La mala conducta de un niño suele provocar que los padres recurran a los gritos para regañarlo, criticarlo y corregirlo. No saben que esto puede dañar su salud emocional para siempre.
Frente a los gritos, muchos nos volvemos sordos. Aunque algunos tienen el impulso natural de contestar y defenderse alzando la voz, la mayoría no están acostumbrados a los gritos. Tampoco están dispuestos a escuchar con atención, ni mucho menos tienen ganas de aprender y mejorar cuando se les da indicaciones gritando.
Lo mismo ocurre con los niños. Pero en ellos las consecuencias son mayores. Los gritos debilitan una autoestima en construcción y exacerban la ansiedad y el miedo. Además, deterioran el vínculo con sus padres; generando resentimiento, violencia y falta de empatía.
Si los gritos persisten durante el desarrollo del niño, lo más seguro es que este crezca con miedo. Luego sentirá rabia e impotencia y aprenderá a responder con gritos y violencia. Incluso, llega un momento en que los hijos, ya adolescentes, han aprendido a no obedecer hasta que sus padres estén realmente enfadados. Se trata de un mal hábito que han adquirido como mecanismo de reacción frente a la conducta verbal violenta de sus padres.
Es posible educar sin gritar. Requiere un gran autocontrol sobre la ira y la rabia que generan la desobediencia. Un consejo útil para los padres es que respiren unos minutos y eviten hablar en un momento de exasperación a fin de no vulnerar la seguridad y autoestima de sus hijos. “Los niños aprenden de disciplina viendo cómo nosotros logramos gestionar nuestros emociones”, explica la psicóloga Gladys Cabellos de la Clínica Auna Bellavista.
Este es un entrenamiento que lleva tiempo, pero que, sin duda, tendrá grandes beneficios a futuro. Se puede empezar frenando los gritos al minuto de estar haciéndolo. Poco a poco, seremos capaces de frenar antes de empezar a gritar.
En el caso de los niños pequeños se debe usar un tono de voz suave para explicarles que lo que han hecho nos pone tristes. Después, hay que darles un tiempo para que reflexionen al respecto y cambien por decisión propia.
En el caso de los hijos adolescentes es más fácil hablar con él sobre los límites en su conducta. Hay que ser muy claros para decirles lo que se espera de ellos. También hay que pedirles que hagan preguntas si tienen dudas para que no hayan malos entendidos. Asimismo, se les puede dar la posibilidad de negociar algunas normas con argumentos sólidos y que beneficien a ambas partes. Si esta dinámica se establece a temprana edad, ellos mismos sabrán determinar cuáles son las consecuencias naturales del incumplimiento de las normas del hogar, sin gritos ni castigos de por medio.
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