Opositores señalan que la falta de presión de Occidente sobre Pekín dio alas al régimen para reforzar su habitual mano dura.
En 2011 China mostró al mundo dos caras opuestas: la de segunda economía mundial "salvadora" de Occidente con la compra de deuda, y la de una dictadura que aumentó la represión por miedo al contagio de la "Primavera Árabe" a través de disidentes como el ya célebre Ai Weiwei.
China comenzó el año aupándose definitivamente como segunda economía mundial, superando así a Japón (que además vivió un año catastrófico) y manteniendo un crecimiento económico en torno al 9 por ciento mientras EEUU y la Unión Europea veían empeorar sus problemas de deuda soberana.
Washington y especialmente Bruselas comenzaron a ver a Pekín como la tabla de salvación de un sistema capitalista que sigue sin recuperarse de la debacle de 2008, y se multiplicaron las invitaciones a Pekín para que aumentara su compra de bonos europeos o participara en los fondos de estabilidad.
China prometió seguir ayudando, por ejemplo continuando la compra de bonos europeos y norteamericanos con su enorme reserva de divisas (la mayor del mundo), pero siempre se ha mostrado reticente a publicar las cifras de esas adquisiciones sobre las que se especula.
Pero, mientras China era vista en Occidente como una emergente potencia "salvadora", en el interior del país también se vivieron este año problemas económicos (fuerte inflación, especulación inmobiliaria) y, sobre todo, de derechos humanos, con un recrudecimiento de las campañas de represión contra la disidencia.
Desde febrero, y ante el temor de que la "Primavera Árabe" se extendiera en China (hubo llamadas anónimas a manifestarse en grandes ciudades que Pekín respondió con fuerte presencia policial), el Partido Comunista de China (PCCh) detuvo a cientos de disidentes, activistas, abogados de derechos humanos y artistas.
Entre ellos, el famoso diseñador del estadio olímpico pequinés, Ai Weiwei, de 54 años, detenido ilegalmente en abril durante 81 días y después acusado de evasión fiscal, lo cual fue considerado una represalia por su activismo y produjo las condenas de gobiernos occidentales y grupos de derechos humanos.
Pero las críticas no fueron obstáculo para que Pekín continuara con su táctica de atajar cualquier atisbo de oposición, como con el caso del abogado ciego Chen Guangcheng, en arresto domiciliario ilegal junto a su familia desde septiembre de 2010, cuando cumplió condena, y cuyo acoso se intensificó en noviembre.
Cientos de agentes siguieron impidiendo a simpatizantes y periodistas, a menudo con violencia, acercarse a la casa de Chen, varias veces candidato al premio Nobel de la Paz, y en detención similar a la que padece desde hace más de un año Liu Xia, esposa del premiado con el galardón noruego en 2008, Liu Xiaobo.
Las víctimas, entre ellas Ai Weiwei, señalan que la falta de presión de Occidente -más preocupada en 2011 de problemas económicos que políticos- sobre Pekín dio alas al régimen para reforzar su habitual mano dura, hasta el punto de intentar legalizar las detenciones secretas, cuyas víctimas se cuentan por miles desde 2009, según Human Rights Watch (HRW).
También fue el año en el que el PCCh celebró su 90 aniversario y comenzó a prepararse para el relevo de 2012, en el que la cuarta generación de líderes, encabezada por el presidente, Hu Jintao, y el primer ministro, Wen Jiabao, irá retirándose paulatinamente de sus cargos, primero en la formación política y después en el Gobierno.
Además, aumentaron las tensiones entre China, Vietnam y Filipinas por la reclamación china de soberanía de archipiélagos en el Mar de la China Meridional, y ocurrió el primer accidente de la red de trenes de alta velocidad nacional, con 40 muertos, un duro golpe para el triunfalismo tecnológico chino y origen de una ola de críticas contra la gestión del Gobierno.
Y 2011 también fue el año en el que el atropello de Yueyue, una niña de dos años, ante la pasividad de una veintena de testigos, conmocionó a la sociedad y provocó llamadas a que el país y sus ciudadanos dejen de estar tan obsesionados por el rápido crecimiento económico y sean más solidarios. (EFE)
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