El conductor de 'Encendidos' repasa sus más de cinco décadas en el periodismo, siempre en la ruta, siempre buscando historias y especialmente escuchando a la gente.
José María 'Chema' Salcedo es un remolino que se ha llevado a su paso muchas cosas, especialmente recuerdos. Convertido hoy en uno de los conductores más importantes y carismáticos de RPP, recuerda en esta entrevista su llegada a Lima, sus decisiones, sus culpas y su visión de la vida, cocinada a fuego lento sobre las brasas del periodismo.
En una conversación que tuvimos hace mucho tiempo me dijiste que tú eras más peruano que yo, porque elegiste serlo.
Eso es algo que siempre le digo a mis compatriotas que nacieron aquí, un poco en broma: "Tú eres peruano porque no te queda otra, pero yo sí elegí". Yo me hice peruano a los 21 años de edad, que era la mayoría de edad en mi época, pero llegué al país en 1951, cuando tenía cuatro años, a esta misma casa donde me estás haciendo la entrevista. Mi familia es de Bilbao (España) y recuerdo que al comienzo no quería bajar del barco.
¿A esa edad eras completamente consciente de eso?
Sí, porque me di cuenta de todo, de que mis papás son distintos a otros papás, de que hablaban diferente a los otros. Cuando yo salía de niño a jugar, mis primeros amigos eran los hijos de unos verduleros ayacuchanos que vivían al frente de la casa. Estamos hablando de 1951, cuando se estaba dando la migración del Ande a Lima. Algunos tenemos una patria de nacimiento, biológica, cultural, espiritual, familiar y en mi caso una patria de adopción.
¿Por qué tu familia decide venir al Perú?
Nosotros somos unos migrantes económicos. Mi abuela materna tenía un hermano en este país desde 1920. Después, el hermano menor de mi mamá, mi tío Domingo, vino en 1937 para que no lo metan al Ejército. En ese tiempo las tropas franquistas ya habían tomado Bilbao en la Guerra Civil Española.
¿A qué se dedicaba tu padre en España antes de venir al Perú?
Su último trabajo fue obrero tornero en una fábrica. Mi papá fue prisionero de guerra por luchar contra Francisco Franco. Los vascos tenían un pequeño ejército, amateur prácticamente, no tenían aviación. Mi padre cayó preso, después de prisión regresó a su casa y de ahí vino al Perú. Una vez acá fue empleado del hermano de mi abuela en una tienda comercial. Para eso nos traen. Mi migración fue exactamente igual a la de un ayacuchano o huancaíno, salvando algunas diferencias.
Llegaste al país en plena dictadura de Manuel Odría y has vivido momentos importantísimos en la historia del Perú. ¿Hemos evolucionado como sociedad desde entonces?
El Perú es muchísimo mejor, para empezar es un país alfabetizado. Cuando llegué había un 50% de analfabetismo, pero hoy a eso no le damos importancia. Cuando llegué había discriminación racial no legal, pero sí real. Había indios que eran maltratados por los criollos limeños.
¿Crees que eso fue erradicado?
Sí, aunque últimamente veo un retroceso pequeño, pero ya el proceso es irreversible. ¿Sabes en qué veo el retroceso? Me estoy encontrando con ciertas escenas que vi cuando era niño relacionadas a las escalas sociales. Se ve en las revistas de sociedad. Hay un resurgimiento de esta especie de burguesía blanca, pero ya es minoritaria. Hoy lo que predomina en este país es el neo-capitalismo cholo. Yo he visto la evolución en este país, a mí no me lo van a contar.
¿Están mejor distribuidas las cosas?
Sí. Cuando llego al Perú se vivía un boom económico parecido al que vivimos hace unos años. El precio de los metales estaba en alza en el mercado y eso le permitió a Manuel Odría hacer los grandes proyectos de infraestructura y crear la seguridad social. Hay que decirlo, eso fue obra de una dictadura. Pero el Estado se mostró incompetente para representar a la sociedad y eso se refleja hoy len la informalidad.
En la actualidad muchos intereses externos son representados acá por peruanos.
Siempre ha sido así, pero eso no es necesariamente malo. Lo malo es que tengan privilegios a través de la manipulación de funcionarios del Estado y acceso al poder, como se vio en el caso Odebrecht. Y los que están en esa situación siempre encuentran manera de justificarlo. El significado de la palabra democracia, con perdón, es muy amplia. Demócratas se declaran hasta los comunistas. Al final, el problema es que no tenemos forma de controlar a los que están en el poder.
¿Por qué crees que algunos de los periodistas más influyentes del país no estudiaron periodismo?
Cuando yo empecé en el periodismo, el reportero se hacía en la calle. En esa época funcionaban el maestro y el aprendiz. Yo estudié derecho, por ejemplo. Mi primer trabajo en el periodismo fue en el diario La Prensa. El primer día llegué y me dijeron: “Estos son tus reporteros”, que eran veteranos. Entonces uno se me acercó y me preguntó: "¿Cuáles va a ser mis comisiones?" Yo pensaba: “Este es un pend..., quiere plata”. Ahí tomé una de las más grandes decisiones de mi vida, que fue preguntarle: “Señor, me podría decir ¿qué son las comisiones?”. Me explicó qué era un cuadro de comisiones y ahí empecé. El verdadero periodista es el reportero, el de calle. Los de adentro también lo son, pero si no han sido reporteros de calle es un poco sospechoso.
