Solo si logramos abrirnos a una transformación continua podremos garantizar que nuestras organizaciones se adapten a los desafíos de este tiempo vertiginoso y mantengan su vigencia en el futuro.
“Los negocios necesitan cambio. Y lo requieren en formas, a un ritmo y en una escala sin precedentes”.
— Gabrielle O´Donovan
“En el siglo XXI, el mayor requisito de los CEOs es impulsar el cambio y, a medida que se escriben los capítulos más oscuros de la mala conducta corporativa, el principal tema empresarial que surge en este nuevo milenio es la gestión de la cultura corporativa”.
— Gabrielle O´Donovan
Estamos siendo testigos de procesos de cambio vertiginosos, a una velocidad nunca antes experimentada por la humanidad. La tecnología —con avances en el uso de datos, la robotización y, más recientemente, la inteligencia artificial— es quizá la fuerza más visible, aunque no la única. La interconexión global, la movilidad de personas e ideas y la transformación de los mercados impactan de manera decisiva en los ámbitos económico, social y cultural.
A ello se suma un contexto geopolítico y económico que genera escenarios BANI (frágiles, ansiosos, no lineales e incomprensibles). En este entorno, la competencia se intensifica y los clientes demandan respuestas más rápidas y precisas. La agilidad ha dejado de ser una ventaja competitiva: hoy es una condición para sobrevivir.
Las nuevas generaciones —millennials, centennials y los emergentes alpha— marcan la pauta. Para ellas, el modelo de trabajo tradicional pierde vigencia. La virtualidad y la flexibilidad se alinean mejor con sus intereses y expectativas. Además, han redefinido sus prioridades: valoran más las experiencias y vivencias personales que la visión que las organizaciones tienen de ellos como piezas de una estructura rígida.
En este escenario, la cultura organizacional cumple una doble función. Hacia adentro, debe conciliar los objetivos de la empresa con las expectativas de sus colaboradores. Hacia afuera, debe dar respuesta a los desafíos de un entorno cambiante. Solo gestionando ambas dimensiones en constante movimiento una organización puede ser competitiva, sobrevivir y alcanzar sus metas. De lo contrario, la falta de una adecuada gestión cultural puede llevarla al fracaso o incluso a la desaparición.
Comprender y gestionar la cultura organizacional no es tarea sencilla. Esta opera en un nivel profundo, en las creencias y supuestos que subyacen a los comportamientos visibles. Los símbolos, ritos y procesos —los llamados artefactos— son apenas la punta del iceberg. La verdadera cultura se encuentra debajo, y no siempre resulta fácil de identificar.
Por ello, muchos expertos señalan que cambiar la cultura de una organización implica transformar la forma de pensar de sus integrantes. Y ese es quizás el mayor reto, porque las personas somos naturalmente resistentes al cambio. Sin embargo, solo si logramos abrirnos a una transformación continua podremos garantizar que nuestras organizaciones se adapten a los desafíos de este tiempo vertiginoso y mantengan su vigencia en el futuro.