Detrás de un éxito o un fracaso siempre se produce en nuestra mente una atribución causal, es decir: analizamos y nos explicamos la causa de dicho éxito o fracaso.
El éxito tiene muchos padres, pero el fracaso es huérfano: esta frase, atribuida al presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy, es bastante universal. Nos gusta tener éxito en la vida y, sobre todo, nadie quiere fracasar. Sin embargo, en la vida no siempre se gana. Muchas veces se pierde.
Hay personas que, cuando pierden, en su manera de transmitirlo son capaces de dar la sensación de que han ganado. En mundo de la política, por ejemplo, esto es algo habitual. Escuchamos frases como “perdemos las elecciones pero ganamos en escaños”. Todo suceso tiene distintas interpretaciones. Ante un suspenso, ¿nos han suspendido o hemos suspendido?
¿Qué sucede cuando fracasamos? ¿Cómo nos afecta la interpretación que le damos?
Estilos atributivos
Detrás de un éxito o un fracaso siempre se produce en nuestra mente una atribución causal, es decir: analizamos y nos explicamos la causa de dicho éxito o fracaso.
La atribución causal da una explicación lógica y sencilla a los acontecimientos que nos suceden. Tiene mucha importancia, porque dependiendo de la interpretación que hagamos de los sucesos nos comportaremos y sentiremos de una u otra forma y actuaremos en consecuencia en el futuro.
La teoría psicológica más extendida sobre la atribución causal clasifica las diferentes causas de la siguiente manera:
Causas internas (persona) o externas (ambiente).
Controlables (dependen de nosotros) o incontrolables (no las podemos controlar).
Dentro de las causas controlables, las hay que dependen de:
El esfuerzo propio. Si la junta de accionistas de una empresa considera que el informe presentado por un directivo es malo, y la causa es que no ha dedicado suficiente tiempo para prepararlo, el directivo sabe que esforzándose más lo podrá hacer mejor. En otras palabras, va a depender solamente de él.
La dificultad. Por el contrario, si un directivo se plantea un objetivo difícil y no lo consigue, sabe que si se hubiera marcado un nivel de exigencia menor (por ejemplo, en objetivos de venta) lo podría haber logrado.
En el otro bloque de causas, las no controlables o que no dependen de nosotros, podemos distinguir:
La suerte. Cuando un directivo pierde un cliente o un pedido, pero sabe que fue por mala suerte, es consciente de que no depende de él y de que la suerte puede cambiar.
Las que dependen de la capacidad. Cuando uno hace algo mal y lo atribuye a una falta de capacidad. “Es que no valgo como directivo” sería el mensaje que proviene derivado de una falta de capacidad para poder realizar las funciones directivas.
En los tres primeros casos, la atribución causal permite tener una expectativa de cambio. Nos podemos esforzar más, escoger algo más fácil o tener buena suerte.
Pero la última de las causas, la que depende de la capacidad, puede tener un impacto muy diferente en uno mismo y en su vida. Por ejemplo, muchas personas adultas reconocen con convencimiento que no son buenos en matemáticas. ¿Puede deberse a una falsa atribución la falta de capacidad?
La dificultad de una valoración objetiva
El autoconcepto laboral, es decir, la imagen que tenemos sobre nosotros mismos en el desempeño de nuestra profesión, tiene un efecto directo en nuestra autoestima y en nuestra percepción como individuos.
Cuando una persona tiende a atribuir las causas de sus fracasos a la capacidad, es decir, piensa que no vale para su trabajo y que todo lo que hace en su entorno laboral (relacionarse con los compañeros, tareas asignadas a su puesto, presentaciones de proyectos…) lo hace mal, seguramente estemos ante una persona que subestima su forma de ser o sus características más positivas. Lo podríamos entender como una distorsión del autoconcepto.
Por eso es importante valorar objetivamente las causas de nuestros éxitos y de nuestros fracasos. Dependiendo de la atribución que hagamos, nos comportaremos de una manera u otra en el futuro.
Ni excusas ni abandono
Si tenemos la capacidad de diferenciar entre lo que depende y lo que no depende de ella (el azar, la suerte de que te caiga bien tu compañero de trabajo, que te ofrezcan un proyecto de interés personal…), solo emplearemos tiempo y energía en las cosas que verdaderamente puede cambiar para mejorar los resultados.
Si no somos capaces de entender esta diferencia, tenderemos a un bajo autoconcepto o a buscar excusas o teorías para justificar lo ocurrido. Algo que a su vez supone que o bien no afrontemos con energía las cuestiones mejorables o perdamos el tiempo con preocupaciones innecesarias.
Una pequeña reflexión sobre las atribuciones nos podría ayudar en nuestro camino hacía el éxito. Eso sí, cuando éste llegue, debemos ser igual de justos a la hora de atribuir las causas.
Fernando Díez Ruiz, Profesor doctor Facultad de Educación y Deporte, Universidad de Deusto and Elene Igoa Iraola, Investigadora Predoctoral, Universidad de Deusto
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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