Antes que acumular saberes estáticos, es vital que los estudiantes “aprendan a aprender".
La educación superior está cambiando rápidamente. En un mundo en el que el conocimiento se genera con velocidad y el desarrollo tecnológico y científico no se detienen nunca, los futuros profesionales necesitan herramientas que les permitan mantener su vigencia en el mercado laboral durante mucho tiempo. Por eso, antes que acumular saberes estáticos, es crucial que los estudiantes “aprendan a aprender” para puedan seguir el ritmo de los cambios e, incluso mejor, anticiparse a ellos.
El modelo de aprendizaje por competencias responde a estas necesidades, pues implica que todos los cursos que recibe un estudiante tienen como objetivo desarrollar una capacidad específica. El autor Miguel Ángel López (2013) entiende por competencia “la capacidad de movilizar varios recursos del pensamiento para hacer frente a diversas situaciones, sean profesionales, escolares o de la vida cotidiana”.
Una competencia se diferencia de un objetivo de aprendizaje en que, mientras el segundo describe qué debe haber logrado el estudiante al final de un curso, el primero parte de las habilidades y conocimientos que debe obtener para ser capaz de realizar una tarea o serie de tareas relevantes, y establece una forma de medir si se ha alcanzado el objetivo. Resulta claro que si los estudiantes son capaces al final de un curso de realizar ciertas tareas, quiere decir que se han apropiado de las habilidades y conocimientos necesarios para realizarla. “Los objetivos dicen que queremos que los estudiantes sepan, y las competencias nos dicen cómo podemos estar seguros de que lo saben”, resume en su investigación para la Universidad de Texas.
Pasar de un modelo de aprendizaje clásico a otro basado en el desarrollo de competencias es todo un reto para las instituciones de educación superior. Implica, muchas veces, replantear mallas curriculares y también los sílabos de los cursos, la manera en que se dictan las clases y la forma en que se evalúa a los alumnos. Sin embargo, es un reto que vale la pena emprender, porque involucra al alumno de manera más clara e intensa en su proceso de aprendizaje y le permite constatar cómo lo que está aprendiendo tiene una aplicación en su vida diaria y en su futuro profesional. El aprendizaje por competencias no es el futuro de la educación, ya es el presente.
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