Últimamente muchos periodistas se afanan por convertirse en noticia.
El ego, a todos nos gusta el ego. Es una droga, el micrófono, la cámara atrae, te dan sensación de omnipotencia, de poder. Hay una serie de muchachos que salen delante de cámara y consideran que son los que van a dirigir el mundo. No verifican las cosas, es una moda y ahora están de moda los periodistas moralizantes, que dirigen la opinión pública, que censuran a la gente y dicen: “Cómo es posible esto y el otro”.
La falta de corroboración es un mal creciente en el periodismo.
Los jóvenes se entusiasman porque creen que están haciendo un bien, que están haciendo una lucha social, heroica. Les gusta la heroicidad, es un problema hormonal, pero no les gusta verificar porque a veces se cae el caso y es decepcionante.
¿Tú fuiste cercano al Apra o a la izquierda?
Al Apra nunca. Mi filiación política nace cuando estudiaba en La Inmaculada, que es el colegio de los jesuitas. Luego en la universidad me voy vinculando con la Democracia Cristiana de esa época. Ahí hay un grupo que nos vamos volviendo más izquierdistas y desembarcamos en la Izquierda Unida (IU). Nosotros éramos como el ala derecha de la IU.
Postulé a la alcaldía de Miraflores, pero porque sabía que iba a perder. ¡Imagínate que quiera ser alcalde! Habría que ser un demente. Poco a poco me fui desencantando de la izquierda porque le daba demasiada importancia al Estado. En ese sentido ahora soy más liberal, no creo en el Estado mucho.
Pero fuiste director un año del canal 7.
Fue una experiencia terrible, no teníamos plata y en 1991 grabé un mensaje a la Nación, lo emití y luego le cerré el canal al entonces presidente Alberto Fujimori. Y claro, se armó un lío de la gran siete. En ese trabajo tuve algunos aciertos, pero también metidas de pata monumentales, como cuando me levanté el programa de Raúl Romero porque pensaba que él no servía para la televisión. Fue una época difícil. ¡No teníamos ni para pagar la luz! Y éramos el canal del Estado, válgame Dios. Por eso me levanté la señal. Ahí mismo dejé barras con música clásica y me fui. Al final volvimos al aire, me dieron dinero, pero la aventura duró un mes más y dejé el canal.
¿Cómo viviste la época del terrorismo en la década de 1980?
Esa época estuvo marcada para mí por una cosa: la masacre de Uchuraccay. Tres de los muertos eran míos. Bueno, trabajaban conmigo, conocía a sus familias, yo era íntimo de uno de ellos. Todo fue muy fuerte para mí en esa época. Hay una frase un poco triste que dice: “Cada generación elige a sus cadáveres”. Yo entiendo que para muchos son los de La Cantuta, pero para mí son los Uchuraccay.
Es difícil ser equilibrados cuando se lidia con terroristas, con violencia extrema.
Pero debemos aprender. Uno de los muertos de Uchuraccay fue Eduardo de la Piniella, redactor de El Diario Marka, del cual yo era director. Era un muy buen pata, alto, fuerte, simpático, con sentido del humor, buen futbolista. Siempre me decía que quería ir a Ayacucho y yo le decía que no, porque él era muy imprudente. Siempre me decía: “Si yo encuentro a un senderista, lo mato”. Yo en cambio le retrucaba que éramos periodistas y que nuestro trabajo era otro. Yo había decidido quiénes iban a esa comisión, pero uno se bajó porque tenía a la señora enferma. Entonces le dije a los muchachos: "¿Dónde está Eduardo?". Me dijeron: "Está jugando fulbito". Me fui entonces al campeonato y cuando le conté que lo necesitaba me respondió: "¡Por fin!". Finalmente viajó y lo mataron. Esa es para mí una carga muy fuerte.
¿Crees que hay gente que sacó provecho de esas muertes?
Hay gente que las usó para figurar. A lo mejor he sido yo uno de ellos con Uchuraccay, a lo mejor muchos piensan así y admito que puede ser una duda razonable. Nunca he sacado dinero de eso, aunque he sacado mis libros y mucha gente me ha acusado de cosas terribles.
Si la mayoría de las muertes de las Fuerzas Armadas ocurrieron en la década de 1980, ¿por qué un solo presidente está preso por eso?
Ahí ya entra a tallar la política. La idea de que la justicia es ciega, sorda y muda es una falacia total. No existe el derecho puro. En el derecho penal menos, porque la ley es ambigua, hay que interpretarla, no la aplican robots. Por eso nunca está preso un presidente en ejercicio, sino cuando se pierde el poder. A Humala lo han metido preso porque no tiene ningún congresista, Toledo tampoco. Ellos han perdido poder para protegerse.
