua está más baja de lo normal y los animales quedan atrapados en el lodo, prácticamente inmóviles entre los sedimentos, la arena y otros materiales vegetales que forman una gran barrera.
Cuando deben hacer un rescate, Neotropical Cuencas, que trabaja directamente en el territorio, informa a bomberos, Defensa Civil y pescadores para que los acompañen al lugar, toman las evidencias y revisan por qué se pudo presentar el hecho. También se comunican con Omacha, una de las organizaciones que más ha trabajado con delfines de río en América Latina, para comentarles el plan de acción y pedir recomendaciones.
Valencia comenta que ahora las comunidades son más conscientes e informan cuando hay un varamiento. “Estamos capacitando a las personas, creando guardias ambientales, cuidadores de los delfines en esos lugares neurálgicos para que nos informen a tiempo. En el pasado murieron dos delfines porque no nos informaron oportunamente”, asegura.
Prisciliano González es uno de los pescadores de Arauca que está comprometido con la protección de los delfines. El año pasado vio dos de estos animales varados en Caño Jesús y al notar que el agua venía bajando días atrás, dio aviso a Kelly Valencia. “Ayudé con la captura para que luego los trasladaran y los vi porque se quedaron varados en la zona donde suelo buscar peces ornamentales. Son animales en peligro de extinción y hay que cuidarlos. Cuando vas en canoa ves grupos de hasta 15 delfines, hay uno que me acompaña en las jornadas de pesca”, cuenta González.
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Los delfines de río hablan de la salud de la Orinoquía
Aunque los delfines rosados de la Orinoquía no tienen una presión por caza tan fuerte como los de la Amazonía, en Orocué (Casanare), a orillas del río Meta, se han presentado muertes cuando quedan atrapados en algunas artes de pesca. Fernando Trujillo, director de la Fundación Omacha, cuenta que hace un par de años aparecieron tres delfines muertos con marcas de redes y eso coincidió con la época de verano, cuando hay desplazamiento masivo de pescadores a lo largo del río Meta, con artes de pesca prohibidos como los chinchorros —serie de hilos, tejidos y amarrados a una cuerda superior o de flotadores y a una cuerda inferior de plomos—. “Ahí generalmente quedan atrapados los delfines y se mueren”, dice.
Este río es compartido con Venezuela en gran parte de su recorrido y las normatividades pesqueras en cada país son diferentes. Por ejemplo, en Colombia están prohibidas las redes pero en Venezuela no y esto hace compleja la gestión pesquera, a pesar de que en 2017 Omacha ayudó a la construcción del Plan de Manejo de Mamíferos Acuáticos de Venezuela tratando, entre otras cosas, de armonizar las normativas pesqueras.
Pero esta no es la única amenaza que enfrentan los delfines rosados o toninas. Trujillo está convencido que el cambio climático es el principal causante de los varamientos de estos grandes mamíferos de agua dulce. En Arauca está bajando rápidamente el nivel de los ríos y no le da tiempo a los delfines de buscar sitios más profundos, “quedan atrapados y toca rescatarlos. Esto ocurre debido al cambio climático y las variaciones atípicas del nivel del río [Arauca]”.
El director de Omacha asegura que algo parecido ocurre en Bolivia con la especie de delfín que habita allí (Inia boliviensis). En la parte central de la Amazonía de ese país las aguas han bajado su nivel debido al desvío de cauces de agua para irrigación de proyectos agrícolas de gran extensión, especialmente en el sector de Río Grande. “Eso, junto con el cambio climático y periodos de sequía extrema, hace que los canales se queden sin agua. En Bolivia han tenido que rescatar alrededor de 46 delfines en los últimos 10 años”, afirma Trujillo.
Este precedente en la región muestra que el futuro de los delfines rosados de la Orinoquía colombiana es preocupante. A eso se suma que los análisis que presenta el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam) para Colombia muestran que la Orinoquia es uno de los sitios del país donde habrá mayor estrés hídrico y sequías más extremas. El Plan Regional Integral de Cambio Climático para la Orinoquía proyecta que para 2040 la temperatura máxima anual de la región incrementará entre 0,8 a 1,9 °C, la probabilidad de días con temperaturas superiores a los 38 °C en la zona oriental de la región puede aumentar en más de un 20 % y la probabilidad de sequías y número consecutivo de días sin lluvias también aumentará.
