Tras múltiples revoluciones de la sonda a su alrededor, con las que obtuvo información sobre su gravedad y topografía, concluyó que este cuerpo planetario está diferenciado internamente, lo que significa que posee capas con composiciones distintas a diferentes profundidades.
Es el mayor asteroide del sistema solar, el cuerpo menor n.º 1 del cinturón de asteroides. Ceres posee un diámetro cercano al límite de lo que definimos como cuerpo planetario, pero se queda en planeta enano, como Plutón.
La misión Dawn de la NASA orbitó Ceres hace una década, cartografiándolo en todo detalle. Tras múltiples revoluciones de la sonda a su alrededor, con las que obtuvo información sobre su gravedad y topografía, concluyó que este cuerpo planetario está diferenciado internamente, lo que significa que posee capas con composiciones distintas a diferentes profundidades.
Un nuevo estudio realizado con los datos que obtuvo la sonda Dawn, publicado en Science Advances y liderado por Samuel W. Courville, de la Universidad Estatal de Arizona y del Jet Propulsion Laboratory desvela que Ceres albergó un océano, con interesantes implicaciones en astrobiología.
Ceres, habitable para la vida microbiana
El nuevo estudio apunta a que Ceres albergó un océano global debajo de la superficie en su historia temprana.
En ese entorno tuvo lugar la interacción entre rocas y agua, generando los minerales que detectó la misión Dawn, fruto de la alteración acuosa.
Considerando la mineralogía superficial de Ceres, combinada con su alta abundancia de carbono, el planeta enano pudo ser habitable para la vida microbiana.
Ceres podría haber sido poblado por organismos similares a los descubiertos en las profundidades de la corteza terrestre y en chimeneas hidrotermales submarinas. Se denominan quimiótrofos porque son capaces de emplear compuestos inorgánicos reducidos, que surgen del interior de un cuerpo planetario, como sustratos para obtener energía y utilizarla en el metabolismo respiratorio.
En los orígenes de Ceres
El nuevo trabajo presenta un detallado modelo de la evolución química y térmica en el ambiente acuático interno de Ceres en sus orígenes. Los autores llegan a la conclusión de que si el interior rocoso alcanzó una temperatura superior a unos 277 °C, los fluidos liberados por las transformaciones de la roca en profundidad habrían promovido condiciones favorables para la habitabilidad de Ceres.
La transformación de los minerales por el proceso de alteración acuosa generó reacciones redox, donde algunos compuestos se oxidan (ceden electrones) y otros se reducen (los aceptan). Si surgió vida en Ceres, los microorganismos podrían haber aprovechado ese desequilibrio redox en el océano como fuente de energía para su metabolismo.
Ese periodo favorable para la vida no es despreciable, dado que pudo extenderse entre ~0.5 y 2 000 millones de años después de la formación del planeta enano.
La hipótesis parece demostrable, particularmente ahora que llevamos décadas estudiando mejor las comunidades de microorganismos quimiótrofos que habitan las profundidades del océano y de la corteza de nuestro planeta.
Ceres como futuro objetivo astrobiológico
Así pues, el nuevo estudio sitúa a Ceres como un interesante objetivo astrobiológico para una misión de retorno de muestras, como propusimos hace unos años.
Ceres es un cuerpo planetario único, ideal para estudiar la evolución posible de mundos oceánicos de unos 1 000 km de radio. Desde hace más de veinte años se sospechaba que su helado interior esconde más agua de la que posee el planeta Tierra. De hecho, en los primeros tiempos estos cuerpos podrían haber representado el tipo más abundante de ambiente habitable en nuestro sistema solar.
A gran profundidad
Sin embargo, encontrar actualmente huellas de esa vida pasada no será tarea fácil. Los estudios realizados por la sonda Dawn revelaron las profundidades a las que esos procesos tuvieron lugar: debajo de la corteza, de unos 40 km de grosor. Allí existe un manto dominado por rocas hidratadas, como las arcillas.
La misma corteza helada ya nos da una idea de la enorme cantidad de agua almacenada en Ceres. Esa agua no sería fácil de reutilizar porque es una compleja mezcla de hielo, sales y minerales hidratados, en proporciones probablemente variables conforme profundizamos en su estructura.
Entre las dos capas todo apunta a que hay acumulado un líquido rico en sales, una especie de salmuera que se extiende hasta los 100 kilómetros de profundidad, reminiscencia del océano existente antaño.
Un posible objetivo astrobiológico podría ser recoger muestras cerca de un entorno cercano a alguno de los criovolcanes que posee Ceres. En lugar de roca fundida, los volcanes de barro salado, o “criovolcanes”, expulsan agua fría y salada, a menudo mezclada con barro.
Los autores del estudio publicado en Science Advances apuntan a que la distancia que recorrería el fluido desde el núcleo rocoso de Ceres sería mayor que la de los sistemas hidrotermales análogos terrestres, y esto podría afectar a la habitabilidad. Los fluidos en el fondo de los océanos terrestres solo necesitan circular hidrotermalmente a profundidades de pocos kilómetros bajo el fondo oceánico, mientras que en Ceres deberían originarse a profundidades de decenas de kilómetros.
Solo la exploración espacial nos permite conocer la naturaleza y estructura de estos mundos helados. Futuras misiones nos permitirán comprender mejor su papel en el transporte de agua a los planetas rocosos como la Tierra, formados mayoritariamente de cuerpos deshidratados, muy diferentes a Ceres.
Josep M. Trigo Rodríguez, Investigador Principal del Grupo de Meteoritos, Cuerpos Menores y Ciencias Planetarias, Instituto de Ciencias del Espacio (ICE - CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.