Las armas químicas se han convertido en una de las armas no convencionales con mayor capacidad destructiva en los campos de batalla. ¿Qué son y cómo aparecieron?
En las zonas de conflicto, los ejércitos disponen de dos tipos de armas: las denominadas convencionales y las “no convencionales”. En la clasificación de armas de destrucción masiva se incluyen las armas nucleares, radiológicas, bacteriológicas y químicas, venenos potencialmente letales que pueden diseminarse en forma de gases, aerosoles o líquidos.
En el caso de estas armas QBRN, el impacto puede ser generalizado y afectar de forma indiscriminada e incontrolada tanto a los militares como a los civiles. Esto aumenta la sensación de vulnerabilidad.
Estas características de las armas químicas las convierten también en instrumentos de terror. No solo dañan el cuerpo: el riesgo, difuso y a menudo imperceptible, es igualmente perjudicial para la salud mental de los soldados y de las poblaciones amenazadas.
Características de los agentes químicos
Hay cuatro tipos de agentes químicos:
Agentes sofocantes o asfixiantes (cloro, fosgeno…). Provocan irritación de las vías respiratorias y dañan los pulmones al provocar un edema (se llenan de líquido).
Agentes sanguíneos (cianuro de hidrógeno, cloruro de cianógeno gaseoso, etc.). Se trata de potentes venenos de acción rápida. Pueden bloquear la respiración a nivel celular e impedir así el funcionamiento de los órganos vitales. También pueden atacar a las enzimas, las proteínas que catalizan casi todas las reacciones biológicas del organismo. Esto paraliza la síntesis de las moléculas utilizadas como fuente de energía y provoca vómitos, mareos, pérdida de conciencia y muerte.
Los vesicantes (gas mostaza, lewisita…). Son profundamente irritantes, queman la piel, los ojos, el interior de los pulmones y otros tejidos corporales.
Agentes neurotóxicos o nerviosos. Se dividen en dos grupos: agentes de la serie V (para venenos) y agentes de la serie G (como los producidos originalmente por IG Farben, en Alemania). Dentro de la serie V, el agente más conocido es el VX, un veneno mortal que entra en el cuerpo por contacto con la piel. Los otros son VE, VM, VG y V-gas. La información detallada sobre sus características, que permitiría trabajar en su protección, es escasa en los repositorios en abierto. Los agentes de la serie G incluyen el gas somán (GD), el sarín (GB) y el tabún (GA). Causan principalmente la muerte por inhalación. Ambos grupos desactivan enzimas esenciales del sistema nervioso, lo que provoca la pérdida de control del cuerpo, convulsiones y la muerte por parálisis respiratoria. Incluso en bajas concentraciones, pueden causar lesiones al provocar dificultad para respirar, alteraciones visuales, etc.
El uso del agente VX como veneno ha sido ampliamente discutido tras el asesinato de Kim Jong-nam, el hermanastro del líder norcoreano Kim Jong-un, en febrero de 2017 en Malasia.
En marzo de 1995, un ataque con sarín en el metro de Tokio perpetrado por la secta Aum Shinrikyo (Verdad Suprema, hoy denominada Aleph) mató a 12 personas e hirió a unas 1 000. Más de 5 000 personas necesitaron tratamiento médico como consecuencia de este suceso.
Armas prohibidas
El Protocolo de Ginebra, que se firmó en 1925, prohíbe el uso de armas químicas (y biológicas) en la guerra. Sin embargo, esto no ha impedido que algunas se hayan utilizado posteriormente. Aunque los gases y sus estragos se asocian con mayor frecuencia a la Primera Guerra Mundial, se siguen identificando usos más recientes en los conflictos.
En 2017, la Cruz Roja informó de que los civiles de Mosul (Irak) estuvieron expuestos a vesicantes durante los enfrentamientos entre los combatientes del Estado Islámico y las fuerzas iraquíes respaldadas por Estados Unidos.
Los controles internacionales de exportación regulan la venta de los equipos utilizados para su producción a gran escala. Por lo tanto, es bastante difícil adquirir materias primas para este fin. Dado que la mayoría de los agentes químicos no se encuentran en la naturaleza, su producción requiere una síntesis industrial y una cierta inversión si se quiere conseguir una producción masiva.
Sin embargo, la tecnología necesaria está disponible para un gran número de agentes químicos. Y el equipo para fabricarlos a pequeña escala puede adquirirse en comercios no especializados.
Los impactos de los agentes químicos
Las armas químicas, especialmente en forma de gases, son especialmente aterradoras. Todavía no hay forma de combatir las nubes de gas, y algunos agentes son capaces de penetrar el caucho natural, haciendo inútiles las protecciones.
