Pobladores de Pondoa, respetan la furia del volcán y por la mañana dicen ´Mama Tungurahua´, como una plegaria para recordar que sus habitantes viven en sus faldas.
Muchos de los habitantes de las laderas del volcán ecuatoriano Tungurahua, que sienten de cerca su fuerza, dicen que respetan su actual proceso eruptivo, pero aseguran que no abandonarán la zona porque confían en que el coloso se "portará bien" con ellos.
Ese es el caso de Manuel Albán Chávez, un campesino de 69 años, miembro de la comunidad de Pondoa, en la falda noroeste del coloso, que hoy, como todos los días, recorrió por los caminos que serpentean esa parte de la montaña para cultivar sus terrenos.
Don Manuel es uno de los que se resiste a dejar la tierra que lo vio crecer y hacerse viejo, porque le ha dado todo lo que tiene y porque no cree que "la Mama (madre en quichua) Tungurahua" los eche.
Los vecinos de Pondoa, por la mañana, "al levantarnos sólo le decimos: "Mama Tungurahua"... y nada más", como una plegaria para que recuerde que en sus faldas habitan varios de sus hijos, aseguró.
"Cuando hace explosiones graves", por la noche, los vecinos "salimos a la calle" para observar el cráter, fácilmente visible desde ese lugar.
"Se puede ver que hace candela, que se vuelve rojito" todo el contorno del cráter, pero "no nos asusta", agregó Don Manuel, quien cree que Pondoa es un sitio con el que el volcán no se mete.
Y es que según él, Pondoa, al estar ubicada entre dos grandes quebradas, por donde bajan las rocas incandescentes arrojadas por el coloso durante las explosiones, no corre tanto peligro como otras zonas.
Sin embargo, recordó que en una gran explosión ocurrida en agosto de 2006, la ceniza arrojada por el volcán llegó a cubrir toda la zona de Pondoa con una capa de hasta dos centímetros de espesor, y fue entonces cuando la vegetación y los cultivos se dañaron.
Meses después de ese episodio, la tierra de esa comunidad logró recuperar la fertilidad que la caracteriza, porque la ceniza también funciona como un "abono natural", apuntó Don Manuel.
Pese a que las autoridades les han advertido del peligro de habitar en esa zona, muchos campesinos aseguran que no se irán y que confían en que el Tungurahua se comporte bien con ellos.
"Es difícil salirnos de aquí", apostilló.
Del mismo modo, Clelia Barrera, una granjera de esa región, aseguró que ya no le tienen "tanto miedo" al Tungurahua, aunque sí lo respetan, porque han visto de cerca su fuerza, sobre todo en agosto de 2006, cuando la montaña arrasó pueblos y cultivos en otras zonas de sus faldas.
Clelia, oriunda de la región tropical de Santo Domingo de los Tsáchilas, afirmó que prefiere vivir junto al Tungurahua: "Sí, me gusta vivir aquí, ya me he enseñado", aunque, "a veces no se puede dormir" por las ruidosas explosiones que genera.
"El ruido de las noches es durísimo y hay que dejar atrancada la puerta, porque retumba la casa", añadió Clelia, que cultiva en sus terrenos de Pondoa tomate, frutas, maíz y otros producto agrícolas.
No obstante, la campesina aseguró, con resignación que, "si llega a ocurrir algo grave, tendremos que evacuar el ganado" y salir de el terruño hasta los albergues en zonas seguras.
Y es que el último ciclo eruptivo del Tungurahua, que empezó hace unos diez días, se mantuvo hoy con una intensidad considerada como "muy alta" y con "tendencia ascendente", según el Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional.
No obstante, respecto a días anteriores, se notó hoy una disminución en el número de explosiones, de entre 3 y 4 cada hora, y emisiones de gases con bajo o medio contenido de ceniza.
En las últimas horas ha caído ceniza en las localidades de El Manzano, Chonglotus, Cahuají Bajo y Bayushig, precisa el informe del Instituto.
