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Cinco claves para entender el robo en el Louvre y en otros muchos museos del mundo

Los museos ocupan un punto estratégico y conflictivo porque concentran bienes susceptibles bajo múltiples lógicas delictivas.
Los museos ocupan un punto estratégico y conflictivo porque concentran bienes susceptibles bajo múltiples lógicas delictivas. | Fuente: EFE

Si algo enseña el reciente episodio del Louvre es que la seguridad en los museos debe concebirse como un equilibrio entre la protección física y la defensa digital. Las amenazas son diversas, los métodos cambian, pero el riesgo esencial sigue siendo el mismo: perder aquello que nos conecta con nuestro pasado y nos enriquece como sociedad.

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El robo ocurrido el pasado domingo en el Museo del Louvre de París, en el que delincuentes lograron sustraer joyas de alto valor de la Galería de Apolo vuelve a poner de relieve una reflexión de largo aliento para la criminología aplicada al patrimonio cultural. La seguridad en museos sigue siendo un campo donde coexisten amenazas tradicionales y emergentes, visiones simbólicas y dinámicas criminales y un enorme coste simbólico cuando se produce una brecha.

Desde el punto de vista de esa seguridad, podemos destacar cinco ideas claves que nos ayudarán a entender mejor cuáles son los fallos y cómo operan los delincuentes.

1. La ciberseguridad importa, pero la llave sigue siendo física

Aunque no cabe duda de que la ciberseguridad es hoy una amenaza creciente y de primer orden para entidades culturales –con riesgos que van desde el acceso indebido a catálogos digitalizados hasta el sabotaje de sistemas de vigilancia y alarmas–, ello no debe llevarnos a minimizar el rol esencial de la seguridad física.

En muchos casos, los atacantes no requieren –o no solo– vulnerar sistemas informáticos sofisticados: pueden actuar sobre ventanas, puertas de servicio, techos o falsos muros y acompañarse de herramientas rudimentarias. Las primeras informaciones apuntan a que en el Louvre los ladrones habrían utilizado una fachada lateral y aprovechado andamiajes temporales para ganar acceso, sin depender de una intrusión digital compleja.

Esta tensión entre amenazas digitales y físicas debe abordarse de forma integrada: centros museísticos pueden blindar redes, cifrar datos y monitorizar accesos virtuales, pero mientras la puerta trasera permanezca débil o poco vigilada, la intrusión es viable.

2. Entre el lucro, el símbolo y la protesta: múltiples amenazas en juego

Los museos ocupan un punto estratégico y conflictivo porque concentran bienes susceptibles bajo múltiples lógicas delictivas. Aunque en los últimos años han cobrado visibilidad los ataques vinculados al activismo o al terrorismo –mediante acciones que buscan impactar simbólicamente en la identidad o provocar atención mediática mediante el daño o la profanación del patrimonio artístico–, no han desaparecido los robos con ánimo de lucro.

Continúan operando redes dedicadas a extraer piezas para su venta en mercados ilícitos o para fraccionarlas y comercializarlas por vías encubiertas. En los grandes robos de las últimas décadas, las investigaciones suelen revelar esta convergencia de motivaciones: junto a los gestos ideológicos o propagandísticos, persiste la lógica económica del delito patrimonial como negocio lucrativo y altamente especializado.

El valor artístico y simbólico de muchas obras convierte a los museos en objetivos que van más allá del beneficio monetario puro: por eso un robo no siempre obedece a una lógica clásica de ganancia. En el caso del Louvre, las autoridades han señalado que podrían existir lazos con redes especializadas y mercados internacionales de reventa, lo que demuestra la coexistencia de motivaciones materiales y simbólicas en un mismo hecho.

3. La ficción exagera, pero la realidad sigue usando la navaja de Okcham

El imaginario popular –reforzado por el cine y las series– tiende a contemplar robos de museos como operaciones complejas, invasiones de alta ingeniería, tecnología de punta y secuencias espectaculares: túneles desde alcantarillas, rayos láser, sincronización de cámaras o acrobacias imposibles.

