¿Qué tienen en común el aguaymanto y el oso andino? Para resolver esta pregunta hay que retroceder siete años, hasta el 2013, y viajar a uno de los rincones más biodiversos del país, en la frontera andina del Parque Nacional Manu. Por esos días, Richter Cárdenas, agricultor de 40 años, de la comunidad de Lucuybamba, distrito de Challabamba, en la provincia cusqueña de Paucartambo, se lamentaba cada vez que él o sus compañeros encontraban sus cultivos de maíz estropeados o a sus animales muertos. Tenían entonces muy bien identificado a su enemigo: el oso andino u oso de anteojos (Tremarctos ornatus) que salía del parque Manu para visitar los campos de la comunidad. Las largas horas de trabajo a más de 3.500 metros de altura, recuerda Cárdenas, se arruinaban por el daño provocado por este incómodo visitante.
”El oso nos fastidiaba porque se comía nuestro maíz y atacaba nuestro ganado. Teníamos muchos problemas”, explica el agricultor cusqueño. Por eso los comuneros de Lucuybamba, ubicados en el sector de Patanmarca, y otras comunidades altoandinas quechuablantes asentadas en la zona de amortiguamiento del parque Manu se quejaban constantemente con las autoridades. Sentían que ser vecinos de una de las áreas protegidas con más diversidad biológica del mundo no los beneficiaba.
“A veces nos tocaba asustar a los osos con cohetes pero eso no evitaba que ingresaran a nuestros cultivos. Incluso se familiarizaron con los cohetes”, dice por teléfono Nicomedes Ojeda, agricultor de Patanmarca. Ojeda cuenta que esta frustración se agravaba porque existía la creencia de que el parque nacional terminaría arrebatándoles sus tierras.
El conflicto escaló a tal punto que el oso andino empezó a ser víctima de la caza furtiva y hasta del tráfico de especies para un mercado ilegal que demandaba sus partes para curanderos de distintos lugares del país. No existen cifras exactas de este problema, pero sí testimonios de comuneros de la zona y de investigadores que lo confirman.
“Antes el oso iba a los cultivos, afectaba al ganado y la solución para ellos era matar al oso. El oso está en una categoría de riesgo. Hubo varios trabajos de investigación que revelaban que los osos han sido cazados en la zona de amortiguamiento pero no tengo una cifra exacta, era una actividad que la hacían de una manera clandestina”, explica a Mongabay Latam, John Flores, jefe del Parque Nacional del Manu.
Siete años después, sin embargo, los agricultores han aprendido a ver al oso andino como un aliado. ¿Qué pasó en el camino?
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Solución dorada
Todo empezó cuando un grupo de expertos decidió buscar la raíz del problema. Fue así como en el 2013, la jefatura del Parque Nacional del Manu y la Sociedad Zoológica de Fráncfort (FZS, por sus siglas en inglés) se unieron para encontrar un balance entre el desarrollo económico de las comunidades y la conservación del oso andino. Sumaron a esta búsqueda a voluntarios de tres comunidades del valle del Mapacho, entre ellas Patanmarca, y estudiaron por meses el problema. Al final concluyeron que la salida estaba en el aguaymanto, una fruta altamente nutritiva y que, sobre todo, no es parte de la dieta del oso.
En el 2014, se inauguró el proyecto ProBosque Manu en Patanmarca y los cultivos de maíz empezaron a ser reemplazados por el aguaymanto.
“Al inicio teníamos muchas dudas. Ellos mismos vinieron y pusieron las manos en la chacra. Cuando vimos los resultados del cultivo del aguaymanto recién nos decidimos a trabajar. Ha sido un cambio que duró cuatro años”, narra Richter Cárdenas, hoy presidente de la Asociación de Agroexportadores Ukumari Paucartambo dedicada al cultivo del aguaymanto. Su organización agrupa a más de veinte agricultores.