El Tungurahua, de 5.016 metros de altitud y situado a 135 kilómetros al sur de Quito, inició su actual proceso eruptivo en 1999 y, desde entonces, ha intercalado periodos de gran actividad con lapsos de relativa calma.
EFE
Ese es el caso de Manuel Albán Chávez, un campesino de 69 años, miembro de la comunidad de Pondoa, en la falda noroeste del coloso, que hoy, como todos los días, recorrió por los caminos que serpentean esa parte de la montaña para cultivar sus terrenos.
Don Manuel es uno de los que se resiste a dejar la tierra que lo vio crecer y hacerse viejo, porque le ha dado todo lo que tiene y porque no cree que "la Mama (madre en quichua) Tungurahua" los eche.
Los vecinos de Pondoa, por la mañana, "al levantarnos sólo le decimos: "Mama Tungurahua"... y nada más", como una plegaria para que recuerde que en sus faldas habitan varios de sus hijos, aseguró.
"Cuando hace explosiones graves", por la noche, los vecinos "salimos a la calle" para observar el cráter, fácilmente visible desde ese lugar.
"Se puede ver que hace candela, que se vuelve rojito" todo el contorno del cráter, pero "no nos asusta", agregó Don Manuel, quien cree que Pondoa es un sitio con el que el volcán no se mete.
Y es que según él, Pondoa, al estar ubicada entre dos grandes quebradas, por donde bajan las rocas incandescentes arrojadas por el coloso durante las explosiones, no corre tanto peligro como otras zonas.
Sin embargo, recordó que en una gran explosión ocurrida en agosto de 2006, la ceniza arrojada por el volcán llegó a cubrir toda la zona de Pondoa con una capa de hasta dos centímetros de espesor, y fue entonces cuando la vegetación y los cultivos se dañaron.
Meses después de ese episodio, la tierra de esa comunidad logró recuperar la fertilidad que la caracteriza, porque la ceniza también funciona como un "abono natural", apuntó Don Manuel.
Pese a que las autoridades les han advertido del peligro de habitar en esa zona, muchos campesinos aseguran que no se irán y que confían en que el Tungurahua se comporte bien con ellos.
"Es difícil salirnos de aquí", apostilló.
Del mismo modo, Clelia Barrera, una granjera de esa región, aseguró que ya no le tienen "tanto miedo" al Tungurahua, aunque sí lo respetan, porque han visto de cerca su fuerza, sobre todo en agosto de 2006, cuando la montaña arrasó pueblos y cultivos en otras zonas de sus faldas.
Clelia, oriunda de la región tropical de Santo Domingo de los Tsáchilas, afirmó que prefiere vivir junto al Tungurahua: "Sí, me gusta vivir aquí, ya me he enseñado", aunque, "a veces no se puede dormir" por las ruidosas explosiones que genera.
"El ruido de las noches es durísimo y hay que dejar atrancada la puerta, porque retumba la casa", añadió Clelia, que cultiva en sus terrenos de Pondoa tomate, frutas, maíz y otros producto agrícolas.
No obstante, la campesina aseguró, con resignación que, "si llega a ocurrir algo grave, tendremos que evacuar el ganado" y salir de el terruño hasta los albergues en zonas seguras.
Y es que el último ciclo eruptivo del Tungurahua, que empezó hace unos diez días, se mantuvo hoy con una intensidad considerada como "muy alta" y con "tendencia ascendente", según el Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional.
No obstante, respecto a días anteriores, se notó hoy una disminución en el número de explosiones, de entre 3 y 4 cada hora, y emisiones de gases con bajo o medio contenido de ceniza.
En las últimas horas ha caído ceniza en las localidades de El Manzano, Chonglotus, Cahuají Bajo y Bayushig, precisa el informe del Instituto.
El Tungurahua, de 5.016 metros de altitud y situado a 135 kilómetros al sur de Quito, inició su actual proceso eruptivo en 1999 y, desde entonces, ha intercalado periodos de gran actividad con lapsos de relativa calma.
EFE
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