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Lucho Quequezana: “Hasta los once años no tocaba nada y pensaba que no podía hacerlo”

Escucha a Lucho Quequezana hablando sobre sus inicios en la música. | Fuente: RPP Noticias

En un nuevo capítulo de ‘Fuera de Serie’, el músico conversó con Raúl Vargas sobre sus inicios, su carrera y sobre el potencial de la música como profesión.

Un personaje, un lugar o un acontecimiento pueden influir de por vida en una persona. Eso fue lo que le paso al músico Lucho Quequezana, quien a los 11 años, en la ciudad de Huancayo, descubrió casi como jugando que tenía talento para la músico. Tras muchos años de esfuerzo y dedicación, hoy está consolidado como uno de los más altos exponentes de la música fusión. Raúl Vargas conversó con él en el décimo segundo capítulo de Fuera de Serie.

¿Qué significa para ti la vocación musical?

Es ese fuego interior que hace que todo el tiempo quieras decirle a otra persona que lo que tú disfrutas él también lo puede disfrutar, que lo que tú sabes él también lo puede saber.

O sea, que en lugar de que te cause temor o alojamiento, sea una provocación

(Risas) Exactamente. Es justamente todo lo contrario a una barrera o una lejanía respecto a algo. Con la música me pasó eso. Muy poca gente lo sabe, pero yo hasta los once años no tocaba nada y pensaba que no podía tocar. Me consideraba una persona con dos pies izquierdos, sin ritmo.

Si bien estabas en una familia donde había música

Había música, sí. Mi mamá es huanuqueña y cantaba huaynos, a mi papá también le gustaba la música, pero no había tenido un acercamiento a instrumentos, no había instrumentos. Pasé por lo que ha pasado todo el mundo: a los 5 o 6 años mi mamá me puso en clases de flauta dulce, con lo que todo el mundo empieza. La profesora no era buena y no entendía lo que me decía para poder tocar. Como no pude sacar las melodías que ella explicaba, dije que la música no era para mí. Una persona, sin que te des cuenta, podría frustrarte de por vida. Eso fue un poco que me lo pasó.

De pronto viajamos a Huancayo por la enfermedad de mi hermano y allí descubrí la música como jugando. Ya no era una clase o alguien que me enseñaba mal, sino eran mis hermanos, mis amigos, que estaban tocando la zampoña. Rompí esa frustración, ese miedo a la música y empecé un viaje eterno, romántico y apasionado.

Entrar a la música es algo más serio y comprometido, uno se siente debilitado.

Sí, intimidado también. Para acercarse a la música, para tocar un instrumento el domingo para la familia o cantar el cumpleaños feliz con la guitarra, no hay ningún problema, cualquiera lo pueda hacer. Dedicarse a la música es una cosa completamente distinta. Eso sí no es un juego, es una carrera, es dedicación, es una profesión, es tiempo, una vida entregada.

¿Con qué instrumento te iniciaste?

Con la zampoña.

¿Tiene alguna dificultad en particular?

No, creo que también hay un poco de temor. Todos los instrumentos la gente los ve como imposibles. Hay un ritual muy bonito cuando una persona toca un instrumento por primera vez: sientes que por primera vez emite una melodía. La música no se puede ver ni palpar. Son pocas las veces que se puede disfrutar de algo tan abstracto. Cuando toqué la zampoña por primera vez no sé si soplé bien o si sonaron bien las primeras cañas, no me acuerdo (risas), pero fue la primera vez en mi vida que sentí que podía emitir sonidos y melodías. Creo que eso tumbó una barrera.

Una de las cosas que debe entusiasmar al que se inicia en la música es la posibilidad de causar un impacto.

Es cierto. La música tiene una particularidad: más allá de escucharla o disfrutarla, cuando uno puede ejecutarla, acercarse a ella y descubrir la maravilla de emitir un impacto, te refuerza muchas cosas. Hay una cuestión de autoestima.

Además siempre hay un aliento de la familia, de los amigos, ¿no?

Y al mismo tiempo uno también asume una especie de desafío o reto.

¿En qué momento adviertes que lo que has aprendido por tu familia y tus primeros pasos, tiene una identidad con la música folclórica?

Descubro la música en Huancayo, que es quizás una de las provincias con más grupos folclóricos en el Perú, es impresionante. No solo es por las fiestas, todo el tiempo hay música. En ese primer momento me identifiqué con la música folclórica y empecé tomando un instrumento andino. Cuando regresé a Lima –yo soy del Rímac, un barrio popular, salsero y cumbiero- la música que sonaba en el barrio me empezó a influenciar. En esa época también era muy fuerte el pop y el rock. En la universidad descubrí el jazz. Me convertí en un melómano compulsivo.

¿Solitario o en grupo?

Yo tenía mi grupo con mi hermano, un grupo folclórico en el que comienzo a componer a los 13 años temas de ese estilo, pero cuando empiezo la universidad me convierto en un devorador imparable de todo lo que pasaba por mis manos. Encontré el placer de sorprenderme. Si me pasaban un casete de metal o de latin jazz, no le decía que no. Me quedaba mucho por descubrir. En ese momento me olvidé de los géneros, ya no pensaba en un CD de jazz o de música clásica, comencé a escuchar todo lo que pasaba por mis oídos.