Además, la mayoría de los cuatro tipos de agentes son invisibles, insípidos, inodoros y silenciosos, lo que refuerza aún más el aura de terror que los rodea.
Sin embargo, algunos tienen olores típicos, que los soldados y los civiles podrían ser entrenados para reconocer. Por ejemplo, el gas mostaza huele a ajo, el cianuro de hidrógeno a almendras amargas, el fosgeno a heno recién cortado y la lewisita a geranio.
En presencia de una nube química, los soldados solo pueden esperar a que el gas pase, y confiar en que sus máscaras y respiradores sean eficaces. Como resultado, a veces desarrollan fobia a las máscaras de gas o sensación de claustrofobia cuando llevan estos equipos protectores.
Además, en estas situaciones de ansiedad, los soldados pueden ponerse nerviosos, sentir pánico, comportarse de manera irracional o experimentar cambios de personalidad, sintiéndose extraños. Por ejemplo, pueden quitarse las máscaras antigás y salir corriendo. Estos son síntomas comunes entre los veteranos y los civiles que sufren trastorno de estrés postraumático.
El terror que causan forma parte del componente psicológico de las armas químicas. Los soldados pueden sentir una mayor sensación de estrés y miedo a un ataque químico con solo ver la artillería, los aviones, los misiles u otros sistemas que podrían utilizarse para lanzarlos.
Esta ansiedad debida a la elusividad de los gases puede llevar a los combatientes a creer erróneamente que los síntomas leves de estrés, ansiedad y enfermedades infecciosas menores (moqueo, sarpullido, ampollas, irritación de los ojos, dificultad para respirar y diarrea) son los primeros signos de exposición a agentes químicos.
Cómo protegerse
El hecho de que su uso siga siendo posible a pesar de la prohibición significa que los ejércitos tienen que pensar en proteger a sus soldados. A medida que los conflictos han avanzado y el conocimiento de los agentes químicos ha evolucionado, han surgido numerosas técnicas.
Durante la Guerra del Golfo de 1991, las tropas estadounidenses se protegieron con equipos como máscaras antigás, cascos, guantes de goma, ropa de combate (BDO, del inglés Battle Dress Overgarment), pasamontañas y botas.
El BDO es un traje (chaqueta y pantalón) compuesto por una capa interior de espuma de poliuretano impregnada de carbón vegetal para absorber y atrapar los agentes químicos y una capa exterior de algodón con marcas de camuflaje. Aunque proporciona una buena protección, llevar el BDO limita considerablemente la capacidad de combate, sobre todo si se lleva durante mucho tiempo.
El BDO y los pasamontañas a juego provocan una rápida subida de la temperatura corporal, lo que aumenta el riesgo de insolación y agotamiento (especialmente en el desierto). Los guantes de goma limitan el sentido del tacto y la capacidad de hacer manipulaciones delicadas. Las máscaras de gas también reducen la capacidad de hablar, oír y ver.
Además, como percibieron los militares en la Primera Guerra Mundial, aunque las máscaras de gas con respiradores suelen proteger las vías respiratorias y los ojos, algunos agentes como el gas mostaza son capaces de atravesarlas.
Durante la Primera Guerra Mundial, los alemanes utilizaron lejía en polvo para tratar las superficies de la piel afectadas. Este método no era óptimo debido a la cantidad de producto necesaria. Además, las cajas de este producto eran una carga extra que había que llevar.
La aplicación de crema protectora antes de un ataque también resultó ineficaz, ya que no proporcionaba una barrera duradera. Las unidades móviles americanas con duchas, diseñadas para descontaminar a los soldados, también parecían ineficaces, ya que eran insuficientes y muy pesadas.
Otra forma de defensa contra los ataques químicos era un sistema portátil de detección en el campo de batalla. Como muchos agentes químicos son inodoros, las tropas necesitaban un sistema automático de detección y alarma que les avisara a tiempo para ponerse las máscaras antigás.
Sin embargo, el detector tenía varios puntos débiles importantes. No funcionaba a temperaturas bajo cero, podía fallar en su funcionamiento y requería un mantenimiento frecuente.
Todo ello confiere a las armas químicas un estatus especial. Aunque se ha demostrado que no tienen un impacto decisivo en el resultado de un conflicto, su efecto psicológico (tanto en los soldados como en los civiles) hace que se sigan utilizando, al menos como amenaza. Por tanto, son más eficaces como arma de terror o táctica (para golpear una zona limitada y específica) que como armas de destrucción masiva en sentido estricto.
Mutti Anggitta, Analis Utama Keamanan dan Perempuan, Laboratorium Indonesia 2045
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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