Pienso llegar antes de la hora para sentarme en alguna terraza cercana, tomar una caña y ver la gente pasar.
Hoy me he quedado solo en el departamento. Natalia está de guardia en el hospital.
Tenía una serie de planes para el día que no conseguido concretar. No fui a nadar, no fui a la Biblioteca a sacar mi carné, no fui a la Asociación de corresponsales extranjeros a tramitar mi membresía, y no fui al locutorio donde atiende el paquistaní a sacar las fotocopias que me faltan.
Me quedé escribiendo mi próximo libro desde las siete hasta las tres. Tuve tres interrupciones. La primera ocurrió cuando sonó el timbre (era la inspectora de la Oficina Nacional de Agua, quería tomar nota de los valores de nuestro medidor para lo cual fue necesario encontrarlo primero. Fue gracioso: ella en uniforme, yo en pijama buscando la válvula por todo el piso). La segunda pausa me la impuse para contestar unos mails y postear unos artículos en Facebook. La última fue el receso del almuerzo (dos panes con atún: Natalia está de guardia en el hospital).
Hoy por la noche tengo una actividad literaria. Se presentan dos libros: «El viento que arrasa», de Selva Almada y «La débil mente» de Ariana Harwicz. He oído buenos comentarios del trabajo de ambas. El evento me entusiasma porque será en la librería «Tipos Infames», la misma donde presenté mi segunda novela, «Raro», allá por el 2012, con la sala llena de lectores que no conocía.
Pienso llegar antes de la hora para sentarme en alguna terraza cercana, tomar una caña y ver la gente pasar.
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