El aumento de la temperatura afecta a los ciclos de lluvia, produciendo más y más intensas sequías, así como un mayor número de lluvias torrenciales que originan riadas e inundaciones.
Independiente del sitio desde donde esté leyendo ahora este artículo, seguramente en los últimos días habrá experimentado algún episodio extraño en el clima, como una tormenta fuera de temporada, una ola de calor de varios días o una granizada en pleno verano.
Estos eventos son los efectos más comunes del cambio climático y no ocurren solamente en una región o país específico, sino que es un fenómeno global. Basta recordar las altísimas temperaturas de más de 40 °C que sufrió recientemente un país tradicionalmente templado como es Canadá.
Si bien podemos notar las consecuencias del calentamiento global cada día en cualquier parte del mundo, es en las ciudades donde se viven mayores repercusiones por la elevada densidad de población y por los materiales con que han sido diseñadas y construidas.
Ciudades cada vez más pobladas
Hoy en día, una de cada dos personas en el mundo vive en una ciudad y para 2050 el número subirá hasta siete de cada diez personas. Además, la mitad de las ciudades en el mundo tendrá una población igual o mayor a 500 000 habitantes.
La migración masiva del campo a la urbe de la segunda mitad del siglo XX se debió principalmente a las mejores oportunidades de trabajo, salud y educación. Y trajo consigo importantes cambios en el medio ambiente. Es en las ciudades donde se consumen tres cuartas partes de los recursos naturales, se producen el 60 % de las emisiones de efecto invernadero y se generan el 50 % de los residuos a nivel global.
Las ciudades han sido polos de desarrollo desde la llegada de la Revolución Industrial (siglo XVIII). Esta supuso un cambio trascendental para nuestra calidad de vida, acelerando los sistemas de producción y mejorando los sistemas de transporte y comunicación, además de cimentar las bases para un desarrollo tecnológico competitivo.
Efectos del cambio climático en las ciudades
Sin embargo, podríamos ubicar el periodo de 1750 a 1800 como el punto de partida de lo que hoy conocemos como cambio climático. Desde 1750 hemos emitido un total de 100 mil millones de toneladas de CO₂, incrementando en un 42 % las partículas en suspensión (PM₂,₅/PM₁₀) en el aire. La temperatura media mundial fue 1,09 °C más alta entre 2011-2020 que entre 1850-1900.
Las temperaturas entre 1800 y 1940 tuvieron variaciones negativas, es decir la Tierra se enfrió hasta -0,2 °C, pero desde el comienzo de la segunda guerra mundial en 1939 hasta el año 2020 hemos tenido un rápido aumento en las temperaturas alcanzando una diferencia de +1 °C.
Desde 2015, cada año se superan las temperaturas máximas en casi todos los puntos del planeta y hace más calor en las ciudades, especialmente en las zonas urbanas con poca vegetación. Esto significa un mayor consumo eléctrico (se consume hasta un 65 % más energía por el uso de sistemas de aire acondicionado), que incrementa las emisiones de CO₂ que llegan a la atmósfera y el círculo vicioso vuelve a empezar.
El aumento de la temperatura afecta a los ciclos de lluvia, produciendo más y más intensas sequías, así como un mayor número de lluvias torrenciales que originan riadas e inundaciones.
Estos eventos extremos causan mayor daño a las ciudades. De hecho, un estudio reciente concluyó que los efectos del cambio climático sobre las 150 ciudades más pobladas en el mundo eran hasta 5 veces más intensos que en los pueblos y entornos rurales.
Para combatir este problema, Naciones Unidas ha establecido los Objetivos de Desarrollo Sostenible como una herramienta para disminuir las emisiones de efecto invernadero, reducir el impacto ecológico causado por nuestro estilo de vida y generar sociedades más eficientes, resilientes y sostenibles.
Vegetación frente al agua y el calor
¿Cómo hacemos que las ciudades sean más eficientes, resilientes y sostenibles? ¿Es posible adaptar ciudades y pueblos enteros para soportar mejor los efectos del cambio climático? Y por último, si esto es posible, ¿a qué coste?
La respuesta a todas estas preguntas se encuentra en la naturaleza. Habitamos en ambientes artificiales cubiertos de superficies impermeables. El hormigón y asfalto de las calles, plazas y sitios públicos absorben y rebotan el calor del sol empeorando los efectos de islas de calor, además de dificultar la gestión del agua de lluvias torrenciales.
Incrementar la vegetación urbana es clave para preparar a las ciudades ante episodios extremos de lluvia y calor. Una mayor superficie de vegetación puede absorber y reducir el agua de escorrentía en las calles, además de disminuir en hasta -1,8 °C la temperatura media del aire en comparación con un espacio que esté completamente asfaltado.
Edificios verdes y barrios sostenibles
Podemos ver ejemplos exitosos de esta práctica alrededor del mundo. Francia por ejemplo, lleva años implementando normativas para aumentar la superficie permeable de las ciudades utilizando las cubiertas de los edificios de nueva construcción.
En Inglaterra se ha construido una vasta red de drenajes urbanos sostenibles para reabsorber el agua de lluvia y evitar inundaciones.
Modificar el tejido urbano de las ciudades representa un gran reto político, social y económico. Pero también lo es afrontar los daños materiales y humanos generados por los cada vez más frecuentes fenómenos meteorológicos extremos ligados al cambio climático.
Por suerte, ya podemos ver los primeros ejemplos de codiseño entre ciudadanos, gobierno y constructores para edificar un barrio nuevo para 12 000 personas en Ultrech (Holanda) que sea 100 % sostenibe e inclusivo. En este barrio no habrá aparcamiento para coches particulares y todos sus habitantes deberán compartir un vehículo por cada 3 hogares, el resto utilizará el transporte público.
Además, los edificios estarán cubiertos por muros y techos verdes, así como la mayoría de los espacios públicos. Esto alentará a los residentes a caminar y moverse en bicicleta, algo que los ciudadanos de Ultrech ya hacen, pues realizan uno de cada cuatro trayectos por este medio.
Está en nuestras manos implementar soluciones basadas en la naturaleza. Ya existen proyectos para desarrollar sistemas que nos permitan recoger, almacenar y reutilizar el agua de lluvias dentro de las mismas calles de la ciudad, mejorar la calidad de aire que respiramos, impulsar la transición de movilidad urbana y preparar a las ciudades para que estén mejor adaptadas ante los efectos negativos del cambio climático.
Jorge Adán Sánchez Reséndiz, Doctor Arquitecto, Investigador en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, Universidad Politécnica de Madrid (UPM); Bieito Silva Potí, Arquitecto, MBA, master en medioambiente y arquitectura bioclimática. Responsable certificación WELL en ITG, Instituto Tecnológico de Galicia y Francesca Olivieri, Profesora del Departamento de Construcción y Tecnología Arquitectónicas de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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