La nación insular del Pacífico Tuvalu está planeando crear una versión de sí misma en el metaverso como respuesta a la amenaza de desaparición por la subida del nivel del mar.
Nick Kelly, Queensland University of Technology y Marcus Foth, Queensland University of Technology
La nación insular del Pacífico Tuvalu está planeando crear una versión de sí misma en el metaverso como respuesta a la amenaza de desaparición por la subida del nivel del mar. El ministro de Justicia, Comunicación y Asuntos Exteriores de Tuvalu, Simon Kofe, hizo el anuncio a través de un escalofriante discurso dirigido a los líderes de la COP27.
Simon Kofe explicó que el plan, que contempla el “peor de los escenarios”, implica la creación de un gemelo digital de Tuvalu en el metaverso, que reproducirá sus hermosas islas y preservará su rica cultura:
Esta tragedia no es exagerada […] Tuvalu podría ser el primer país del mundo en existir únicamente en el ciberespacio, pero si el calentamiento global continúa sin control, no será el último.
La idea es que el metaverso permita a Tuvalu “funcionar plenamente como un estado soberano” mientras su gente se ve obligada a vivir en otro lugar.
El discurso de Kofe contiene dos mensajes importantes: el primero es que una pequeña nación insular del Pacífico se enfrenta a una amenaza que pone en riesgo su existencia, y busca preservar su condición de nación a través de la tecnología.
El segundo mensaje es que, con diferencia, el futuro que elegiría Kofe para Tuvalu es preservar su nación en la Tierra, evitando los peores efectos del cambio climático. El anuncio de recrear Tuvalu en el metaverso ha sido, así, una forma de llamar la atención del mundo.
¿Qué es un país metaverso?
El metaverso representa un futuro floreciente en el que la realidad aumentada y virtual se convierte en parte de la vida cotidiana. Hay muchas visiones de cómo podría ser el metaverso, aunque la más popular es la del CEO de Meta (antes Facebook), Mark Zuckerberg.
Lo que estas concepciones tienen en común es la idea de que el metaverso consiste en mundos 3D interoperables e inmersivos. Un avatar, creado por cada usuario, podría moverse de un mundo virtual a otro con la misma facilidad con la que se desplaza de una habitación a otra en el mundo físico.
El objetivo es que el humano ni siquiera pueda distinguir entre lo real y lo virtual, para bien o para mal.
Kofe explica que en el metaverso podrían reproducirse tres aspectos de Tuvalu:
Territorio: la recreación de la belleza natural de Tuvalu, con la que se podría interactuar de diferentes maneras.
Cultura: la posibilidad de que los tuvaluanos interactúen entre sí de forma que se conserve su lengua, normas y costumbres compartidas, estén donde estén.
Soberanía: si se perdiera la tierra sobre la que el gobierno de Tuvalu tiene soberanía (una tragedia inimaginable, pero que han empezado a imaginar), ¿podrían tener soberanía sobre la tierra virtual?
Cómo podría llevarse a cabo
En caso de que esta propuesta de Tuvalu sea literal y no sólo un símbolo de los peligros del cambio climático, ¿cómo podría llevarse a cabo?
Desde el punto de vista tecnológico, ya es bastante fácil crear recreaciones hermosas, inmersivas y ricamente representadas del territorio de Tuvalu. Además, miles de comunidades en línea y mundos en 3D (como Second Life) demuestran que es posible generar espacios interactivos totalmente virtuales, cada uno de ellos con su propia cultura.
La idea de combinar estas capacidades tecnológicas con características de gobierno para un “gemelo digital” de Tuvalu también es factible.
Ya hay experimentos de gobiernos que han creado análogos digitales y tomado decisiones basadas en el territorio. Por ejemplo, la residencia electrónica de Estonia. Se trata de la concesión de un permiso de residencia online, que los no estonios pueden obtener para acceder a servicios como el registro de empresas. Otro ejemplo son los países que crearon embajadas virtuales en la plataforma online Second Life.
Sin embargo, reunir y digitalizar los elementos que definen a una nación plantea importantes retos tecnológicos y sociales.
