El Bicentenario del Perú se da bajo el signo de la exacerbación. Todas las heridas no curadas del país de todas las sangres, pero también de todas las discriminaciones y desconocimientos del otro, se reabren. Las recomendaciones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación nunca fueron debidamente atendidas durante dos décadas, y las brechas, o mejor dicho los abismos, que separan los diversos grupos sociales dan vértigo, incluso al mismo cóndor.
Para los unos, llega al poder una horda de hambrientos que les van a robar hasta su casa. Para los otros, los más acomodados son monstruos a derrocar para instituir justicia. Todos los estudios internacionales sobre capital social y confianza mostraban desde hace tiempo que el Perú era un campeón mundial en desconfianza. Lo único bueno de la presente situación es demostrar a todos con claridad que la desconfianza interpersonal máxima crea una sociedad inviable. Hace décadas, la respuesta a esta cruda realidad fue la guerra terrorista. ¿Qué tipo de violencia y caos vendrá ahora si seguimos con esta histeria colectiva? ¿Pero acaso estamos condenados a la histeria?
No puede haber paz si no se vence primero al miedo. Quien desconfía y tiene miedo toma decisiones abruptas que generan más desconfianza y miedo, y se va cerciorando en un círculo vicioso, diciéndose que tuvo razón de desconfiar cuando en realidad está totalmente equivocado. Para que nuestras decisiones reflejen nuestras esperanzas, primero hay que calmarse. Para calmarse, hay que mirar al otro y conocerlo más. Es ante todo una responsabilidad histórica de los medios de comunicación promover un clima de calma, escucha mutua, y luego de diálogo. Invito a todos los actores de la comunicación en el Perú, especialmente los profesionales, a tomar decisiones de esperanza y no de miedo:
Primero, difundir más buenas noticias del país, son miles. Desde cifras macroeconómicas alentadoras (que sí las hay) hasta microiniciativas inteligentes empresariales, asociativas, ecológicas, solidarias, que miles de personas, de jóvenes, inventan a diario, desde Chota como desde Miraflores, en un país megadiverso que tiene espectaculares oportunidades.
Segundo, crear encuentros entre peruanas y peruanos de todas las orillas, todos los rincones del país. Sería magnifico tener programas de encuentro cara a cara entre personas que nunca interactúan entre sí en pie de igualdad, porque los abismos económicos, sociales, culturales y geográficos las separan. Podrían expresarse sobre temas cotidianos comunes: la crianza de los hijos, el trabajo, las aspiraciones familiares a futuro, los recuerdos de infancia… Quizás este encuentro verdadero, de mirada a mirada, hábilmente conducido, evidenciaría que no somos tan distintos, y que en todo caso ese otro mío no es un monstruo, como que yo soy su otro, y tampoco soy un monstruo. En un país de montañas y quebradas, nada es más valioso que un puente.
Tercero, darles la palabra a la juventud, escolar, universitaria, trabajadora, emprendedora, porque por definición es la clase etaria la más sensible y propensa a imaginar un futuro y actuar para realizarlo, en lugar de crisparse sobre el presente y pasado y pintar un porvenir de sombras y espantos. Unos debates sobre asuntos de interés común dirigidos y protagonizados por jóvenes no nos vendrían mal, sobre todo si notamos que a nivel mundial se enrolan cada vez más en los propósitos ecológicos de lucha contra el cambio climático, la transición ecológica de la economía, los hábitos de vida armoniosos con la naturaleza.
En conclusión, la exacerbación actual de las diferencias, desconfianzas mutuas, miedos e incomprensión, insultos recíprocos, pleitismo político permanente, puede ser vista con mente esperanzadora de sinceramiento de las quebradas, brechas sociales, desconocimientos seculares que el Perú no ha podido todavía superar, y muchas veces trata de negar tapándolos con un dedo de patriotismo histriónico pero hipócrita. Pero las circunstancias fuerzan ahora a enfrentar con valentía estos abismos, y el buen ánimo del Bicentenario republicano de una nación milenaria debe ayudar. En realidad, la extrema diversidad de culturas y alturas del Perú es una notable oportunidad. Por ejemplo, las “amunas” son ingeniosos sistemas hidráulicos de recarga artificial de acuíferos inventados por las culturas ancestrales del país, que muy bien según especialistas pueden ayudar a resolver hoy los problemas de agua de la segunda capital del mundo erigida sobre un desierto y mitigar efectos climáticos adversos. Cuando los zorros de arriba y de abajo se escuchan, se reconocen y se dan la mano, todo es posible, hasta hacer brotar el agua en el desierto de la desconfianza.
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