Comenzamos este primer Domingo de Adviento del Ciclo B, con un texto de Pablo, en la segunda lectura, que es toda una invitación a la ilusión y al optimismo.
¡Qué pocas veces alabamos a los demás por los dones que tienen o por las cosas buenas que hacen!
Incluso, ¡qué pocas veces, los mismos sacerdotes felicitamos y saludamos a nuestras comunidades parroquiales por tantas cosas buenas que hay en la comunidad!
Pareciera que es mucho más fácil usar el latiguillo de la queja, el lamento y hasta el fastidio.
San Pablo, que escribe a los de Corinto, una comunidad que le dio muchos rompe cabezas, les expresa sus sentimientos de gozo y de alegría, reconociendo en ellos los dones de gracia con los que han sido enriquecidos.
“Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo. De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”.
No se trata de ganar a la gente con falsas adulaciones.
Pero tampoco se logra crear un clima de ilusión y de esperanza mediante el mal humor, el fastidio, la queja.
Saber reconocer los dones de los demás es una manera de alentarlos y esperanzarlos.
Saber reconocer públicamente lo bueno de los demás, es una manera de ser agradecidos y reconocidos.
Saber reconocer lo bueno de los otros es levantar la propia autoestima, tan venida a menos en muchas de nuestras vidas.
Jesús, con frecuencia, alaba a la gente por su fe. A los ciegos, a los paralíticos, a la vieja enferma que sólo quiere tocarle su manto. “Que se haga como has dicho”. “Mujer no he encontrado una fe como la tuya en Israel”.
Dios no es de los que cada día nos echa en cara nuestras pobrezas y debilidades.
Al contrario, Dios nos levanta el ánimo cada día con el don de su gracia, como quien nos dice: “tú puedes”, “yo estoy contigo y juntos todo es posible”, “todo lo puedes con Aquel que te conforta”.
Por otra parte, no es que uno busque la alabanza gratuita.
Pero todos necesitamos el reconocimiento de los demás, como una manera de sentirnos mejor con nosotros mismos y como una manera de sentirnos con mayor seguridad y con menos miedos.
No formamos personalidades fuertes repitiendo cada día “tú eres un inútil”, “tú no vales para nada”. Y en cambio, formamos personalidades firmes y seguras haciendo sentir a los demás los dones que tienen y las posibilidades que disponen.
¡Cuántos dones de gracia hay en nuestra comunidad!
Pero ¿cuándo se los hemos hecho sentir?
¿Cuántas veces en nuestras predicaciones les hemos hecho sentir que somos felices porque ellos son estupendos, porque gracias a ellos tenemos una comunidad viva, una Iglesia viva?
Todos sabemos que arrastramos muchas flaquezas.
Pero también somos conscientes de que en nosotros hay mucho más de bueno que malo.
Y esa es la actitud de Dios. Conoce lo malo que hay dentro de nosotros, pero también todo lo bueno que llevamos ahí dentro.
Y Dios, a pesar de todo lo negativo sigue creyendo en nosotros, teniendo fe en nosotros y esperando mucho de nosotros.
¿No sería bueno que comenzásemos este Nuevo Año Litúrgico con esta sensación optimista y esperanzadora?
¿No sería, pastoralmente, una manera de animar a nuestras comunidades y de hacerlas más gozosas, más alegres y hasta diría más disponibles, más vivas?
Y otro tanto diría a las familias. Nadie ignora los problemas que existen.
Pero se necesitan esposos que sepan reconocer y alabar a las esposas, a los esposos, por tanta bondad de su corazón.
Se necesitan padres y madres que fomenten la autoestima de sus hijos.
Que sientan que también ellos son importantes.
Que también ellos están llamados a triunfar en la vida.
Oración
Señor: gracias por los dones naturales y los dones de gracia que me has dado.
Gracias porque a mis hermanos también les has regalado tus dones.
Posiblemente más que a mí. Pero me alegro de ello.
Posiblemente menos que a mí. Pero te pido se los aumentes.
Que todos sepamos alegrarnos de los dones de los demás.
Que todos hagamos sentir que los dones de los unos
nos hacen felices a los demás.
Señor: me gustaría que todos comenzásemos este nuevo Año Litúrgico
cantando como María, tu Madre,
cada uno con nuestro propia Magnificat,
y el Magnificat de aquellos que nos rodean.
Clemente Sobrado C.P.
www.iglesiaquecamina.com
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