Tuvalu sólo tiene unos 12 000 ciudadanos. Aún así, conseguir que esta cantidad de usuarios interactúe en tiempo real en un mundo virtual inmersivo es un desafío técnico. Hay problemas de ancho de banda, de potencia informática, y hay que contemplar el hecho de que muchos usuarios tienen aversión a los auriculares o son reacios a estas tecnologías.
Nadie ha demostrado aún que los estados-nación puedan trasladarse con éxito al mundo virtual. Incluso si pudieran hacerlo, hay quien argumenta que el mundo digital hace que los estados-nación sean redundantes.
La propuesta de Tuvalu de crear su gemelo digital en el metaverso es un mensaje en una botella, una respuesta desesperada a una situación trágica. Sin embargo, aquí hay un mensaje oculto para quienes estén considerando la posibilidad de retirarse al mundo virtual como respuesta a las consecuencias del cambio climático.
El metaverso no es un refugio
El metaverso se basa en una infraestructura física de servidores, centros de datos, routers de red, pantallas y gafas de realidad virtual. Toda esta tecnología tiene su correspondiente huella de carbono y requiere mantenimiento físico y energía. Una investigación publicada en Nature predice que Internet consumirá cerca del 20% de la electricidad mundial en 2025.
La idea de país en el metaverso como respuesta al cambio climático es exactamente el tipo de pensamiento que nos ha traído hasta aquí. El lenguaje que se adopta en torno a las nuevas tecnologías –como la “computación en la nube”, la “realidad virtual” y el “metaverso”– se presenta como limpio y ecológico.
Estos términos están cargados de “solucionismo tecnológico” y “greenwashing”. Ocultan el hecho de que las respuestas tecnológicas al cambio climático a menudo agravan el problema debido a su alto consumo de energía y recursos.
¿En qué situación queda Tuvalu?
Kofe es consciente de que el metaverso no es la respuesta a los problemas de Tuvalu. El líder afirma explícitamente que debemos centrarnos en reducir los impactos del cambio climático mediante iniciativas como un tratado de no proliferación de combustibles fósiles.
El vídeo de su discurso sobre el paso de Tuvalu al metaverso tiene un enorme éxito como provocación. Ha tenido una gran repercusión en todo el mundo, al igual que su conmovedor alegato durante la COP26 con el agua hasta las rodillas.
Sin embargo, Kofe sugiere:
Sin una conciencia global y sin un compromiso global con nuestro bienestar compartido podemos acabar encontrándonos con que el resto del mundo se une a nosotros en el metaverso mientras sus territorios desaparecen.
Es peligroso creer, aunque sea implícitamente, que trasladarse al metaverso es una respuesta viable al cambio climático. El metaverso puede ciertamente ayudar a mantener vivos el patrimonio y la cultura como museo virtual y comunidad digital, pero parece poco probable que funcione como un sucedáneo de un Estado-nación.
Y, de cualquier manera, no funcionará sin la tierra, la infraestructura y la energía que mantienen el funcionamiento de Internet.
Sería mucho mejor que dirigiéramos la atención internacional hacia las otras iniciativas de Tuvalu descritas en el mismo informe:
La primera iniciativa del proyecto promueve la diplomacia basada en los valores tuvaluanos de olaga fakafenua (sistemas de vida comunales), kaitasi (responsabilidad compartida) y fale-pili (buena vecindad), con la esperanza de que estos valores motiven a otras naciones a comprender su responsabilidad compartida para hacer frente al cambio climático y a la subida del nivel del mar con el fin de lograr el bienestar global.
El mensaje en la botella que envía Tuvalu no se refiere en absoluto a la creación de naciones en el metaverso. El mensaje es claro: apoyar los sistemas de vida comunales, asumir la responsabilidad compartida y ser un buen vecino. Lo primero no puede trasladarse al mundo virtual. Lo segundo requiere que consumamos menos, y lo tercero, que nos cuidemos.
Nick Kelly, Senior Lecturer in Interaction Design, Queensland University of Technology y Marcus Foth, Professor of Urban Informatics, Queensland University of Technology
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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