La moraleja parece triste: siempre ten un congresista a la mano.
Tienes que hacerlo de todas maneras, es como tu guardia de seguridad, tu guachimán.
¿Con qué momentos te quedas del Perú desde que llegaste?
Para mí un momento estelar fue lo que hizo la Selección en la Bombonera, porque fue la primera transmisión satelital de un partido de fútbol, narrado además por Humberto Martínez Morosini. Se trató de todo un país representado en una sola voz. Por eso el fútbol es muy importante para mí.
Otro momento es la masacre de Uchuraccay. Es la otra cara de la moneda, una cara terrible, oculta, oscura, que muchas veces no queremos ver. En RPP he tenido muchos momentos, como cuando me tocó cubrir a una señora que se quería suicidar tirándose de un acantilado en Magdalena. Son momentos en los cuales te está escuchando todo el mundo. Por eso la radio es muy importante para mí, porque a pesar que ya no soy reportero te da ese contacto con todo el país. La radio me enseñó a callarme para escuchar a la gente.
¿Qué te lleva a tu niñez? Olores, sensaciones...
La primera vez que fui al Estadio Nacional de niño. Se jugaba el Sudamericano de Fútbol de 1953, era un partido de noche entre Chile y Bolivia, iba con mi papá y mi tío. Llegué subiendo las escaleras, veo el césped iluminado y se elevó el olor de la hierba. Es un olor que he perseguido por muchísimo tiempo y no he conseguido recuperar.
En más de una vez has dicho que es fácil perder la fe en la humanidad. ¿Ya la perdiste del todo?
En parte sí y en parte no. Sí, porque ves una serie de cosas que están mal y que en tu juventud tenían otro valor. Yo vengo de una juventud politizada, pero ahora vemos a jóvenes que no creen en nada. No, porque aún sigo creyendo en la gente cuando se compromete en hacer una cosa. Tengo fe en eso, en algunas personas de carne y hueso en concreto, desconfío de otras y por eso tengo mayor distancia. No soy una persona sociable.
Te apuro con tres frases que tengas grabadas en tu mente que te ayuden a tomar decisiones.
“Se sufre pero se goza” que la uso como un título de uno de mis libros. “La historia es el folletín de las personas serias”, que lo saque del libro Las inquietudes de Shanti Andía, de un autor vasco que se llama Pío Baroja. Folletín se le dice a las novelas.
Hace un tiempo conversaba con una jovencita que a los 13 años ya había leído a Julio Cortázar, que ahora lee a Ernest Hemingway y que está empezando a escribir. Entonces me dijo la frase de un autor que estaba podrido de que le preguntaran tanto cómo escribir bien: “Para ser un buen escritor, uno debió tener una infancia infeliz”.
¿Tres cosas maravillosas que has experimentado?
La primera vez que fui a Holanda, a Ámsterdam específicamente, el paraíso de las bicicletas, fue en mayo de 1970. Sentí un sol primaveral, subí a un ómnibus y el chofer estaba silbando El cóndor pasa. Escuchar eso en un ómnibus que me sacaba del aeropuerto hacia la estación de taxis, casi solo, mientras la gente montaba bicicletas por ambas partes, fue una sensación de plenitud, de felicidad fantástica. Por eso a Ámsterdam le tengo mucho cariño y quizás es mi ciudad favorita.
En la película Alias la gringa, de Chicho Durand, yo escribí el guion junto con José Watanabe porque conocí a Guillermo Portugal, el verdadero 'La Gringa'. La primera vez que vi que un personaje cinematográfico decía las frases que yo había escrito fue una sensación inexplicable. Ese personaje es Enrique Victoria que hacía el papel del viejo Paz, que era un homosexual en El Frontón. Fue también una sensación extraordinaria de felicidad.
Y después, cuando sucede algo que tú has pensado, como si tú lo hubieras creado. Un poco los periodistas tenemos eso y te da una sensación de poder.
¿Qué te da felicidad?
Una entrevista como esta o ver películas históricas con amigos más jóvenes y explicarles el contexto. Me gusta hacer de guía, de orientador.
Muchas de las anécdotas de los viejos y no tan viejos periodistas están relacionada con la noche, el trago, la bohemia. ¿Es tu caso?
Yo tomaba, pero no era de salir de fiestas. Iba a algunas sí con Carlos 'El Chino' Domínguez y Arturo 'Zambo” Cavero. Lo que sí tenía a la mano era una botella de pisco en la redacción y en las noches a partir de las 7 en punto me servía pisco con maracuyá, esa era la regla. Hoy en día es impensable hacer una cosa así.
Si tuvieras la posibilidad de encontrarte con el 'Chema' de tu juventud, ¿qué le dirías?
No sabes cómo lo siento, no fue mi intención. Lamento decepcionarte, pero las circunstancias me llevaron por este lado. A los 15 años yo aspiraba a ser futbolista.
¿Cambiarías algo en tu vida?
Si hubiera podido ser futbolista, TODO.
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