La música es música. El universo musical es enorme y dentro están todas las expresiones y propuestas. Si te cierras a algo que es completamente natural y orgánico, que es la expansión, la búsqueda y armonía natural con la música, creo que estás completamente equivocado. La gente no debe ver a la música como segmentos distantes.

También ocurre que existe, subyacentemente, una competencia de géneros en el Perú. Hay cierto prejuicio.

Felizmente, eso está cambiando. Si hablamos de hace 30 años, esa polarización era mucho más fuerte. Lo que ha logrado el peruano es reconocerse como mestizo, que es lo mejor que nos ha podido pasar.

Además era inevitable porque somos mestizos de todas las razas.

De todas la razas. ¡Es simplemente mirarnos al espejo! Cuando alguien se reconoce mestizo es ridículo decir “esto no soy yo, el de la selva que se quede para allá, el de la sierra que no se acerque a la costa”, cosas que pasaban no hace mucho.

La música se ha convertido en un factor de integración.

Es un vehículo integrador fortísimo, tanto como la comida.

Se está superando el prejuicio.

Sí, un prejuicio que yo sentí también. Mira cómo estaba el país de polarizado a mediados de los ochenta: cuando regresé de Huancayo, de pronto estaba con una zampoña o un charango, que era lo que me gustaba, y empezaba la discriminación, el bullying, simplemente porque tenía instrumentos andinos. Eso me sorprendió. Yo era un chico del Rímac que migró a los andes y cuando regresé, empecé a sentir la discriminación solo por un instrumento andino. Cuando te das cuenta que eres parte de todo, que así tú hayas nacido en la costa también suenas a charango, que así hayas nacido en la sierra suenas a cajón, se caen todas esas barreras.

¿Cómo fue tu proceso de ingreso a la música?

Al inicio fue empírico. Descubrí la música y empiezo a ver los instrumentos como un niño desesperado en una juguetería. Quería probarlos todos. Encontré una facilidad en tocarlos, en ver cómo funcionan. Empiezo un proceso de disciplina sin darme cuenta. En casa tocaba seis horas diarias, no porque tenía que hacerlo sino porque quería. De pronto estaba tocando y lo que me avisaba que pasaron seis horas era mi estómago cuando tenía hambre. No descansaba porque quería que salga la escala, el acorde. Esos procesos me ayudaron al inicio, pero después te das cuenta que el lenguaje musical es mucho más amplio y tienes que comunicarte con más músicos. Tienes que hacer que la otra persona entienda lo que tienes en la cabeza.

La parte teórica es importantísima: cómo funciona la música, cómo se estructura, cómo se arma una armonía, cómo hacer que lo todo lo que tienes en tu cabeza se armonice con más gente. La profesionalización de la música es igual de fuerte que en cualquier carrera.

¿Cuál fue tu primera experiencia? ¿Kuntur?

Como disco y como grupo. Fue el nombre de mi grupo en el colegio, que armamos con mi hermano Alfredo. Cuando descubro la música y me sorprendo con que puedo tocar, en lo único que pensaba era que más genta la descubra y también se sorprenda. En el colegio empiezo a convencer a mis amigos que no tocaban para que lo hagan. Uno de mis recuerdos más anecdóticos es que, cuando ya tocaba guitarra, le enseñé a tocar a mi compañero sin guitarra (risas). Antes había unos cuadernos de 200 hojas y empastados, de tapa dura, y descubrí que tenían el mismo ancho que el mástil de la guitarra. Le dibujé en el cuaderno las cuerdas para entender cómo se ponían los acordes y practicábamos en el salón. Luego a la hora de pasar a la guitarra le expliqué cómo tocar las cuerdas. De chico lo único que quería era que la otra persona disfrute lo mismo que yo. Siempre vi la música como algo compartido.

¿Qué pasó luego?

En un momento el grupo se disuelve. Cada uno ya estaba en su universidad con su carrera y yo me quería dedicar a la música. Me quedé solo. De pronto apareció la tecnología y me di cuenta que con la computadora podía grabar varios instrumentos y saqué el disco Kuntur. Fue el primero, lo lancé hace muchos años (2004), pero me di cuenta que no era lo que quería. Había aprendido la música compartiendo con gente, con amigos, con mi hermano. Grabé el disco en desesperación porque no había banda. De pronto dije que no, que iba a armar una banda y compartir con más gente, que fue como lo aprendí. Así vino el otro disco, que se llama Combi (2014).

¿Y el proyecto de la Unesco?

