¿No saben las cancillerías de los cuatro países firmantes que los ministros de Castillo renunciaron para no verse asociados con lo que ellos mismos percibieron como una ruptura del orden constitucional?
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La más elemental forma de solidaridad entre países amigos es la expresión de condolencias cuando se producen muertes en el marco de graves conflictos sociales, bloqueos de carreteras, invasión de aeropuertos, ataques contra instalaciones públicas y privadas, incluidas empresas periodísticas. Precisamente porque tenemos muertos que lamentar, hubiéramos podido esperar de países como México, Colombia y Argentina prudencia para hablar sobre nuestros asuntos internos, de la misma manera como actuamos nosotros ante las manifestaciones de violencia que esos tres países han conocido. El caso de Bolivia es diferente, porque desde el empoderamiento de Evo Morales nuestro vecino andino ha venido teniendo actitudes hacia el Perú que solo parecen inspiradas por los intereses bolivianos y los de la carrera política de quien quiso perpetuarse en la presidencia de Bolivia. El comunicado sorprende particularmente por el caso de Colombia, puesto que después del fallido golpe intentado por Pedro Castillo, Bogotá había reprobado “todo atentado contra la democracia, venga de donde venga”. Si algo resulta claro para quien se tome la molestia de escuchar el discurso pronunciado el miércoles por Pedro Castillo, es que él decidió actuar como un dictador y ponerse al margen de la Constitución. La detención de Castillo es una consecuencia judicial de la gravedad de los hechos cometidos y de los que hubiese podido cometer si no se hubiera enfrentado a la oposición de todas las instituciones que adhieren a los valores democráticos. ¿No saben las cancillerías de los cuatro países firmantes que los ministros de Castillo renunciaron para no verse asociados con lo que ellos mismos percibieron como una ruptura del orden constitucional? El Perú necesita unidad para reparar los daños dejados por Pedro Castillo en el aparato del Estado. Esperemos que no haya que contar entre esos daños con el empobrecimiento de las relaciones con países con los que compartimos un largo pasado y, según creíamos, la misma vocación democrática.
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