¿Hasta cuando es correcto ocultarle la información a un anciano?
En más de una ocasión, en todos mis años de carrera, he sido solicitado por algunos de los hijos de mis pacientes quienes me han pedido no les diga a sus padres la verdad de su diagnóstico, sobre todo cuando se trata de algo no muy agradable, como es el caso de un cáncer. Entonces yo suelo preguntarles por qué no desean que su padre o madre conozca su diagnóstico y ellos me han respondido: “para que no sufra”, sin imaginar que esta determinación tal vez sea contraproducente para el mismo paciente.
He visto casos en los cuales el enfermo sufre de estados de angustia porque empieza a bajar de peso, a presentar diarreas y dolores y no se explica la razón, pues desconoce su diagnóstico, debido a que sus hijos han decidido no decírselo. Incluso hay quienes comienzan el tratamiento con quimioterapia para el cáncer y experimentan posteriormente sus efectos colaterales, muchas veces fuertes, como caída del cabello, oscurecimiento de la piel, náuseas, vómitos, diarreas, trastornos del sueño y del ánimo. Entonces el paciente se angustia doblemente, puesto que por un lado no sabe lo que tiene y por otro, se da cuenta que le aplican una medicación que le produce estragos.
La conspiración del silencio, es el término que se usa para describir este comportamiento relacionado con el ocultamiento de la verdad, es decir, cuando de manera implícita o explícita los hijos del paciente, su médico y equipo de salud, conociendo la enfermedad de su ser querido, no se la comunican. Un nombre asociado son también las llamadas “mentiras piadosas”, que llevan a ocultar entre otros hechos, el fallecimiento de un familiar como un hermano o hermana, o de algún amigo o amiga.
Existe un principio fundamental en ética denominado Principio de Autonomía, por el cual la persona, ya no el anciano, sino la persona en general, tiene el derecho de conocer su enfermedad, incluso está fundamentado en la Ley General de Salud, actualmente vigente, donde se hace hincapié en que toda persona tiene el derecho de la información de su enfermedad.
Por más dolorosa que sea el mal que padezca nuestro paciente, tiene todo el derecho de conocer su enfermedad. Existen guías y protocolos para informar las malas noticias, las cuales deben de darse progresivamente y no bruscamente, de repente por etapas o de manera escalonada, para que el anciano vaya superando y asimilando poco a poco la noticia.
Salvo que nuestro paciente sufra de algún tipo de trastorno mental como el Alzheimer o cualquier otra demencia o enfermedad psiquiátrica tipo esquizofrenia, ahí si es lícito ocultarle la información, pues no tiene sentido dársela, ya que por un lado, en breve tiempo, se va a olvidar de la noticia y, por otro, su estado mental de fondo le proporciona al familiar el derecho de ocultarle la información.
Los ancianos están más preparados para recibir este tipo de información mucho mejor de lo que uno puede imaginarse, pues muchos de sus contemporáneos, amigos y familiares ya han fallecido y el adulto mayor ve el proceso de la muerte como algo normal.
El ir al velorio o funeral de un amigo o un ser familiar cercano para despedirlo y honrarlo es un derecho que tampoco debemos de negarle. En el fondo más va a sufrir por no haber podido ir a despedirse de su ser querido que ocultarle la información.
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