Santiago Iñiguez de Onzoño, IE University
No existe una fórmula mágica para convertir a alguien en un líder consumado. Los buenos directivos generalmente se forman a lo largo del tiempo, a partir del ejercicio sistemático de buenos hábitos y rutinas, y como resultado de la experiencia acumulada de su rol y de sus relaciones.
Una de las vías más prometedoras para convertirse en un mejor directivo es practicar las virtudes gerenciales, esos buenos hábitos operativos que se logran a través del ejercicio constante, tal y como se desarrollan los músculos con un entrenamiento sostenido.
Las virtudes no son innatas sino adquiridas. Sin embargo, algunas personas argumentan que no es posible aprender o desarrollar rasgos básicos de carácter más allá de cierta edad. Este punto de vista se basa en anticuadas teorías freudianas según las cuales las características básicas de la personalidad se adquieren y fijan antes de llegar a la adolescencia.
Hoy por hoy, un número creciente de teóricos de la educación y psicólogos cognitivos contemporáneos aceptan que muchas habilidades y rasgos de carácter se pueden aprender y desarrollar en la madurez con la práctica necesaria.
En las escuelas de negocios se trabaja con la premisa de que los directivos no solo pueden actualizar su conocimiento de las últimas herramientas gerenciales, sino también perfeccionar sus habilidades y moldear su personalidad, con suerte para mejor, a través de la educación, la práctica y la socialización.
Cómo mejorar las habilidades de liderazgo
Estamos saliendo de la pandemia y reanudando la normalidad: es un momento ideal para tomarse un tiempo de reflexión y autodiagnóstico y determinar cómo nutrirse y progresar en la práctica de las virtudes del liderazgo. Ofrezco aquí algunas ideas que podrían ser útiles:
La lista de virtudes del liderazgo es grande y diversa. Las virtudes más apropiadas para practicar dependen de las aspiraciones particulares y de cómo coinciden con las responsabilidades de gestión o los valores de la empresa. Algunas de las aptitudes tradicionalmente asociadas con la gestión son: sabiduría, resiliencia, coraje, templanza, justicia (equidad) y sociabilidad.
Poner el foco en la práctica de aquellas virtudes en las que se es fuerte. Tradicionalmente, uno de los objetivos de la educación era corregir las desviaciones del comportamiento estándar: superar las debilidades personales, enseñar a los zurdos a escribir con la mano derecha… Afortunadamente, los educadores modernos han evolucionado y respetan y valoran la diversidad intrínseca individual.
En este sentido, una de las contribuciones más interesantes de la psicología positiva es mostrar que es más productivo, satisfactorio y potencialmente exitoso reforzar las propias fortalezas que tratar de fortalecer las propias debilidades.
Registrar la evolución personal en la práctica de las virtudes directivas. A veces, escribir un diario o llevar un registro de la evolución personal puede ser útil y servir de refuerzo. El sincero relato de Benjamin Franklin sobre su progreso en las que para él eran las trece virtudes básicas, junto con un cuadro de evaluación, es un ejemplo muy vívido de este esfuerzo.
Tener en cuenta que el objetivo principal de practicar las virtudes directivas es convertirse en una mejor persona, no solo en un técnico gerencial perfeccionado. Convertirse en un gerente virtuoso es una cuestión de práctica.
La filosofía de las virtudes
La filósofa británica Philippa Foot fue una de los exponentes contemporáneas de la ética de la virtud, que se centra en el carácter del individuo y la forma en que la personalidad se refleja en sus acciones y decisiones.
Es diferente del consecuencialismo, que sostiene que el resultado o las consecuencias de una acción en particular determinan si es moralmente aceptable o no. También de la deontología, que sostiene que la rectitud o incorrección de un acto están determinadas por su naturaleza y su adhesión y consistencia con ciertos principios o normas.
En la práctica, la diferencia entre estos tres modelos alternativos de moralidad está en cómo se abordan los problemas, la forma en que se llega o se justifica una decisión, y no necesariamente la decisión final a la que se llega, en la que todos podrían coincidir.
Por ejemplo, un consecuencialista podría argumentar que robar está mal debido a las consecuencias negativas que resultan de ello. Un deontólogo podría argumentar que el robo siempre está mal, independientemente de cualquier bien potencial que pueda derivarse de él.
Sin embargo, los defensores de la ética de la virtud explicarían que un robo proviene de un comportamiento inmoral, contrario a la práctica de la virtud de la justicia, que exige respeto por la propiedad de los demás. Tres caminos distintos para llegar a una misma conclusión.
La ética de la virtud, que tiene sus orígenes en los escritos de Platón y Aristóteles, fue el modelo predominante en el mundo antiguo y medieval. Enfatiza el carácter del individuo, de su conciencia y voluntad, en lugar de abordar las reglas o las consecuencias de sus decisiones.
