Mayor cantidad de vertebrados marinos en zonas protegidas permitirá repoblar no solo éstas sino también las áreas en las que sí se puede pescar, según estudio.
La creación de reservas protegidas en la Gran Barrera de Coral de Australia ha empezado a dar sus frutos, seis años después de la adopción de una ley que prohíbe la pesca en un tercio del arrecife, según un estudio realizado por expertos australianos.
"Nuestros datos demuestran un rápido incremento del número de peces en el interior de las reservas, tanto en hábitats coralinos como no coralinos", indica Terry Hughes, director del Centro de Estudios sobre Coral de la Universidad James Cook.
La mayor cantidad de vertebrados marinos en las zonas protegidas permitirá repoblar no solo éstas sino también las áreas en las que sí se puede pescar, según los investigadores.
El Parque Marino de la Gran Barrera de Coral de Australia, en la costa nororiental del país, es el mayor y más protegido arrecife del planeta, lo que ha permitido que gran parte de su enorme biodiversidad se encuentre en un óptimo estado de conservación.
Una prueba de ello es la menor presencia en las reservas de la temida corona de espinas, una estrella de mar que se come pólipos -los microorganismos que forman el coral-, destaca Laurence McCook, otro de los investigadores.
La prohibición de pescar también ha beneficiado a animales en peligro de extinción como las tortugas marinas o los dugongos, un mamífero herbívoro de la familia de los sirenios emparentado con el manatí, e incluso ha duplicado la población de peces en partes del ecosistema.
Las autoridades australianas decidieron en 2004 dividir la Gran Barrera de Coral en varias zonas con distinto grado de protección, y ampliar la extensión del santuario en un 4,5 por ciento (casi un millón de kilómetros cuadrados adicionales).
Además, se aprobó un presupuesto anual para preservar el ecosistema de 3.375 millones de dólares, en su mayoría aportados por la industria turística y los operadores de cruceros de submarinismo, afincados sobre todo en la ciudad de Cairns.
Esta nueva legislación reforzó la anteriormente aprobada por el estado de Queensland, frente al cual se encuentra el arrecife y que hasta entonces se limitaba a pedir a las granjas que no emplearan pesticidas y fertilizantes nocivos que pudiesen ser vertidos al mar.
La iniciativa se ganó el apoyo de los grupos ecologistas aunque lógicamente no de los pescadores, que exigen una compensación o ir a otras zonas a faenar.
Según los autoridades, los análisis económicos preliminares indican que los beneficios netos del veto a la pesca serán notables a largo plazo tanto para el medio ambiente y el turismo como para sectores en teoría perjudicados, como el pesquero.
La Gran Barrera de Coral, compuesta por casi 3.000 pequeños arrecifes y más de 900 atolones a lo largo de 2.600 kilómetros en el Océano Pacífico, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1981.
No obstante, y a pesar del optimismo del estudio de la Universidad James Cook, su superficie coralina se ha reducido en casi un 15 por ciento en las últimas dos décadas por el doble impacto del aumento de la temperatura y la acidez del agua.
En particular, un agua más ácida ralentiza la calcificación de los pólipos, frenando su crecimiento y provocando que su esqueleto sea más blando y por lo tanto vulnerable al azote de las corrientes y el oleaje.
Ambos fenómenos son consecuencia del cambio climático, una amenaza mucho más grave para el arrecife que los pescadores.
-EFE
"Nuestros datos demuestran un rápido incremento del número de peces en el interior de las reservas, tanto en hábitats coralinos como no coralinos", indica Terry Hughes, director del Centro de Estudios sobre Coral de la Universidad James Cook.
La mayor cantidad de vertebrados marinos en las zonas protegidas permitirá repoblar no solo éstas sino también las áreas en las que sí se puede pescar, según los investigadores.
El Parque Marino de la Gran Barrera de Coral de Australia, en la costa nororiental del país, es el mayor y más protegido arrecife del planeta, lo que ha permitido que gran parte de su enorme biodiversidad se encuentre en un óptimo estado de conservación.
Una prueba de ello es la menor presencia en las reservas de la temida corona de espinas, una estrella de mar que se come pólipos -los microorganismos que forman el coral-, destaca Laurence McCook, otro de los investigadores.
La prohibición de pescar también ha beneficiado a animales en peligro de extinción como las tortugas marinas o los dugongos, un mamífero herbívoro de la familia de los sirenios emparentado con el manatí, e incluso ha duplicado la población de peces en partes del ecosistema.
Las autoridades australianas decidieron en 2004 dividir la Gran Barrera de Coral en varias zonas con distinto grado de protección, y ampliar la extensión del santuario en un 4,5 por ciento (casi un millón de kilómetros cuadrados adicionales).
Además, se aprobó un presupuesto anual para preservar el ecosistema de 3.375 millones de dólares, en su mayoría aportados por la industria turística y los operadores de cruceros de submarinismo, afincados sobre todo en la ciudad de Cairns.
Esta nueva legislación reforzó la anteriormente aprobada por el estado de Queensland, frente al cual se encuentra el arrecife y que hasta entonces se limitaba a pedir a las granjas que no emplearan pesticidas y fertilizantes nocivos que pudiesen ser vertidos al mar.
La iniciativa se ganó el apoyo de los grupos ecologistas aunque lógicamente no de los pescadores, que exigen una compensación o ir a otras zonas a faenar.
Según los autoridades, los análisis económicos preliminares indican que los beneficios netos del veto a la pesca serán notables a largo plazo tanto para el medio ambiente y el turismo como para sectores en teoría perjudicados, como el pesquero.
La Gran Barrera de Coral, compuesta por casi 3.000 pequeños arrecifes y más de 900 atolones a lo largo de 2.600 kilómetros en el Océano Pacífico, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1981.
No obstante, y a pesar del optimismo del estudio de la Universidad James Cook, su superficie coralina se ha reducido en casi un 15 por ciento en las últimas dos décadas por el doble impacto del aumento de la temperatura y la acidez del agua.
En particular, un agua más ácida ralentiza la calcificación de los pólipos, frenando su crecimiento y provocando que su esqueleto sea más blando y por lo tanto vulnerable al azote de las corrientes y el oleaje.
Ambos fenómenos son consecuencia del cambio climático, una amenaza mucho más grave para el arrecife que los pescadores.
-EFE
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