Una mirada científica de la historia de una sociedad utópica y avanzada que ha cautivado a ocultistas y soñadores por generaciones a través de las historias.
(Agencia N+1 / Daniel Meza). La Atlántida es un lugar conocido para todo consumidor de literatura, cine o libros de historia. La idea de la isla perdida considerada una sociedad utópica y avanzada cuya sabiduría pudo haber traído al mundo la paz y armonía es una idea que ha cautivado a ocultistas y soñadores por generaciones. Mucho se ha escrito sobre ella y muchos han gastado fortunas y sacrificado sus vidas por buscarla.
Los orígenes de esta historia se conocen, a diferencia de muchas otras leyendas cuyo inicio es una incógnita. Fue mencionada y descrita por primera vez en los Diálogos de Timeo y Critias, textos de Platón que datan de unos 330 años a.C. Es paradójico que hoy muchos hablen de ella como una utopía pacífica, cuando las notas de Platón (de acuerdo a la Encyclopedia of Dubious Archaeology, del arqueólogo Ken Feder), dicen que “la Atlántida no es un lugar para admirar e imitar, ni la sociedad perfecta; es lo contrario, la Atlántida es la encarnación de una nación próspera, tecnológicamente avanzada y militarmente poderosa que se corrompió precisamente por su bonanza económica, sofisticación y poder”.
La Atlántida, en conclusión, es más la leyenda de una ciudad rival de Atenas que una civilización sumergida. Y si hoy existiera de verdad, sus habitantes y regentes probablemente tratarían de conquistar y someter al resto de la humanidad. La conclusión es que Platón creó la Atlántida como un elemento literario ficticio, debido a que no hay rastros de ella en ninguna otra parte del mundo. No existe evidencia de ninguna parte del mundo de que la Atlántida existió antes de que el célebre filósofo escribiera sobre ella.
Cómo se hizo tan conocida la historia
De acuerdo al autor Mark Adams, citado por LiveScience, la historia (que perfectamente habría pasado por una trivial fábula en otras circunstancias) se hizo conocida en parte gracias a un hombre de Minnesota, EEUU, llamado Ignatius Donnelly. El estadounidense, que falleció en 1901 y fue congresista, escribió un libro publicado en 1882 llamado El Mundo Antediluviano, en el que aseguraba que todos los grandes avances en la civilización y la tecnología se remontaban a la isla perdida de Platón. No satisfecho con ello, Donnelly fue más allá de resucitar la historia del griego, añadiendo sus propios elementos y haciendo crecer el mito.
Donnelly promovió el difusionismo, la idea de que todas las grandes culturas se provenían de un origen único. Adams lo describe como “el primer fundamentalista de la Atlántida, en el sentido que él creía la historia de Platón fuera de elementos supernaturales como Poseidón”. El autor hasta envió una copia de su libro a Charles Darwin, quien lo halló interesante pero poco convincente. La conclusión de Adams, luego de investigar todo lo que pudo de Donnelly, fue que el autor era un charlatán que conocía bien los resultados que deseaba obtener: rebuscó entre sus fuentes todo lo que se acomodaba a sus necesidades y lo que necesitaba para hacer una buena historia, sin detenerse a analizar la historia de forma crítica.
Otros autores, aún menos escépticos, que escribieron sobre las teorías de Donnelly (y añadieron sus propias especulaciones) fueron Madame Blavatsky en su libro La Doctrina Secreta, publicado en 1888, y el psíquico Edgar Cayce, en los años 20. Este último le dio un giro cristiano a la historia. Cayce, quien tenía miles de seguidores, decía que algunos de estos habían tenido vidas pasadas en la Atlántida. Nada que se pueda verificar, claro está. Cayce falló también al predecir que el continente hundido sería descubierto en 1969.
Así era el "mundo perdido"
Una serie de 'expertos' sobre la Atlántida ha especulado sobre la presunta locación del lugar ficticio, cada uno con su particular conjunto de evidencias y argumentos: la han ubicado en el Océano Atlántico, en la Antártida, en Bolivia, Turquía, Alemania, Malta y el Caribe. Sin embargo, Platón no dejó dudas en cuanto a ubicación: “más allá de las Columnas de Hércules; y se la describe como más grande que Libia y Asia Menor juntas”. En otras palabras, estaba en el Océano Atlántico, más allá del Estrecho de Gibraltar, en la boca del Mediterráneo. Pese a esto, nunca se vio en el Atlántico ni en otro lugar.
La única forma de hacer a la Atlántida un lugar de misterio es ignorar el origen fantástico de la historia de Platón, olvidando que se trataba probablemente de una fábula moral y fantástica, y defender que el filósofo escribió algo que de verdad vio. Ninguna de las ubicaciones propuestas antes calza con la descripción original. Como dijo Lyon Sprague de Camp en su libro Continentes Perdidos, “no se puede cambiar todos los detalles de la historia de Platón y seguir teniendo la historia de Platón. Es como decir que el Rey Arturo era Cleopatra: todo lo que debes hacer es cambiarle el sexo, la nacionalidad, su ubicación en el tiempo, temperamento, carácter y más detalles, y el parecido es obvio”.
Difícil, casi imposible, de no detectarla
El signo más obvio de lo mítico de la Atlántida es que, pese a los avances en oceanografía y el mapeo del suelo en décadas pasadas, nadie ha podido detectar rastros de ella. Por dos milenios, fue posible perdonar a quienes creyeron en un continente o ciudad sumergida. Pero es inconcebible que a los oceanógrafos del mundo, operadores de submarinos y sondas submarinas se les haya pasado una masa de tierra “más grande que Libia y el Asia Menor juntas”.
Lo estudiado sobre las placas tectónicas tampoco favorecen la especulación: el mar se expandió con el tiempo, no se contrajo. En otras palabras, el suelo oceánico no se podría haber tragado a la Atlántida. Feder apunta: “la geología y la arqueología moderna dan un veredicto claro: no hay Atlántida, y ni hubo civilización avanzada con aquel nombre".
Donnelly también predijo que la ciudad sería hallada tardeo o temprano y que museos del mundo se llenarían de sus artefactos. A 130 años de esta predicción, la leyenda sobrevivió y la ciudad utópica perdida en realidad nunca estuvo perdida. Está donde siempre estuvo: en los libros de Platón.
Esta noticia ha sido publicada originalmente en N+1, ciencia que suma.
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