El estudio fue realizado por investigadores de la Universidad de Surrey del Reino Unido.
(Agencia N+1 / Beatriz de Vera) Los ciclos de sueño y vigilia (ritmo circadiano) están controlados por los relojes internos de la persona. Esta periodicidad es fundamental para nuestra fisiología, pues se conoce la relación que existe entre los ritmos circadianos, el metabolismo y la nutrición; sin embargo, no tenemos tan claro cómo nos afecta el momento en el que desayunamos, almorzamos o cenamos. Una investigación realizada por un grupo de investigadores de la Universidad de Surrey en Reino Unido, advierte de que la irregularidad en los horarios de la comida afecta a los relojes biológicos.
Los mecanismos. Según los autores del estudio, publicado en Current Biology, el reloj biológico maestro, encargado entre otras cosas de que tengamos sueño, no se vio afectado al trastocar los horarios, pero sí que esto provocó cambios en el ciclo que regula los niveles de azúcar en la sangre. Para los investigadores, tener horarios de comida regulares puede ayudar a las personas a mantener sus relojes biológicos estables.
El estudio demuestra que un retraso de cinco horas en la hora de las comidas provoca un retraso de cinco horas en nuestros ritmos internos de azúcar en la sangre. Como explica el neurólogo de la Fundación Instituto San José, Pedro Bermejo, al diario El Independiente, las irregularidades en la liberación de la glucosa “pueden provocar picos y valles de glucemia, con consecuencias que, en caso de la hiperglucemia, pueden llegar a problemas de páncreas o un mayor riesgo de ictus, infartos y diabetes a largo plazo”.
Factor del tiempo. Según los autores, “las comidas cronometradas desempeñan un papel en la sincronización de los ritmos circadianos periféricos en los seres humanos y pueden tener especial relevancia para los pacientes con trastornos del ritmo circadiano, trabajadores por turnos y viajeros transmeridianos”.
Durante el estudio, diez voluntarios sanos tuvieron que cumplir con un horario específico de alimentación durante seis días; luego, a un horario de comidas diferentes con un retraso de 5 horas durante el mismo periodo de tiempo. Después de cada período de seis días, los participantes se mantuvieron despiertos durante 37 horas, con pequeños aperitivos e iluminación tenue, para medir cualquier cambio en sus ritmos circadianos.
La química manda. Ciertos marcadores biológicos como somnolencia, niveles de melatonina y cortisol, no mostraron ninguna diferencia entre los dos horarios, pero los que sí se vieron afectados fueron los ritmos de azúcar en la sangre y la expresión del gen PER2, un importante componente del sistema circadiano interno. Los científicos consideran sorprendente estas alteraciones, sobre todo teniendo en cuenta que otros ritmos metabólicos, incluyendo la insulina y los triglicéridos, no se vieron afectados.
Los ciclos de sueño usualmente mantienen una periodicidad de 24 horas. En los noctámbulos, este ritmo se retrasa debido a las convenciones sociales, presentando dificultades para despertarse con la consiguiente somnolencia que se manifiesta durante el día. Un equipo de científicos estadounidenses y turcos ha descubierto la variante de un gen que se asocia con las dificultades del sueño y la vigilia. Este se encuentra en las personas de hábitos nocturnos, más conocidos como “búhos” o “lechuceros” en el lenguaje coloquial. Los resultados del trabajo han sido publicados en la revista Cell.
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