Para Clemente, este evangelio nos revela que la verdad de cada uno no está en los exterior sino que la llevamos dentro y sólo nos conoceremos cuando nos veamos por dentro.
Evangelio según San Mateo 17, versículos del 1 al 9:
Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto.
Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él.
Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: “Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.”
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle.”
Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo.
Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: “Levantaos, no tengáis miedo.”
Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.”
Reflexiones del P. Clemente Sobrado:
Queridos amigos, el primer domingo de cuaresma sonaba a desierto y tentación. Hoy todo se llena de luz. Ya no es el Jesús tentado y con hambre, sino el Jesús transfigurado, como un sol brillante en la cima del Tabor.
¡Cómo cambian las cosas cuando, en vez de ver la cáscara, se las ve por dentro! ¡Y qué bueno que la riqueza que llevamos dentro pueda expresarse y hacerse visible! Jesús subió a orar. Y esta vez acompañado de los tres discípulos preferidos. Pedro Santiago y Juan. Lo maravilloso del Tabor es verlo iluminado con la belleza interior de Jesús.
Allí se transfiguró, dejó que toda la belleza de su corazón traspasase la espesura del cuerpo y todo él se hiciese luz ante el asombro de los tres discípulos.
¿Qué nos dice a nosotros esta transfiguración de Jesús en este nuestro caminar cuaresmal hacia la Pascua? Yo creo que muchas cosas.
La primera: La oración, como encuentro con el Padre nos transforma. Siempre me impresionó la figura de Moisés que cada vez que entraba a hablar con Dios en la tienda del encuentro tenía que ponerse un velo porque su rostro brillaba y resplandecía. La oración nos hace transparentes. Transparentes a nosotros mismos y transparentes ante Dios. En ella vivimos nuestra verdad humana y de gracia.
La segunda: Nos revela que la verdad de cada uno no la llevamos a flor de piel por mucho que nos arreglemos ante el espejo, sino que la llevamos dentro. Y que sólo nos conoceremos cuando nos veamos por dentro.
La tercera: Con su transfiguración Dios nos habla de que algo nuevo comienza, que lo viejo ha llegado a su término.. Allí está presente el Antiguo Testamento: Moisés y Elías. Son los testigos de que lo antiguo termina y de que ahora comienza una nueva historia de Dios.
Ya no se dirá “escuchad a Moisés”, sino “éste es mi hijo el amado, mi predilecto: escuchadle”. Que aplicado a la cuaresma bien pudiéramos decir que es una invitación a la oración como encuentro con Dios, y al encuentro con nosotros mismos, y un abrirnos a la nueva revelación de Jesús. Un domingo bonito. ¿Seremos capaces de expresar la belleza interior y que los demás descubran lo que Dios puede hacer en nosotros?
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