Investigadores observaron 60 partidos de fútbol de 10 ligas de fútbol y clasificaron los tipos de caídas, examinando si los jugadores fueron derribados, atacados o si fingieron.
(Agencia N+1 / Víctor Román) Una de las jugadas más infamemente recordadas de los últimos mundiales de futbol tuvo lugar el 29 de junio del 2014 en la ciudad de Fortaleza, Brasil. Corría el minuto 92 del partido México – Países Bajos por los octavos de final, cuando el jugador holandés Arjen Robben desbordó por el área mexicana y se dejó caer simulando una falta. Penal para los naranjas y posterior gol que eliminaría a los latinoamericanos.
Sin embargo, aunque los famosos “piscinazos” son criticados y repudiados por todos los hinchas y equipos, la verdad es que la mayoría de jugadores la ha intentado al menos una vez en algún partido. Ya sea dentro o cerca del área. La razón es que esta acción tiene una lógica: las reglas del fútbol tienden a favorecer el engaño, y los economistas del comportamiento han descubierto cuán astutamente los jugadores lo usan en su beneficio.
Los investigadores que observaron el comportamiento de los piscinazos en el fútbol descubrieron que los jugadores imitan los patrones de engaño que se encuentran en el mundo natural. Un estudio del 2011 publicado en PLOS One, encontró que la cercanía de un jugador al árbitro al momento de la caída es un factor clave al momento de penalizar la jugada.
Un espectáculo para una audiencia de uno
El equipo de investigación descubrió que un jugador que se cae cerca de un árbitro tiene tres veces más posibilidades de recibir un tiro libre que alguien que juega más lejos. La desventaja era que estar más cerca de un árbitro también hacía más probable que el juez advirtiera el truco y lo ignorara o, peor aún, sacara una tarjeta amarilla.
Los investigadores observaron 60 partidos de fútbol de 10 ligas de fútbol y clasificaron los tipos de caídas, examinando si los jugadores fueron derribados, atacados o si fingieron. "El engaño ocurre cuando un individuo se beneficia de enviar información falsa a un receptor", escribieron los investigadores. "Las simulaciones se consideran señales engañosas sin costo, ya que el costo y el beneficio del engaño dependen únicamente de cómo responden los árbitros a la señal y no de la producción de la señal en sí". En otras palabras, los piscinazos son un espectáculo para una audiencia de uno: el árbitro.
Los resultados también mostraron que los jugadores tenían el doble de probabilidades de dejarse caer cuando el juego estaba empatado que cuando su equipo ganaba o perdía. Lo cual muestra que los jugadores que caen no necesariamente están tratando de hacer tiempo, sino que están tratando de obtener una ligera ventaja contra un oponente muy parejo.
La posición en el campo también importa. Un jugador tenía el doble de probabilidades de simular una falta cuando atacaba que cuando jugaba en su propia área. Además, había un aumento constante del comportamiento a medida que se acercaban al arco contrario.
Una trampa efectiva
Hasta ahora, este patrón tiene sentido, pero también hubo un resultado contrario a lo que diría la intuición: "Inesperadamente, los piscinazos se premiaban más a menudo cuando se usaban con mayor frecuencia", informaron los investigadores. Y como los árbitros cobraban las faltas, los jugadores fingían más en el transcurso de un partido.
Por ejemplo, la jugada de Robben mencionada líneas arriba, era la quinta caída del holandés en ese partido, quien más adelante admitió haber fingido algunas faltas. "La [caída] del final sí fue penal, me cometieron una falta", dijo Robben. "Al mismo tiempo, tengo que disculparme, en la primera mitad me tiré a la piscina, y realmente no debería hacer eso", admitió.
Debido a la naturaleza antideportiva de una falta simulada, la FIFA ya ha tomado cartas en el asunto y, por ejemplo, está haciendo uso del VAR para resolver dudas que pueden generar jugadas demasiado rápidas como para que un árbitro pueda ver. Por eso, es probable que las famosas zambullidas comiencen a ser una cosa del pasado.
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