Entre las comunidades que participaban en la celebración se mencionan Tira Cancha, Ocururo, Siuza, Camahuara, Humachurco y otras.
Se avecinan las fiestas navideñas y trato de buscar en las páginas de la historia del Cusco costumbres ancestrales que desaparecieron, aquellas que se ponían en práctica en la serranía, muy cerca del olor a la tierra, el chachacomo y el agüita pura de los manantiales de nuestro ande.
Griselda Licona Yabarrena, una matrona del distrito de San Salvador, provincia cusqueña de Calca, contó a sus nietos cómo en los años de 1970, al medio día del 24 de diciembre, bajaban los varayoc (alcaldes campesinos) típicamente ataviados con sus regidores, comuneros e imágenes de los manolitos desde sus capillas a la ciudad.
Los hijos de los pobladores traían en sus manos pututos, vestían pantalonetas cortas de bayeta, calzaban sus ojotas y sombreros, mientras que en sus rostros se dibujaban sonrisas de alegría.
Los visitantes cargaban en sus espaldas palos, sogas y paja, al llegar a la ciudad se instalaban en las esquinas para armar la choza donde debía nacer el niño Dios.
Las chozas llegaban a medir 2 metros de altitud y 2 de ancho aproximadamente; se indica que habían otras más grandes, al interior de las mismas se hacía sentar a los niños en sus sillas antes de las 12 de la noche y se les cantaba villancicos en quechua.
No había luz, era la luna o el fulgor de las velas las que daban vida y calor a la fiesta.
Entre estas comunidades que participaban en la celebración, de acuerdo al relato de Griselda Licona, se mencionan Tira Cancha, Ocururo, Siuza, Camahuara, Humachurco y otras, las mismas que llegaban a sumar en promedio 10.
Lo curioso es que en estos nacimientos que se instalaban dentro de las casitas precarias, no se observan a San José ni a María, o al tradicional burro o el buey. El espacio era solo para el Niño Jesus y para su pueblo, que llegaba para adorarlo.
En la parte externa de estas construcciones se colgaban juguetes y utensilios propios de la zona realizadas por las familias campesinas, entre estas se hallaban palas, picos, chaquitacllas y productos propios del lugar como el maíz y las frutas.
Durante esta vigilia estaba prohibido tomar alcohol, contaba Griselda Licona, y les recordaba a sus nietos que esa era la regla. Nadie podía tomar ni una gota de aguardiente.
Después de las 12:00 de la noche se degustaba un agradable caldo de gallina casera.
Al día siguiente, 25 de diciembre, muy temprano a las 6:00 de la mañana, los alcaldes y las familias trasladaban sus casitas de madera hasta el templo colonial de San Salvador, los manolitos andinos iban en hombros para que escuchen la misa de fiesta.
Era todo un espectáculo, a los costados del templo se instalaban las santas efigies; en el medio del recinto religioso estaba el pueblo y en el atrio el sacerdote que celebraba la misa solo en latín.
Los cantos eran en quechua y realizaban una perfecta combinación con las notas de un pampapiano.
Al final todo terminaba cuando se departía la Eucaristía y todos retornaban a sus pueblos.
Pero ¿Cómo eran estos niños manolitos?... los testigos nos describen que eran niños muy bellos, con rizos negros e hilitos de plata en la cabeza, facciones finas occidentales, algunos eran vestidos con trajes típicos del distrito de San salvador, otros lucían sus ropas añejas.
Lo cierto es que ahora, en pleno 2011, esta tradición ya no se replica en San Salvador, ha desaparecido.
El destino y el paradero de aquellos bellos manolitos de mirada alegre que llegaban sentados en sus sillas, nadie lo sabe a ciencia cierta, sus imágenes quedarán grabadas aún en el recuerdo de los que vivieron en los años 70 y parte del 80 en San Salvador.
Finalmente muchos nos comentan que los manolitos eran muy parecidos al risueño Niño Doctorcito del templo de La Merced.
Por: Adelayda Letona
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