El equipo de la FZS Perú, aportó el conocimiento y el seguimiento en campo. Esto incluyó el trabajo con unas 60 familias de agricultores para mejorar sus técnicas de cultivo y comercialización. Si bien el aguaymanto ya crecía de forma silvestre o era cultivado para consumo doméstico, los técnicos introdujeron en Patanmarca otras variedades de la planta y mejoraron la calidad de este fruto amarillo y redondo oriundo de los Andes peruanos.
“Pensábamos que quizá no íbamos a tener mercado y que fracasaríamos. Pero la cosecha es casi semanal, rentable y nos ha beneficiado en nuestro crecimiento económico. Ahora como tenemos una asociación formalizada queremos exportar”, comenta Nicomedes Ojeda, secretario de la asociación. Él agradece el cambio que el aguaymanto trajo a sus vidas porque a diferencia del maíz cosechan más de una vez al año, el trabajo se realiza cerca de la comunidad y la logística para su comercialización es menor.
“Aún estamos produciendo en pequeña cantidad pero vamos aumentando”, añade Ojeda. El agricultor ha sumado además a sus actividades productivas a la apicultura, otra de las alternativas introducidas por el proyecto en Patanmarca. Con la crianza de abejas y la venta de miel natural, tanto Ojeda como otros comuneros han mejorado sus ingresos protegiendo al medio ambiente.
Ritcher Cárdenas y Nicomedes Ojeda cuentan que el aguaymanto les permite trabajar en la misma área de cultivo por unos tres o cuatro años. Así es como evitan la deforestación del bosque provocada por la agricultura migratoria y los focos de incendios forestales ocasionados por las quemas agrícolas. “No solo es beneficioso para el parque sino para nosotros mismos, porque sabemos que de aquí a diez o veinte años habrá una alteración muy brusca por el cambio climático y con esto estamos aportando. Hemos tomado conciencia”, dice Ojeda.
El proyecto ProBosque Manu también cambió la vida de Diego Armando Zúñiga. Entre 2014 y 2018 trabajó con los técnicos de la FZS en el estudio de los osos en Patanmarca. Ayudó con el monitoreo de las cámaras trampa en su chacra de maíz y, durante esos años, aprendió sobre la relevancia del oso andino para el equilibrio del ecosistema. Esta experiencia lo inspiró a ir más allá y fue así como, en el 2019, se convirtió en guardaparque del Manu. Hoy se encarga de vigilar y alertar sobre posibles incursiones de taladores ilegales o cazadores furtivos. Y cuenta que lo que más lo motiva es hablar con las comunidades altoandinas para que conozcan más de los proyectos del parque nacional.
“Me estimula enseñar sobre la importancia del oso y hacerlo en un área natural protegida es un orgullo. Cuando era niño y cuidaba el ganado siempre imaginé llegar hasta aquí y felizmente lo cumplí”, dice Armando Zuñiga del otro lado del teléfono, desde su puesto de vigilancia de Acjanaco a 3.800 m.s.n.m. En unos pocos días regresará a Patanmarca para pasar sus días de descanso con su esposa y sus tres hijos.
Óscar Mujica Chacón, coordinador del Programa y Proyecto Paisaje Purús Manu de la FZS Perú, explica el cambio que han percibido en la población de Patanmarca. “El oso como imagen ha servido en la educación ambiental. También se creó el festival del oso que se realiza en mayo y congrega a estudiantes, trabajadores y guardaparques. También ese día se pone una feria de productos como manzana, granadilla y siempre mostrando la figura icónica del oso. Actualmente estamos trabajando también con asociarlo a la conservación de la reserva biósfera del Manu. Su imagen ha cambiado y los conflictos se han reducido”, dice a Mongabay Latam.
