Llegar a ser una sociedad del conocimiento no es sencillo, pero la ruta es clara: invertir más en el capital humano, impulsar la investigación científica y crear un entorno favorable para desarrollar la innovación.
El término se utiliza cada vez con más frecuencia en el ámbito académico, económico y educativo, como un ideal que deberíamos perseguir: las “sociedades del conocimiento” son el nuevo paradigma del desarrollo social y económico. ¿Pero qué son exactamente? En su revista internacional de ciencias sociales, la UNESCO las define como aquellas sociedades “inspiradas en el saber”. Con ese interés central, las sociedades del conocimiento realizan importantes inversiones en educación, innovación y desarrollo de nuevas tecnologías. Su uso de las tecnologías de la información y comunicación (TICs) es intensivo, no solamente para mejorar la comunicación interpersonal, sino también –y sobre todo– para desarrollar nuevos saberes.
Las economías y sociedades basadas en el conocimiento se consideran más avanzadas que las economías y sociedades industriales y están muy por delante de sus pares basadas en actividades extractivas, como la agricultura y la minería. En un mundo que evoluciona cada vez más rápido, las sociedades del conocimiento son las más capaces de desarrollar ciudadanos y organizaciones preparadas para adaptarse rápidamente a situaciones cambiantes y generar propuestas innovadoras. Por eso apuestan con fuerza a actividades económicas como los servicios altamente especializados y las industrias de alta tecnología que generan mucho valor agregado como el desarrollo de software y la biotecnología. En esa línea, Manuel Castells, destacado sociólogo y economista español, señala que los dos paradigmas que definen la sociedad del conocimiento actual son internet y la ingeniería genética.
Queda claro que, más que depender de los recursos naturales –que tienen precios fluctuantes y están sujetos a una serie de variables difíciles de controlar–, las sociedades y economías del conocimiento dependen de su gente. No es casualidad, por ello, que los países que más han avanzado en esta transición –países como Finlandia, Noruega e Israel, por citar algunos ejemplos– tengan los sistemas educativos más avanzados, tanto en los niveles escolares como en la formación técnica y universitaria.
¿Cómo se llega a ser una sociedad del conocimiento? No es un camino sencillo, pero la ruta es clara: hay que invertir cada vez más en el capital humano, impulsar la investigación científica y crear un entorno favorable para el desarrollo de iniciativas innovadoras. Toma tiempo, pero vale la pena y, con seguridad, es la mejor manera de asegurar el crecimiento en un mundo cada vez más competitivo.
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