Clint Eastwood no filma a un “héroe”, sino a una persona común, que vive el momento y puede resultar impasible e inocente, pero que se va desmoronando.
En “La Mula”, la nueva película dirigida y protagonizada por el inacabable Clint Eastwood, conoceremos a Earl Stone, un octogenario que se gana la vida como horticultor. El e-commerce lo ha dejado en la quiebra y debe buscarse nuevas maneras de conseguir dinero.
Por si fuera poco, vive peleado con su ex esposa Mary (una espléndida Dianne Wieste) y su hija Iris (Alison Eastwood, hija del director en la vida real). Su situación se torna más alarmante gracias a una amenaza de embargo que lo dejaría sin hogar. Hasta que le llega un trabajo que no puede desperdiciar: solo debe limitarse a conducir. Sin saberlo, Earl Stone se convertirá en un traficante de drogas de un cartel mexicano.
Lo mejor de “La Mula” está en cómo Clint Eastwood crea un personaje ambivalente. Las primeras escenas se remontan años atrás, donde vemos a un hombre indiferente, frío, capaz de faltar al matrimonio de su hija por asistir a otro evento. Luego, el tiempo salta hasta el 2017, año en el que Earl sufre problemas financieros que darán inicio a su peligrosa aventura.
Es allí donde lo observamos en otro estado de ánimo: un poco cándido, simpático, ajeno al riesgo que corre durante las tres primeras entregas de droga. Y esos cambios, Eastwood los registra de modo sencillo, clásico, con los elementos técnicos que han marcado toda su filmografía: travellings que siguen el derrotero del personaje, planos concentrados en su cotidianidad. Lo novedoso, si cabe llamarlo así, es que no filma a un “héroe” (como en casi todo su cine), sino a una persona común, deseosa de vivir el momento, que puede resultar impasible e inocente (dependiendo de las circunstancias), pero que se va desmoronando.
Un aspecto que llama la atención de “La Mula” es su gran cuota de humor. Si bien la obra filmográfica de Eastwood no escapa de pasajes cómicos, en su última película la comicidad se enfatiza como una forma de escape ante los peligros o problemas del protagonista. En esa línea, escenas como los encuentros de Earl con Julio (Ignacio Serricchio) o los narcos, las conversaciones con sus amigos del club o algunos con su exesposa, son memorables pues oxigenan una tensión que está en su punto más crítico.
Por otro lado, no es un despropósito afirmar que las películas de Clint Eastwood dialogan con una posición conservadora. Su corriente política republicana lo lleva por esos senderos. Por ello, en “La Mula”, Earl Stone critica las redes sociales y los celulares, pero no el muro de Trump, ni la xenofobia (la escena del policía en la chicharronería). Aunque esto no afecta de manera significativa el film, es inevitable sentir un sabor amargo.
Como en todas las películas, existen instantes claves que sitúan sus pretensiones. En “La Mula” son las escenas donde Earl conversa con el agente de la DEA (un sereno Brandley Cooper) en un restaurante, así como los encuentros con Mary: una muestra de cómo lo familiar no está al mismo nivel de prioridades que lo laboral.
El personaje octogenario ha cometido una serie de errores durante su vida que lo alejaron de los que más quiere. El dinero ni el confort pudieron reponer esa carencia. Al final, esas malas acciones lograron curarse, hasta llegar a la más preciada redención.
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