Para Trujillo, lo que está pasando con los delfines es un ejemplo de todo lo que puede estar pasando con la biodiversidad en general. Asegura que cuando no hay un pulso adecuado de inundación, los peces pueden dejarse de reproducir y se pierden las larvas y, las altas temperaturas hace que nazcan más hembras en las puestas de tortugas y de reptiles en general. “Es un efecto dominó en biodiversidad. Y eso también tiene su repercusión en los seres humanos, en seguridad alimentaria. A través de los delfines estamos identificando graves problemáticas que se prevén para el futuro”, indica.
Cuando el agua está más baja se concentran los peces y son más fáciles de capturar, pero las sequías extremas durante varios años hacen que las pesquerías colapsen por sobrepesca. El transporte fluvial también se hace cada vez más precario.
Trujillo añade que si a lo anterior se le suman los procesos agrícolas extensos que poco a poco se asientan en la región y que necesitan grandes cantidades de agua, estos efectos pueden darse más rápido y ser más dramáticos.
Federico Mosquera, biólogo e investigador de la Fundación Omacha, comenta que el cambio climático afecta la relación entre el bosque y los peces en términos de productividad, ya que muchas especies se alimentan de las semillas de los árboles. “Con estas variaciones tan fuertes el sistema se desequilibra, los volúmenes de pesca disminuyen y los pescadores, sobre todo del lado venezolano, atribuyen esos efectos a los delfines, lo que los pone en mayor riesgo”.
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¿Qué pasa si disminuyen las poblaciones de delfines?
“Lo que le pasa a los delfines le va a pasar a los grandes bagres y a los grandes predadores de los ríos”, dice Fernando Trujillo, al referirse a las muertes de este mamífero acuático y el descenso de sus poblaciones.
El delfín es una especie tope, es decir, está en lo alto de la cadena trófica por lo que, según Kelly Valencia de Neotropical Cuencas, hacen control biológico de muchas especies “y no necesariamente le hacen competencia a los pescadores”. Asegura que controlan a los caribes (pirañas) que se comen las larvas de los bagres, una función importante, ya que buena parte de la economía de los pobladores de Arauca se sustenta en la pesca.
Los delfines son muy importantes para el ecoturismo en la región y si desaparecen no solo será un golpe para la biodiversidad sino para la economía local. La cadena de relaciones es larga pero frágil, por ejemplo, la deforestación a orillas de los ríos —potenciada por el cambio climático— acaba con los árboles, sin árboles no hay alimento para muchos peces y sin peces no hay alimento para los delfines.
En la Fundación Omacha están convencidos de la gravedad de lo que ocurre con estos grandes animales de río y cómo este es un bioindicador de muchos otros problemas. En uno de los rescates aprovecharon para ponerle transmisor satelital a una de las hembras y así conocer cómo son sus movimientos en esa zona. Mientras más información tengan de la especie, mejores estrategias de conservación se podrán implementar no solo para el animal sino para el ecosistema donde vive.
“Los delfines son uno de los cetáceos más inteligentes y generan mapas mentales de las áreas que utilizan. Eso ya lo hemos comprobado por telemetría satelital, ellos frecuentan ciertos sitios y en sus memorias los caños cumplen una función importante: allí ingresan los peces a alimentarse y allí los delfines les enseñan a cazar a sus crías”, dice Federico Mosquera.
Al investigador le llama mucho la atención lo que está ocurriendo en Arauca porque el delfín tiene la capacidad de recordar las zonas que visita pero una disminución del agua es un evento que no puede prever y estos fenómenos estarían sucediendo más rápido de lo que le permite su capacidad de adaptación a estos nuevos escenarios.
Los retos de los investigadores son grandes. En el rescate de delfines realizado en diciembre del año pasado, los científicos encontraron que la cría muerta tenía una grave enfermedad que aún no han podido determinar. Estudian si se puede transmitir a otros delfines o si está en los peces y se puede transmitir a los humanos; esta es una de sus prioridades actualmente.
“Es importante que la gente entienda la variedad y cantidad de impactos, a diferentes niveles y en diferentes especies, asociados al cambio climático y el estrés hídrico. Por alguna razón todavía no entendemos que el agua es vital y el hecho de que veamos mucha agua en el mar y los ríos nos tranquiliza, nos hace pensar que la escasez está muy lejos, pero no es así”, concluye Fernando Trujillo.
El artículo original de Antonio José Paz Cardona fue publicado en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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