Septiembre de 1993. Los cronistas deportivos estaban impresionados. En los juegos nacionales chinos celebrados en Beijing todas las atletas de las carreras de velocidad de 1500, 3000 y 10 000 metros batieron el récord del mundo. Inmediatamente se desató la sospecha del uso de sustancias dopantes. La entrenadora china salió al quite en una entrevista publicada en Track & Field News: nada de drogas. El secreto estaba en el entrenamiento en altitud y en beber un brebaje milenario de la medicina tradicional china originada por el hongo Cordyceps.
The Last of Us es una nueva serie de HBO que presenta un distópico mundo posapocalíptico en el que la humanidad ha desaparecido casi por completo debido al brote de una peligrosa infección que controla el cerebro y convierte a los humanos en monstruos deformes sedientos de sangre.
La serie presenta dos diferencias sustanciales con respecto a las típicas películas como La noche de los muertos vivientes o The Walking Dead: los humanos afectados no son “muertos vivientes” (zombis), sino que están vivos; y el organismo infectante no es un virus, sino un hongo Ophiocordyceps que existe en la vida real.
Unos hongos manipuladores
Los creadores de la serie y del videojuego en el que se sustenta se inspiraron en un episodio del documental Planeta Tierra. En él, un hongo entomopatógeno del género Ophiocordyceps infecta a una hormiga bala (Paraponera clavata), cuyo cuerpo consume por dentro dejando intacto el cerebro, lo que le permite manipular el comportamiento del insecto.
Se conocen más de doscientas especies de Ophiocordyceps que pueden influir en el comportamiento de los insectos. Fueron descritos en 1931 pero, salvo para los campesinos tibetanos y en el mercado doméstico chino donde se comercializan todo tipo de organismos, los Ophiocordyceps eran unos perfectos desconocidos hasta hace tan solo treinta años.
El extraño caso de las atletas chinas
Septiembre de 1993. Los cronistas deportivos estaban impresionados. En los juegos nacionales chinos celebrados en Beijing todas las atletas de las carreras de velocidad de 1500, 3000 y 10 000 metros batieron el récord del mundo. Inmediatamente se desató la sospecha del uso de sustancias dopantes. La entrenadora china salió al quite en una entrevista publicada en Track & Field News: nada de drogas. El secreto estaba en el entrenamiento en altitud y en beber un brebaje milenario de la medicina tradicional china.
Ni que decir tiene que se desató la búsqueda de aquel bebedizo, y más aún cuando se supo que también tenía propiedades afrodisíacas. Inmediatamente quedó etiquetado como la “viagra del Tíbet”. La base orgánica de la milagrosa pócima era la “yarsagumba”, un gusano-hongo que crece entre los 3000 y 4000 metros de altitud en los prados alpinos tibetanos.
En realidad, como si se tratara del mitológico centauro, la yarsagumba es una quimera constituida por el cuerpo de una oruga de la polilla fantasma Thitarodes armoricanus, momificada después de ser invadida por el hongo Ophiocordyceps sinensis, cuyo micelio se desarrolla a partir de esporas existentes en el suelo.
Durante el otoño, el micelio infecta a la oruga viva que crece enterrada e invade su cuerpo. Para crecer, el hongo absorbe todos sus nutrientes del cuerpo de la oruga. Hacia el verano del año siguiente, después de consumirla completamente, la infección ha matado a la oruga, pero dejando intacta su piel.
Mientras tanto, el hongo se transforma en una masa endurecida, el esclerocio, que conserva la forma del cuerpo de la oruga y la empuja con la cabeza apuntando hacia arriba hasta situarla a unos pocos centímetros por debajo de la superficie del suelo.
Justo antes de que comience el invierno, de la cabeza de la oruga, que permanece enterrada en el suelo, surge una estructura erecta que emerge de la tierra, el estroma. Sobre este se localizan unas estructuras crateriformes, los peritecios, en cuyo interior se desarrollan las esporas que renovarán el ciclo una vez llegado el otoño, cuando comiencen a desarrollarse las larvas subterráneas que emergieron de los huevos enterrados por la mariposa a finales de primavera.
Durante siglos, el hongo ha sido codiciado en Asia debido a sus propiedades medicinales y afrodisíacas. Los usos de la yarsagumba en la medicina tradicional china han sido ampliamente investigados en Oriente. Se ha empleado con éxito en estudios con animales y en tratamientos clínicos con humanos, entre los que sobresale su uso terapéutico como parte del tratamiento antirretroviral en pacientes con el virus VIH, que se basa en un principio activo exclusivo de este hongo, el nucleósido didanosina.
¿Pueden estos hongos causar una pandemia como la de la covid-19?
Una pandemia fúngica comparable a la covid-19 es muy improbable por varias razones.
En primer lugar, aunque hay algunos hongos microscópicos cuyas infecciones pueden ser letales y a pesar de que algunos de ellos aparezcan en tumores cancerígenos, afortunadamente la mayoría de los hongos no afectan en absoluto a los humanos. Esto no impide que, anualmente, las infecciones fúngicas acaben con la vida del mismo número de personas que la tuberculosis.
En su mayoría, los hongos potencialmente letales son patógenos oportunistas. Esto significa que habitualmente convivimos con ellos sin que nos causen problemas, porque solo arraigan en personas vulnerables inmunodeprimidas por una enfermedad subyacente como el cáncer, por una infección viral como el VIH e incluso por el abuso de antibióticos, tres factores que aumentan el riesgo de infecciones fúngicas peligrosas.
En tercer lugar, la mayoría de los hongos son mesófilos que crecen a temperaturas frescas de alrededor de 10 ⁰C, lo que significa que normalmente no pueden crecer a la temperatura interna del cuerpo humano. Esa es una de las razones por las que la mayoría de las infecciones fúngicas suelen ser dermatomicosis superficiales.
Por lo demás, todos los Ophiocordyceps conocidos son específicos de determinados insectos (que tienen una temperatura corporal idéntica a la del aire que los rodea) y no están adaptados a prosperar a nuestra temperatura corporal ni pueden competir con nuestro sistema inmunitario, mucho más complejo y evolucionado que el de un insecto.
Un informe de la OMS y algunas investigaciones recientes basadas en la aparición casi simultánea en tres continentes de Candida auris, una levadura capaz de causar infecciones potencialmente mortales, sugieren que el cambio climático puede estar aumentando la distribución geográfica de algunos patógenos y provocando más infecciones fúngicas en mamíferos y en humanos.
Esto es algo que ya conocían los expertos cuando lo pronosticaron hace tres décadas. El aumento de las temperaturas globales significa que los hongos deben adaptarse, lo que hipotéticamente podría aumentar el número de especies potencialmente causantes de infecciones humanas graves.
Tal como sugiere uno de los personajes de The Last of Us, el cambio climático quizás esté planteando nuevos escenarios pandémicos. Una vez más, puede que la realidad esté superando a la ficción.
Manuel Peinado Lorca, Catedrático de Universidad. Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá, Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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