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Sello oso andino
Alejandrina Tunqui Zúñiga muestra orgullosa frente a la cámara de su teléfono celular un colorido poncho de alpaca pigmentado con tintes naturales. En la prenda resalta la cara del oso andino o ukumari, como le llaman los comuneros en quechua. “Ahora respetamos al oso. Antes los odiábamos”, bromea con algo de ironía Tunqui. Ha logrado conectarse para una llamada con Mongabay Latam desde la escuela de Patanmarca, el único punto cercano de Internet en la zona. Cuenta que el aprendizaje de técnicas de tejido está revolucionando la vida de las mujeres. Ella, como presidenta de la Asociación Maki Manu Paucartambo, explica que el oso no es más un sinónimo de conflicto, ahora es emblema de cambio.
“Antes sufríamos mucho. Teníamos ganado y trabajábamos en la chacra pero venía el oso a hacer daño. Ahora el parque nos orienta sobre cómo respetarlos y convivir con ellos. Gracias a los osos han venido profesores a capacitarnos, nos han enseñado a tejer y a vender nuestros productos y estamos orgullosas de eso”, declara Alejandrina Tunqui.
La artesana extiende una manta en el césped y muestra ponchos, bolsos, monederos, bufandas, cartucheras, entre la gran variedad de artesanías que producen ahora en Patanmarca. Todos los productos tienen la imagen del oso de anteojos. Tunqui dice que esta actividad ha empoderado a las mujeres de la comunidad y les ha permitido generar un ingreso estable para sus familias. Antes del proyecto, junto a sus esposos e hijos pasaban largas jornadas en las alturas sembrando maíz, papa y pastoreando el ganado. Alejandrina Tunqui se siente afortunada de trabajar ahora desde casa.
Julia Zúñiga Mamani es otra de las integrantes de la asociación de artesanas. Cuenta que esta nueva actividad le ayuda a pagar la educación de sus cinco hijos. Junto a su esposo tienen además 500 plantas de aguaymanto que les generan ingresos semanales. “En el campo sufríamos demasiado. Si desaparecían algunos de nuestros animales, buscábamos por todos lados hasta encontrarlos. Todo era muy sacrificado. Como mujeres hemos puesto empeño en este proyecto de artesanías y estamos saliendo adelante. Este trabajo es bonito y es nuestra vida”, dice Zúñiga.
Además de Patanmarca, existen otras tres asociaciones de textileras en las comunidades de Parobamba, Bombón y Chimur. Las artesanas ofrecían sus productos en ferias y en mercados del Cusco pero desde el inicio de la emergencia sanitaria por la pandemia esto se paralizó. Julia Zúñiga dice, sin embargo, que ahora a través del Internet han logrado contactar a nuevos compradores y que pronto volverán a vender sus productos.
El cambio de percepción en la población respecto al oso andino ha sido uno de los puntos centrales del proyecto impulsado por el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp) y ejecutado por la FZS. John Flores Leiva, jefe del Parque Nacional del Manu, destaca que uno de los componentes más importantes del trabajo de conservación en áreas protegidas es la educación ambiental con las poblaciones. Es clave, según explica, enseñarle a la población que pueden obtener beneficios directos en la conservación del Parque Nacional del Manu.
“Ha resultado muy bien y hemos pasado de la etapa de encontrar un cultivo alternativo, a la segunda etapa que es encontrar el mercado para sus productos”, dice Flores. El 29 de abril se concretó con un grupo empresarial la compra de toda la producción de aguaymanto de Patanmarca. En la ceremonia participaron el presidente de la República, Francisco Sagasti, el ministro del Ambiente, Gabriel Quijandría y los embajadores de Alemania, Stefan Herzberg y del Reino Unido, Kate Harrison. La primera acción del acuerdo fue la entrega de las primeras cinco toneladas de aguaymanto y su traslado del Cusco a Lima.
“El compromiso ha sido de comprar la producción…esto va a ser una gran alternativa porque el aguaymanto es un cultivo que puede producir todo al año”, explica Flores. Mientras tanto, señala que junto a otras organizaciones cooperantes trabajan en otros proyectos en las comunidades del valle de Mapacho, todas situadas en la zona de amortiguamiento del parque, donde además del aguaymanto existen asociaciones de productores de café, granadilla, manzana y palta.
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El artículo original fue publicado por Francesca García Delgado Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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