Àurea Cartanyà Hueso, Universitat Internacional de Catalunya y Juan Carlos Martín Sánchez, Universitat Internacional de Catalunya
El último verano, a pesar de ser año impar, pudimos disfrutar del espectáculo de los Juegos Olímpicos. Pocos acontecimientos son capaces de concitar la atención de la población de todo el mundo como esta competición.
El 5 de agosto se celebró la final femenina de salto de pértiga, con la victoria de la estadounidense Katie Nageotte, la medalla de plata para la rusa Anzhelika Sidorova y el bronce para la británica Holly Bradshaw.
La prueba empezó a las siete de la tarde hora local; los vecinos de Katie en su Ohio natal desayunaron delante del televisor, los vecinos de Anzhelika comieron frente a la pantalla y los vecinos de Holly pudieron acompañar de un brunch la disputa de la competición.
No nos puede extrañar que, en el mismo momento, se desarrollaran actividades tan diferentes en el globo terráqueo, pues a nadie se le escapa que durante la historia de la humanidad ha sido la posición del sol sobre nuestra cabeza la que ha marcado nuestra actividad diaria.
Es tanta la importancia del sol que el descubrimiento del fuego, para aportar luz cuando este no nos la proporcionaba, se puede considerar uno de los más grandes descubrimientos de la historia.
¿Dependemos de la luz del sol?
Desde entonces, hemos disminuido nuestra dependencia de la luz del sol. Se puede dormir de día, iniciar la actividad con la puesta del sol y desarrollar una jornada laboral completa durante la noche. No necesitamos estar en contacto con la luz solar en ningún momento para realizar la mayoría de las actividades.
Pero conforme esto ha comenzado a hacerse posible y hemos extendido de forma extrema la vida ajena a la presencia del sol, han ido apareciendo enfermedades. Existen molestias y patologías causadas por la carencia de contacto con la luz natural del sol.
Estudios previos muestran que una exposición solar insuficiente podría estar relacionada con un una mayor incidencia de cáncer de mama, cáncer de colón, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, síndrome metabólico, esclerosis múltiple, alzhéimer, autismo, asma, diabetes de tipo I y miopía. El principal mecanismo sugerido de los posibles efectos adversos de la carencia de sol en la salud por los expertos es el déficit de vitamina D.
Es decir, podemos eliminar la oscuridad allá donde el sol no llega, pero a largo plazo la carencia de contacto con el sol deriva en problemas de salud que no se pueden solucionar con la ayuda de la luz eléctrica.
Desgraciadamente, en nuestra sociedad no se da la importancia que tiene al contacto con la luz solar y repetimos comportamientos que, involuntariamente, van en perjuicio de nuestra salud.
Diferencias horarias dentro de un mismo país
Como comentábamos al principio, vivimos en una globalización que nos lleva a compartir experiencias con una población que no se limita a la de nuestro entorno más cercano. A un nivel más localizado, también dentro de un país se homogeneizan patrones horarios.
Por ejemplo, los niños de un mismo país tienen los mismos horarios de colegio, de TV o de sueño. Pero ¿qué ocurre si un país está situado en una sola franja horaria, pero lo bastante grande, en cuanto a latitud, como para que el patrón de sol no pueda considerarse igual? ¿Deben entonces los ciudadanos de todo el país regirse por el mismo horario?
En este caso, y con respecto a la posición del sol, unos niños están haciendo su vida más tarde que los otros. Además, teniendo en cuenta que tendemos a retrasar nuestra jornada con respecto a la luz del día, este factor podría aumentar las diferencias.
Este es el caso en España: aunque todo el territorio peninsular está en la misma franja horaria, hay mucha distancia entre los extremos orientales y occidentales del territorio. ¿Qué ocurre entonces, si comparamos la población de Galicia y Catalunya? Dos individuos de estos territorios, haciendo la misma tarea a la vez, tendrían el sol en posiciones diferentes. En concreto los catalanes, tomando como referencia la posición del sol, empiezan antes el día y lo deberían también terminar antes.
Este ha sido nuestro objeto de estudio en una investigación realizada en la Universidad Internacional de Cataluña. A partir de los datos de la Encuesta Nacional de Salud de España para el año 2017 vimos que los niños catalanes duermen menos que los niños gallegos, independientemente del sexo, edad, nivel educativo y clase social de los padres y otras rutinas como el tiempo de pantalla y la actividad física o de las características del entorno (rural o ciudad).
Aunque ambas regiones comparten horarios y cultura, la investigación muestra que, aunque una niña gallega y una niña catalana se acuesten a la misma hora, la catalana se acuesta más tarde respecto al sol y, en este sentido, la niña catalana presenta el ritmo circadiano desplazado.
Consecuencias de dormir poco
Esto es relevante dado que, tal y como explican los autores de Dos pediatras en casa, no es cierto que cuando dormimos nuestro cerebro esté inactivo. Todo lo contrario, el sueño es parte fundamental para el desarrollo psicomotor. Además, mientras dormimos fijamos la memoria, olvidamos todo aquello que no es importante y cargamos pilas a nivel físico.
Asimismo, para los más pequeños, dormir más podría estar relacionado con menores índices de adiposidad, mejor regulación emocional, mejor rendimiento académico y mejor calidad de vida y bien estar.
Será necesario continuar estudiando dicho fenómeno, especialmente en España, dado que no existen tantos países con un territorio tan grande en la misma zona horaria.
Àurea Cartanyà Hueso, Ayudante Doctor, Universitat Internacional de Catalunya y Juan Carlos Martín Sánchez, Profesor de Bioestadística, Universitat Internacional de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.