Fue el cambio radical. Hay unas becas para artistas de la Unesco que se llaman Aschberg. Lo que hace la Unesco es muy bonito y lo puede buscar la gente interesada: una vez al año, escogen a un compositor para realizarle un proyecto. El proyecto que tú propongas, te lo realizan. Claro, tienes que competir con todos los compositores del mundo (risas), pero desarrollé un proyecto que siempre tuve en mi cabeza. Decía lo siguiente: si yo que no sabía tocar he podido aprender, cualquiera puede aprender; si yo que hasta los 11 años no tenía un acercamiento a la música de mis raíces y de pronto me enamoré de la música peruana, cualquier músico de cualquier parte del mundo puede conocerla y enamorarse. Lo que le propongo a la Unesco es esto: voy a buscar músicos de varias partes del mundo, voy a hacer que conozcan la música peruana y que la puedan tocar.

Salgo en esta búsqueda y de pronto armo un proyecto en una banda que por más surrealista que suene, tiene a un vietnamita, un chino, un turco, un japonés, dos canadienses, un venezolano y un colombiano. ¡Era como una especie de ONU musical! (risas) El reto era que puedan aprender. Era difícil porque en ninguna parte encontraba un método para enseñarle a tocar landó a un vietnamita. Comencé a acercarme a ellos y a su música, y con el chino me pasó algo increíble: tocó algo tradicional de China y me sonaba a un huayno y cuando yo tocaba un huayno, a él la parecía algo de su país. Hay una cuestión de pentatonía, de relaciones teóricas, hay mucha similitud entre la música asiática y la andina. Eso me sirvió como un puente para entendernos. Claro, con el turco fue más difícil porque no hay similitudes. Cuando realicé el proyecto y lo presentamos en un concierto, Unesco nos nombró como el mejor proyecto de la historia de su residencia Aschberg. Allí empezó para mí una suerte de visión mucho más global y mi universo se expande respecto a las posibilidades que tenía.

Luego de la experiencia de Unesco, dejas de dedicarte exclusivamente al ámbito peruano, te abres a un universo internacional, pero también empieza un trabajo incesante en otras colectividades internacionales.

Este proyecto me ayuda es a ver la música desde mucho más arriba, pero después hay un momento, que creo que le pasa a todo peruano, en el que extrañas el país. Sentía también que había mucho prejuicio respecto a lo que se le ofrecía a la gente, que partía de muy pocas personas que decían que a algunos no les iba a gustar algo, que no ponga cierta música en tal lugar porque no iba a gustar. Yo decía que era mentira y que no es que no les gusta, sino que no han tenido oportunidad de escucharlo. Cuando lo hacen, no solo les gusta sino que lo empiezan a compartir. Empezamos a hacer proyectos con la Sinfónica, proyectos para que la gente interactúe con la música, la tecnología y la televisión me ayudaron mucho. Me invitaron a tener un programa en Plus TV, que se llama Prueba de Sonido. El concepto original era muy bonito: hacer un programa de música que no era para músicos, que lo pueda entender cualquier persona. De pronto la gente descubría el virtuosismo del metal, lo clásico, pero explicado de una forma horizontal para que le pierdas el miedo y sea accesible.

Uno de las revoluciones que has hecho es esa, que surja toda una generación de entusiastas musicales.

Creo que lo que buscábamos era que el peruano no solo reconozca su música, sino que pueda disfrutar de algo que es tan natural, que te va a acompañar toda la vida y que puedes transmitir en generaciones: un país que suena a algo. Un país en el que esa diversidad maravillosa que tenemos hace que nosotros sonemos a mestizos y que lo podamos mostrar al mundo. Lo mejor que le puede pasarle al peruano, a los músicos en el Perú, es que todo el tiempo estén proponiendo algo. La evolución musical de un país no puede parar.

Hemos ganado universalidad.

Universalidad y honestidad a la hora de proponer las cosas. Los músicos que hacen cosas ahora ya no piensan en hacerlo igual que otro, sino en hacerlo según ellos suenan, con todas sus influencias. Al mismo tiempo, lo pueden mostrar en YouTube y Facebook.

¿Cuál es el futuro de Lucho Quequezana?

El nuevo proyecto es este estudio donde conversamos. Es un estudio de grabación de calidad internacional y un set de transmisión para contenido a redes sociales, un canal de distribución nuevo y democrático. Va a hacer que la música se acerque mucho más, que puedas escuchar las propuestas que no están en la radio, en vivo y como un sonido de estudio como si fuese de disco. También se puede interactuar con el artista. La gente ya no ve lejano al artista, le escriben y este responde. Una de las cosas que queremos es que puedas tocar con él en el estudio. El artista que tú admiras es un ser humano como tú y quiere compartir la música como tú. Esos espacios vamos a generarlos aquí en ‘Cabina libre’. La tecnología es una herramienta que ahora me abre otro universo.

La gente cree en la música como profesión y se empieza a respetar al músico como un profesional, cosa que antes no pasaba y está empezando a cambiar. El lado que sí falta y tiene que ser necesario e indispensable, es la música en la formación del niño. La música es una profesión viable, con mucho esfuerzo, con mucha disciplina, con mucho empeño, con creatividad, con responsabilidad, en donde uno puede desarrollarse. Mientras más músicos haya en el Perú, más se va a contagiar esta necesidad de expresar lo que hay dentro y el peruano va a identificarse con lo que está sonando.

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