Elena Fernández Martínez, Universidad de León; Ana Isabel López-Alonso, Universidad de León y Cristina Liebana-Presa, Universidad de León
Hace años que el día de difuntos, originalmente concebido para honrar a los muertos, se convirtió en “Halloween”. Y desapareció de un plumazo la palabra muerte.
Halloween se ha consolidado como un día para salir a la calle a festejar. En familia, solo hablamos del disfraz que compraremos a los niños y niñas y de las actividades en las que les incluiremos. Entre tanto, los jóvenes debaten dónde y cuándo se organiza la fiesta más interesante o con más glamour. Solo los adultos llevamos flores a los cementerios y en algunos casos rezamos una oración.
¿Por qué perdemos la oportunidad de hablar con niños y jóvenes de la vida física y su final, de la vida biográfica y el sentido de trascendencia, con naturalidad?
Miedo inoculado en viñetas
Todos hemos visto esas viñetas: mujer cadavérica con manos huesudas y uñas largas, sujetando una guadaña en actitud de espera, para segar la vida de la persona que va a morir. No nos resulta fácil confiar en el proceso de muerte si nos llevan a la fuerza y, además, lo hace una señora con cara desagradable y tenebrosa.
Solo pensar en esta imagen (y la imaginación es muy creativa cuando se trata de acrecentar el miedo) hace que nos recorra un escalofrío columna arriba que nos incomoda. Esto bloquea cualquier intento de hablar del morir de forma sosegada y tranquila. Incluso hace que nos alejemos de la atención a los moribundos (no se nos vaya a pegar).
Contrasta con la CONFIANZA, con mayúsculas, que es la principal actitud que deberían desarrollar tanto el muriente como quien le acompaña. Confianza en la vida y en el proceso del morir físico: lo más natural del mundo.
Las palabras que utilizamos al hablar de la muerte son aterradoras
Si bien las palabras muerte y morir forman parte de nuestro vocabulario, lo hacen de forma inconsciente y superficial: “morir de risa, de amor, de vergüenza o de miedo”, “antes muerta que sencilla”, “estoy de muerte”, etc.
Hablar del morir y de la trascendencia del final de la vida física y biográfica suele ser tabú. El tema “no se toca”. Y cuando se hace, es desde el drama de la presunta pérdida de la persona, del miedo a lo desconocido (más vale lo conocido que…, nadie ha vuelto para contarlo…).
De nuevo aparecen en nuestro pensamiento imágenes que nos llenan de tristeza, ansiedad, angustia y sufrimiento. Evitando poder hablar serenamente de lo que es importante para uno en el final de vida. Nos impiden compartir con familia o amigos cuales serían nuestras preferencias si llegara el caso. Por ejemplo, decidir si queremos morir en casa o en hospital, estar conscientes o que nos seden, no tener dolor y estar tranquilos, propiciar las despedidas, o que no se alargue la vida innecesariamente, etc.
¿Por qué continúa siendo un tabú, una conversación de mal gusto, un motivo para decir “déjate de tonterías, a ver si la vas a atraer”? O “bueno, yo soy joven, aún queda mucho, tendré tiempo para mirar a los ojos a la parca cuando me toque”.
Lo que es más importante aún, ¿si no podemos hablar de la muerte con nuestros iguales ni con nuestros familiares a quien acudimos? Pues lo ideal sería que, junto con nuestros profesionales de atención primaria de salud, fuéramos diseñando la planificación compartida de la atención.
Acompañar con serenidad
Aunque la sociedad presupone que los profesionales de la salud hemos de estar preparados para abordar el final de vida, lejos está de la realidad.
Hijos de nuestra cultura, padecemos los mismos miedos, negaciones y reticencias ante este proceso. Solo unos pocos, muy bien formados y experimentados en cuidados paliativos, nos muestran una luz en este quehacer profesional.
Estos profesionales nos anuncian que sí se puede acompañar con serenidad, hablar con franqueza y compasión, y sobre todo disminuir nuestros miedos. Es decir, convertir el proceso del morir físico, y acompañar, en un suceso natural satisfactorio, e incluso agradable, tanto para quien muere como para quien le acompaña.
Sin embargo, aún hoy vemos la torpeza de muchos profesionales cuando tratan de acompañar y comunicarse con las personas en el final de la vida (y con sus familias). En su corazón siguen considerando la muerte como un “fracaso”, y, como dice el psicólogo clínico Fidel Delgado, “el mensajero es el mensaje”, inevitablemente.
De ahí la importancia de una adecuada formación e inmersión en el concepto de naturalidad del morir ya desde pregrado.
Los estudiantes de enfermería acceden a la disciplina a los 18 años. La mayoría de ellos no han tenido contacto con la muerte ni a nivel social ni personal. Su primer contacto suele ser sus primeras prácticas clínicas. La mayoría de ellos forman parte de familias donde, tanto los padres como los abuelos, son jóvenes. Los hay que incluso tienen bisabuelos vivos.
Eso, unido al ocultamiento natural que hace la sociedad occidental, el no compartirlo, o alejar a los niños y niñas, adolescentes y jóvenes, de los espacios donde se visibilizan las personas fallecidas, hace que se retrase la reflexión sobre la finitud de la vida.
Nos dicen que, en sus grupos de iguales, se considera de mal gusto hablar sobre la muerte. Sin embargo, disfrutan juntos la noche de difuntos entre “truco o trato”, zombis, fantasmas, disfraces, bailes y fiesta.
Un estudio reciente demuestra que los estudiantes de enfermería tienen altos niveles de miedo a la muerte durante la carrera. Y remarcan la importancia de incluir en la formación programas que faciliten el manejo de esta emoción.
Un muro de silencio innecesario alrededor de la muerte
Al final, la actitud ante el morir es responsabilidad de todos y todas. Es la sociedad al completo la que contribuye a construir un muro de silencio cada vez más alto y ancho alrededor de la muerte. Haciéndolo infranqueable incluso en las ocasiones en las que es evidente.
“No puede ser” es lo primero que decimos y nos repetimos una y otra vez. Ni siquiera el hecho objetivo de que la muerte es inminente es suficiente para abrirnos los ojos a una realidad que seguimos negando. La propuesta es reconocer esta fase, “la negación” (primera fase del duelo, según Kübler-Ross), como el primer mecanismo de defensa psicológica. Que nos prepara para una aceptación futura y un duelo sereno.
Quizás, el reto profesional y social esté en que desde la conciencia, la formación y la experiencia podamos ser agentes de cambio entre los más cercanos, transformando la ignorancia en luz, el rechazo en aceptación, el tabú en naturalidad y la clandestinidad en visibilidad.
Facilitar los espacios de reflexión y ventilación de emociones es uno de los objetivos más importantes de las universidades donde se forman los futuros profesionales de la salud.
Elena Fernández Martínez, Profesora Enfermería de Salud Mental, Universidad de León; Ana Isabel López-Alonso, Profesora Cuidos Paliativos. Área de Enfermería, Universidad de León y Cristina Liebana-Presa, Profesora. Área Enfermería. Departamento de Enfermería y Fisioterapia, Universidad de León
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.