Siguiendo la tradición clásica, Foot argumentó que hay tres rasgos esenciales de una virtud:
Una virtud es una disposición de la voluntad.
Su práctica es beneficiosa para otros, o para nosotros y para los demás al mismo tiempo.
Endereza alguna mala tendencia humana.
Las cuatro virtudes de Platón
Platón exploró las principales virtudes en La República, resumiéndolas en cuatro, asociadas a las distintas clases sociales de la época:
La templanza. Aplicable a todas las clases sociales, pero especialmente a los trabajadores, virtud destinada principalmente a contener los excesos de ira y pasión.
El coraje. Asociado con la clase militar, enfatiza la valentía y el temple que requieren los soldados.
La prudencia (o sabiduría). Es un rasgo requerido para los gobernantes y debe guiar la ley y el liderazgo en la sociedad.
La justicia. Trasciende las clases sociales y regula las relaciones entre ellas y entre la ciudadanía.
Foot incorpora estas cuatro virtudes cardinales, que considera esenciales para el desarrollo del individuo en sociedad, a una lista más amplia.
Aunque todas deben cumplir con los tres requisitos definitorios de las virtudes (voluntad, beneficio, mejora), en algunos casos las explicaciones de Foot parecen escasas. Por ejemplo, cuando habla de que practicar la virtud de la caridad fortalece las cualidades morales mientras nos empobrece materialmente.
El enfoque de Foot no se centra en la práctica de una virtud en particular, sino en el ejercicio equilibrado de un sistema de virtudes consensuado por los miembros de la sociedad.
Virtud y gestión empresarial
La ética de la virtud también ha influido en la psicología. En sus orígenes, la psicología se ocupaba de casos patológicos, de personas que suponían un riesgo para la sociedad o para ellos mismos.
Sin embargo, en los últimos tiempos ha crecido el interés en la psicología positiva, cuyo objetivo es encontrar y nutrir el genio y el talento y hacer la vida normal más satisfactoria, y forma parte de un sinnúmero de programas de desarrollo personal y gestión empresarial.
Christopher Peterson y Martin Seligman, dos de los defensores más conocidos del movimiento, agregan dos virtudes a las cuatro virtudes cardinales:
Humanidad. Tiene que ver con la práctica del altruismo.
Trascendencia. Quizás la virtud menos personal y más elusiva, se refiere al impacto que el comportamiento individual tiene en el mundo, así como en aspectos de la espiritualidad.
En el ámbito de la gestión, se ha aplicado el análisis de las virtudes a las prácticas empresariales. Uno de los objetivos de la educación empresarial, la formación ejecutiva y el coaching es desarrollar habilidades que enfaticen el liderazgo o la eficacia en el desempeño directivo, su medición, supervisión y promoción. Estas habilidades directivas son similares a las virtudes, e incluso tienen cierto alcance moral.
No faltan libros sobre las virtudes que se exigen a los directivos. Uno de los más conocidos es Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva (1989), de Stephen Covey, que ha dado lugar a una serie de secuelas.
El valor de la humildad
Curiosamente, una virtud que la mayoría de los filósofos ha ignorado en gran medida, excepto dentro del canon cristiano, es la humildad. Philippa Foot no es una excepción, y lo menciona solo de pasada cuando critica el concepto de superhombre de Nietzsche.
Dicho esto, la literatura gerencial más reciente sí reconoce la relevancia de la humildad, entendiéndola como la capacidad que permite a los líderes evitar la arrogancia, escuchar y estar permanentemente orientados hacia el cambio y la innovación. Por ejemplo, Jim Collins, autor de Good to Great, propone el modelo de liderazgo de 5 niveles, que pone mayor énfasis en la humildad.
Para Collins, uno de los factores comunes que comparten las empresas exitosas es que tienen líderes que “construyen una grandeza perdurable a través de una combinación paradójica de humildad personal y voluntad profesional”. Ciertamente, esto es paradójico dado que, entre las cualidades más comunes asociadas con los líderes empresariales, y en ocasiones fomentadas por las escuelas de negocios, se encuentra el sentido de superioridad y pertenencia a una élite, lo que suele derivar en un exceso de confianza e incluso en la arrogancia.
En opinión de Collins, esta arrogancia a menudo impide comprender y asimilar lo que sucede alrededor y actuar en consecuencia.
De hecho, alcanzar la altura de la excelencia en la gestión requiere disciplina, práctica y trabajo duro. No se logra simplemente con el paso del tiempo. La curva de aprendizaje es empinada. Una forma muy prometedora y eficaz es practicar las virtudes directivas.
Una versión de este artículo fue publicada originalmente en LinkedIn.
Santiago Iñiguez de Onzoño, Presidente IE University, IE University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.