Al menos 49 especies de aves playeras viajan todos los años a lo largo del continente a través de la Ruta Migratoria del Pacífico de las Américas (RMPA) pudiendo recorrer hasta 30 000 de kilómetros. Es el caso de la aguja café (Limosa haemastica) que viaja entre Alaska y la isla de Chiloé, al sur de Chile, lo que la convierte en una de las especies que más vuelos sin escalas realiza.
Otras aves, las de media distancia, viajan 8 mil a 15 mil kilómetros y las de corta distancia se mueven en radios de unos cuantos cientos de kilómetros.
Pero muchas de estas especies se encuentran en peligro. Según la Iniciativa para la Conservación de Aves de América del Norte (NACBI), las poblaciones de estas aves han decrecido en un 40 % desde 1970. ¿Cuál es la razón y qué se está haciendo para salvarlas?
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Cuatro datos clave
De las 49 especies identificadas, 25 muestran un descenso sostenido, siete han aumentado su población, seis se mantienen estables y de 11 no se tiene datos precisos.
Una de las razones de esto es la destrucción de los ecosistemas ya que “la desaparición de un sitio en toda la ruta impacta directamente a las aves ya que, en muchas de ellas, la capacidad de adaptabilidad es reducida, por lo que corren riesgo de morir”, explica el especialista en conservación Arne Lesterhuis.
Para protegerlas, científicos de todo el continente crearon en 2013 el Programa de Monitoreo de Aves Playeras (MSP por sus siglas en inglés) que recaba información sobre los viajes de las diferentes especies y el uso que le dan a los hábitats que frecuentan.
Esa información le ha permitido a la Red Hemisférica de Reservas Naturales para Aves Playeras (RHRAP), de la cual Arne Lesterhuis es miembro, crear estrategias de conservación en los diferentes puntos de tránsito de las especies para ayudarlas a que realicen con éxito sus viajes.
Algunos ejemplos de conservación
Actualmente, la RHRAP está presente en 17 países americanos y está formada por unos 117 sitios esparcidos por todo el continente de los cuales 59 se encuentran en Latinoamérica.
En Centroamérica, hasta 14 especies de aves utilizan regularmente las salineras y camaroneras como lugares de alimentación y descanso.
Julia Salazar, quien tiene una salinera ubicada en la Bahía de San Lorenzo, al suroriente de Honduras, cuenta que hace un tiempo atrás, cuando terminaba la temporada productiva de sal, se cubrían con plásticos las áreas de producción impidiendo que las aves pudieran ocupar esos espacios para alimentarse. Además, durante los trabajos no se tenía ningún cuidado con los nidos y tampoco se pensaba en disponer de manera segura los residuos de la producción para evitar contaminar el agua de las salinas.
Todo esto cambió cuando Julia comenzó a interesarse en las aves que visitan las zonas de producción de sal y vio en su protección una oportunidad de desarrollo sostenible para el sector. Hoy, el lugar es también un sitio de interés para los observadores de aves y un destino de aprendizaje para los estudiantes y el 5 % del presupuesto anual de la salinera proviene de esas actividades. El siguiente paso es lograr contar con certificaciones de sal amigable con las aves y acceder a contratos con grandes empresas interesadas en productos artesanales sostenibles.
En Chile, los Humedales de la isla Chiloé -donde llega el 99% de las agujas cafés que emprende vuelo desde Alaska- fueron declarados, en 2011, sitio de importancia hemisférica por parte de la RHRAP.
Allí, los habitantes se dedican, en su mayoría, a la recolección de alga pelillo (Gracilaria chilensis), de la cual se extrae un componente utilizado por las industrias farmacéutica y cosmetológica. El problema es que cuando realizan esta actividad ingresan a los terrenos lodosos donde se alimentan las aves con perros, caballos y carretas artesanales generando disturbios que interrumpen los hábitos alimenticios de la aguja café.
Para solucionar este conflicto, Natalia Martínez, becaria del Programa de Soluciones Costeras de la Universidad de Cornell, se encuentra trabajando con las comunidades locales de la Bahía de Caulín para instaurar buenas prácticas, como la reducción de perros y otros animales domésticos, y organizar la presencia humana no esencial en las zonas de cosecha.
En Baja California, al norte de México, desde hace tres años un equipo de investigadores y conservacionistas cercan más de 12 mil metros cuadrados de playa para proteger los sitios de anidación del chorlito nevado (Charadrius nivosus), una especie que se mueve entre Oregón y las costas de California, en Estados Unidos, y el norte de México.
El chorlito nevado anida en la arena por lo que sus huevos están expuestos a ser devorados por perros, aplastados por cuadrimotos o por las mismas personas que visitan la playa. Los cercos alrededor de los nidos han sido clave para evitar estos riesgos. En 2018, cuando partió la iniciativa, cercaron seis nidos de los cuales tres fueron exitosos con huevos eclosionados. En 2019, de los 51 nidos registrados, los investigadores lograron proteger 25 y en 2020, las cifras apuntan a que los resultados serán aún más exitosos. Solo en abril, los huevos de 15 nidos eclosionaron exitosamente.
El artículo original fue publicado por Michelle Carrere en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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