El hueso peneano, conocido como el báculo, es un asombroso fenómeno resultado de la evolución presente en la mayoría de las especies de mamíferos.
(Agencia N+1 / Daniel Meza) Largo como un dedo en los monos, o hasta de 60 cm en las morsas, el hueso del pene no existe en los seres humanos. El tema ha tenido intrigados por mucho tiempo a los biólogos y hoy, un estudio intenta responder cómo el báculo evolucionó en mamíferos y explora su función en primates y carnívoros —grupos en los que algunas especies tienen báculo y otras no. La investigación fue publicada el miércoles en Proceedings of the Royal Society B.
Conocido como el báculo, el hueso peneano es un asombroso fenómeno resultado de la evolución. Aparece en especies de todo el mundo, pero varía mucho en términos de longitud y hasta de presencia —por lo que ha sido descrito como el hueso más heterogéneo que existe. Se encuentra principalmente en insectívoros, roedores, carnívoros y primates. Entre las especies domésticas, también lo poseen el gato y el perro. Permite a estos animales la penetración en ausencia de erección. Entre las especies que no los tienen están los humanos, los marsupiales, las hienas, los lagomorfos (conejos y liebres) y los équidos (caballos o cebras). Ante la ausencia del báculo, los humanos consiguen la erección cuando el tejido eréctil se llena de sangre.
Los autores del estudio, según da cuenta Phys.org, se propusieron reconstruir la historia evolucionaria del báculo con el paso del tiempo. Entre otras cosas, hallaron que el hueso del pene evolucionó en mamíferos más de 95 millones de años atrás y estuvo presente en los primeros primates que emergieron hace 50 millones de años.
Desde entonces, el báculo se hizo más largo en algunos animales y más pequeño en otros. El macaco rabón, por ejemplo, un animal de 10 kilogramos, tiene un báculo exageradamente largo para su tamaño —más de 5 cm. El hueso es cinco veces el tamaño del báculo del mangabeye gris o de boina roja, un primate ligeramente más grande.
Los autores del estudio, de la University College London, sostuvieron que la longitud del hueso del pene era largo en animales que se involucraban en lo que ellos llamaron “intromisión prolongada”. En simple, esto significa que en estas especies el acto de penetración dura más de tres minutos, una estrategia que ayuda al macho a fecundar a la hembra al tiempo que la mantiene lejos de otros competidores. El hueso peneano, dicen los autores, provee de apoyo estructural a los machos que practican la “intromisión prolongada”. En chimpancés, por su parte, el hueso del pene no es más largo que una uña: esta pequeñez tiene que ver con el cortísimo tiempo que los machos chimpancés gastan apareándose —solo 7 segundos.

En lo que a humanos se refiere, según el trabajo, estos podrían haber perdido el hueso peneano cuando la monogamia emergió como la estrategia reproductiva dominante durante el tiempo el Homo erectus, unos 1.9 millones de años atrás. En las relaciones monógamas, el macho no necesitaba pasar mucho tiempo penetrando a la hembra (en promedio cinco minutos), porque no había mayor riesgo de que esta sea abordada por otros machos amorosos. Al menos en teoría.
“Después de que el linaje humano se separara de los chimpancés y los bonobos y nuestro sistema de apareamiento se desplazara hacia la monogamia, probablemente después de hace 2 millones de años, las presiones evolutivas para retener el báculo desaparecieron. Esto pudo haber sido el último clavo en el ataúd del báculo ya disminuido, que se perdió en los seres humanos ancestrales”, señaló el antropólogo Kit Opie, autor principal del trabajo.

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