Más de la décima parte de la población asháninka del Perú fue exterminada durante los peores años del terrorismo. Una hermana franciscana que vivió la época da su testimonio del horror.
El área principal de la casa hogar de la misión franciscana Santa Teresita de Puerto Ocopa ha quedado inhabitable. El sismo del último 13 de agosto resquebrajó las paredes de ladrillo y calicanto de esta construcción de más de 50 años. Sus ocupantes, 54 niños asháninkas huérfanos o en situación de pobreza, dejaron sus habitaciones y desde entonces tampoco usan el patio, que quedó regado de escombros. Cintas amarillas con indicaciones de peligro prohíben el acceso. La mañana del domingo en que la tierra tembló “los chiquitos salieron corriendo desesperados”, cuenta la madre superiora Nélida Vicente. Evoca, sin proponérselo, épocas peores, cuando la muerte y el espanto eran cotidianos.
Puerto Ocopa es una localidad del distrito del Río Tambo, provincia de Satipo (Junín). Fue una de las zonas más castigadas por el grupo terrorista Sendero Luminoso (PCP-SL). Hacia finales de los años ochenta e inicios de los noventa asediaron a esta y otras comunidades asháninkas de las cuencas de los ríos Ene, Tambo y Perené, en la Selva Central del Perú, en la puerta de entrada al Vraem. Comunidades enteras fueron secuestradas y miles de nativos asesinados.
En medio de ese escenario de terror, la misión franciscana Santa Teresita resistió a Sendero y se quedó en el lugar ayudando a las víctimas. La casona, hoy golpeada por la naturaleza, fue entonces refugio de familias y de los niños que quedaban huérfanos.
El inicio del terror
“En el 87 llegaron los terroristas” recuerda la madre Benita, quien vive en la misión desde 1982. Cuenta que al principio los senderistas buscaban adoctrinar a la comunidad e integrarla a sus huestes. Varios creyeron en las promesas de justicia social y se unieron a sendero. La mayoría, sin embargo, los rechazó.
La religiosa relata un episodio que vivió junto al padre Teodorico Castillo, un corajudo franciscano que plantó cara al senderismo y que dirigió la misión desde 1957 hasta el día de su muerte en febrero de 2016. Una tarde de finales de la década de los años ochenta, un mando terrorista quiso obligar al sacerdote a que ice la bandera roja con la hoz y el martillo del PCP-SL en la misión. Ante la terca renuencia de Castillo, el senderista lo conminó a izarla. “He dicho que no, mátame aquí y envuélvame con mi bandera blanca y roja”, respondió el padre y vivió para contarla. “Esa era (la) estrategia para ir a decir al pueblo que nosotros hemos aceptado ser compañeros de los terrucos”, comenta la hermana.
Hacia inicios de los años noventa, las acciones de sendero empezaron a ser más agresivas. “Decían: “Está prohibido salir, está prohibido que venga avión, prohibido que reciban a la gente. Todo era prohibido”, cuenta Benita. También describe el pánico que sentía la comunidad: “Cuando se estaba celebrando la misa, antes de que toque la campana venían los terroristas y todos se tiraban de barriga en la capilla. Todos, grandes y chicos”. Otras veces, llegaban de noche: “Los niños se escapaban, llegaban con dinamita, por eso de miedo todos corrían a la banda (ribera del río) y se iban nadando. La madre (superiora) decía: “Por qué no vienen de día, por qué vienen a asustar a mis hijos”.
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