No cabe duda de que estos relatos atraen al público, pero la criminología práctica observa que los métodos tradicionales –forzar vitrinas, cortar cierres, neutralizar alarmas de forma sencilla, apalancar puntos de vidrio o marcos, aprovechar huecos de seguridad…– prevalecen en múltiples casos reales.

Casos como el robo al Museo Isabella Stewart Gardner (Boston) de 1990, en el que los asaltantes actuaron durante una noche forzando puertas y accediendo a zonas interiores, o el desmantelamiento del Green Vault en Dresde (2019) muestran que la sofisticación no es imprescindible para el éxito si los puntos de vulnerabilidad existen.

Subestimar lo “rudimentario” es un error frecuente: una simple herramienta, un descuido humano o una rutina mal ajustada pueden abrir la puerta a lo que parecía imposible.

En el fondo, muchos robos de museo confirman una suerte de “navaja de Ockham” aplicada al delito: la explicación más sencilla –una brecha física, una llave mal custodiada, una vigilancia relajada– suele ser la verdadera. Lo aparentemente modesto, una mano hábil o una herramienta elemental puede quebrar los sistemas más sofisticados cuando se combinan con oportunidad y conocimiento.

4. Los ladrones miran con los ojos del visitante

La fase de inteligencia y preparación delictiva suele apoyarse en mecanismos que, a primera vista, parecen triviales: visitas de reconocimiento al museo en horarios ordinarios, observación de rutinas del personal de seguridad, aprovechamiento de horarios de mantenimiento o de montaje de exposiciones y, en ocasiones, la complicidad o el conocimiento interno (los llamados insiders).

Muchos robos han sido posibles gracias a datos aparentemente inocuos: quién vigila determinados pasillos, qué puertas sirven como salidas auxiliares, qué horarios de limpieza se usan, si hay zonas en obras que debilitan la protección física o dónde están los puntos ciegos de cámaras.

Además, hay elementos estructurales ocultos: conductos internos, estancias que no siempre están en los planos públicos, pasillos técnicos, canales de ventilación o accesos secundarios no divulgados al público.

Ese desconocimiento general sobre la anatomía completa del espacio museístico da ventaja al delincuente sofisticado. En el caso del reciente robo al Louvre, varios medios han resaltado que los perpetradores actuaron con rapidez y conocían dónde golpear, lo que sugiere un nivel previo alto de reconocimiento y planificación.

5. El patrimonio no solo se mide en euros

Debemos recordar que el patrimonio que custodian los museos no puede medirse solo en dinero. Cuando una obra desaparece o resulta dañada, la pérdida va mucho más allá de su precio en el mercado: se interrumpe un vínculo con la historia, con la creatividad humana y con el legado cultural que hemos recibido y que deberíamos transmitir.

Cada pieza robada o destruida deja un vacío en la forma en que entendemos nuestro pasado y en cómo damos sentido a la experiencia artística y social del presente. Los museos son guardianes de esa herencia común: albergan objetos únicos, irrepetibles, que cuentan quiénes fuimos, cómo hemos pensado y qué hemos valorado a lo largo del tiempo.

El daño de un robo afecta al conjunto de la sociedad, porque cada pérdida empobrece la posibilidad de aprender, admirar y reconocernos en lo que otros crearon antes. Por eso, la protección del patrimonio artístico, histórico y cultural no puede limitarse a impedir robos puntuales.

Requiere políticas amplias que integren restauración, cooperación internacional, trazabilidad de piezas y formación constante del personal, además de un compromiso activo de la ciudadanía con el valor de sus museos. Cuidar el patrimonio es cuidar la historia viva de una cultura.

Si algo enseña el reciente episodio del Louvre es que la seguridad en los museos debe concebirse como un equilibrio entre la protección física y la defensa digital. Las amenazas son diversas, los métodos cambian, pero el riesgo esencial sigue siendo el mismo: perder aquello que nos conecta con nuestro pasado y nos enriquece como sociedad. La criminología patrimonial nos recuerda que cada museo protegido es una victoria colectiva frente al olvido, el expolio y la indiferencia.The Conversation

Carmen Jordá Sanz, Directora del Departamento de Criminología y Seguridad, Universidad Camilo José Cela

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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